CRÍTICA
Crítica de 'El ladrón de cuadernos', de Gianni Solla: mucho más que una historia de amistad
Estamos, sobre todo, ante una novela sobre el deseo y la construcción de la identidad

El escritor Gianni Solla, autor de 'El ladrón de cuadernos'. / EPE
Anna Maria Iglesia
Davide es un adolescente analfabeto que cuida los cerdos de su padre, Fortunà, hombre violento y fascista convencido, en Tora e Piccilli, un pueblo a pocos kilómetros de Nápoles. Cojo de nacimiento, es despreciado por su progenitor por no poseer las cualidades de fortaleza, virilidad y perfección promovidas por el fascismo. Davide haya únicamente apoyo en Teresa, una chica de buena familia y con cultura que vive en el pueblo.
El punto de partida de El ladrón de cuadernos, de Gianni Solla (Nápoles, 1974), es la llegada a Tora e Piccilli en septiembre de 1842 de una treintena de judíos napolitanos, entre los que están Joaquino y su hijo Nicolás. Entre Davide y Nicolás surge de inmediato una amistad, basada en parte en la fascinación del primero hacia ese joven culto y amante de la música. Gracias a él, aprende a leer y a escribir.
Pero los golpes de su padre no tardan en llegar: «Que no se te olvide que éstos no tienen nada que enseñar a nadie», le grita Fortuná; sin embargo, sus pensamientos, recuerda años después Davide, «se convertían en voluntad. Cuando uno está convencido de lo que hace, la exposición del cuerpo al verdugo transforma la energía recibida». Y esa voluntad va mucho más allá de aprender a leer y escribir, en él hay un deseo nunca satisfecho de ser como Nicolás, una obsesión constante a lo largo de su vida.
A esto se añaden los celos por Teresa, a la que secretamente desean los dos. Davide empieza a escribir en cuadernos, mientras la distancia con sus amigos se agranda hasta el punto de que se pierden el rastro, sobre todo a partir de que, tras la guerra, huye a Nápoles. Convertido en autor dramático y actor, el teatro se vuelve su forma de expresar la ira, pero también el dolor. No hay olvido, ni de Teresa ni de Nicolás, pero sí frustración y rabia.
Deseo de comprender al otro
El ladrón de cuadernos puede en parte recordar a Reencuentro, de Fred Ulhman. En ambas novelas se narra la amistad entre un judío y un ario, se describe el contexto político y su influencia en una amistad adolescente y se cuenta la sensación de traición de un amigo hacia el otro, pero también el reencuentro que no nace necesariamente del perdón, pero sí de la voluntad de comprender al otro.
Pero, a diferencia de la novela de Ulhman, Solla introduce la reflexión sobre la escritura: como apuntó Víctor Hugo tras la muerte de su hija, esta solo puede darse cuando las lágrimas se han secado. En Davide, su escritura se transforma a medida que la venganza y la ira desaparecen, cuando surge el deseo de comprender las decisiones del otro, los límites de los demás y también los propios.
La obra tiene algo de novela de formación, pero sobre todo es una novela sobre el deseo y la construcción de la identidad
«A veces mi modesta carreta teatral parecía existir solo por el deber de vengarme, y ahora que estaba de nuevo en el pueblo me remordía la conciencia por haber sido tan duro y haber desaparecido», anota Davide en sus cuadernos, en los que se refleja ese camino de retorno que realiza y, al mismo tiempo, su enfrentamiento con esa obsesión que ha sido y sigue siendo Nicolás.
Solla convierte Nápoles, a la que describe de manera admirable, en escenario de este conflicto entre la huida hacia adelante y la pervivencia del pasado: la Nápoles de Eduardo de Filippo frente la Nápoles «que aún no es» de los jóvenes amigos de Davide, que entiende que, en realidad, lo único que resiste es la verdad, porque «no pertenece ni a lo viejo ni a lo nuevo. Vale para todo».
La obra tiene algo de novela de formación, pero sobre todo es una novela sobre el deseo y la construcción de la identidad. La relación Davide-Teresa-Nicolás es una relación de deseo mimético: Nicolás es el mediador del deseo de Davide, es el sujeto idolatrado, pero también el que despierta la rabia, y Teresa es el objeto de deseo de ambos y, como dice René Girard, cuando dos manos tienden hacia el mismo objeto de deseo no puede sino surgir el conflicto.
Es este conflicto el centro de la novela, que sería erróneo leer solo como la historia de amistad de un ario y un judío en la Italia fascista. Solla consigue, con aparente sencillez, complejizar los conflictos en la construcción de la propia identidad, reconstruir un tiempo y una ciudad, Nápoles, y reflexionar sobre la escritura y el teatro, sobre sus límites y su instrumentalización. La realidad, le dice Nicolás a Davide, no debe ser sustituida, sino que, parafraseando a Marcel Proust, es dilucidada a través de la palabra. Y esto es lo que consigue Solla.

'El ladrón de cuadernos'
Gianni Solla
Traducción de Maria Borri
Tusquets Editores
304 páginas
20,90 euros
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