CRÍTICA
'Ondina', de Andrea Bernal: vencer en el amor
La autora prosigue con su exploración lingüística, imaginativa y emocional en un nuevo poemario donde recorre un tema –el de las profundidades del ser– hasta la extenuación

La poeta Andrea Bernal, autora de 'Ondina'. / EPE
Juan Carlos Abril
Las ondinas son seres mitológicos femeninos, de espectacular belleza, ninfas acuáticas. Y Ondina se titula este poemario de Andrea Bernal (Madrid, 1985), que había dado a la imprenta anteriormente varios títulos, llamando la atención de la crítica, entre los que destacan Adiós a la noche (2016) y Todo lo contrario a la belleza (2019).
Ahora con Ondina la autora ha puesto en marcha una exploración lingüística, imaginativa y emocional que ya había iniciado de un modo u otro en Nominalismos (2022), recorriendo una temática –la de las profundidades del ser– hasta la extenuación y extrayendo de ahí sus últimas consideraciones, aunque lluevan piedras.
Estructurado en 45 piezas de un todo único, pero no indivisible sino perfecta y convenientemente fraccionable, los textos de Ondina nos sitúan ante una visceralidad de la naturaleza, centrada en el mar y a veces reconocible en el ser humano, esa «alta elipse» desde la que «el mundo retrocede bajo el agua» (13).
Aunque el poemario no se construye desde una estructura dialógica, hay partes dialogadas en las que la poeta impreca al otro (32), quien reacciona ex negativo a las interpelaciones: «Hemos sido vencidos, / o esos /, o ellos, / aquellos, / por cuántos, / cuántos años. / A mi amor venció tu ceguera. / Son siglos y siglos entre hombres, / las mismas guerras y fracasos» (49). El eje de la victoria se pasea explícito por varias composiciones, como al decirse a sí misma: «Habrás vencido cuando conozcas su dolor / y enciendas para otro / tu faro nocturno» (25).
Historia de un fracaso amoroso
En cualquier caso, nos hallamos ante la historia de un fracaso amoroso, uno más y uno de tantos en la historia de los sentimientos, que desembocará –cómo no– en el vacío: «Este vacío: / Los ojos vacíos, la boca vacía, el cuerpo vacío» (34), planteando una dualidad que asoma en ocasiones, también aleatoria, la de la existencia real y la de la escritura, tan real como la existencia misma: «Existe en su ser, / por ser solo escrito, / salta y asalta / mi realidad en delirio» (ibid.). Un poco antes había asegurado que «todo lo que imagino está cubierto por oscura Ondina» (32). El fragmento XXXVI (50) se entiende como una muestra legible y tierna, de las mejores del conjunto.
La profundidad y el vitalismo de las reflexiones nace en esas aguas internas del 'dasein' heideggeriano, que poseen como correlato objetivo el océano Atlántico
La profundidad y el vitalismo de las reflexiones nace en esas aguas internas del dasein heideggeriano, que poseen como correlato objetivo el océano Atlántico, la soledad de quien mira desde Lanzarote «la orilla de Alegranza» (17), un islote al norte. «Es la primavera que llueve, / no la nube de pájaros cantores, / con batutas de orquesta, / ni esta niña / de enfermas buganvillas y tez pálida» (20). El personaje recorre ese territorio desde la visceralidad y la desolación, en una exploración sensitiva a través de las palabras, con los presupuestos de la búsqueda hiperromántica, pero asimismo desde la lucha, como en «he estado de pie toda mi vida, avisándote, / que yo también tenía un hacha» (33), rebeldía universal que había anticipado: «Escribo / contra toda forma / de coacción» (22).
Poemas magmáticos y telúricos, desde los cuales las aguas zozobran en su soledad extrema, en el extremo del ser, abismo de la existencia y símbolo puro del aislamiento: «Viento y azufre, / tú podrás decir que la vida es esto» (45).
Nos convertimos en lo que tocamos, creamos efectos simbióticos y rizomas pasando a constituirnos, por ejemplo, en moluscos al tocarlos, en su fragmentariedad marina (54). Y sin duda que en la unión con el ser amado se crea esta relación con mucha más energía y empeño. En cambio, en la ruptura todo adquiere otra significación diversa: «Puedo cambiar significados […] / Una balsa que el mar mece, aleja o destroza, / aleatoriamente. / Tal vez solo así consiga / llamarlo amor» (55).
Sea lo que sea, el amor como unión libre –recordando a André Bretón– o fuerza viva con capacidad de religar, es decir, dotar a las cosas de amalgama: «Esto que llamas vivir, / y es coser, / y es tejido» (56), amor que se disuelve en el tiempo, a pesar de su temblor (58). Andrea Bernal lo sabe, nos ha regalado este libro lleno de bondades, y su poesía nos las muestra. Celebrémoslo.

'Ondina'
Andrea Bernal
Huerga & Fierro
66 páginas
12 euros
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