ENTREVISTA
Fernanda Trías, escritora: "Resistir es no dejarse matar la esperanza por completo"
La autora de 'Mugre rosa' regresa a las librerías con 'El monte de las furias', una novela de una belleza aterradora en la que cuenta la historia de una mujer, cuidadora de una montaña, con un pasado familiar estremecedor y que ansía dominar el arte de las palabras

La escritora Fernanda Trías, autora de la novela 'El monte de las furias'. / Uniandes
Según cuenta en una Nota de la autora al final de su nueva novela, Fernanda Trías (Uruguay, 1976) escribió El monte de las furias en Bogotá, entre agosto de 2020 y septiembre de 2023. Lo hizo "en compañía de los cerros orientales", y asegura que el libro "es también por ellos".
Y justo allí, allí mismo, respirando en mitad de los bosques de niebla, es donde el lector cree estar, con la certidumbre de la literatura más mágica y no por ello menos realista, al ir avanzando en las páginas de una historia repleta de horror, belleza y violencia, de naturaleza y de muerte, como la vida.
Trías, que atiende la videollamada del suplemento ABRIL en la misma ciudad donde germinó este relato sobre una mujer que tiene como laburo cuidar de una montaña mientras abajo, en la ciudad roja, sus habitantes andan ajenos al ecosistema que los alumbró, del que forman parte, y puede llegar a engullirlos, habla igual que narra.
Son armónicas sus palabras, pero no ajenas a la maldad de un mundo, el de la ganadería y la urbanización, el del cambio climático, que amenaza con acabar con la flora y la fauna que nos protegen. Un Popol Vuh contemporáneo, maravilloso.
P. La protagonista de la novela asegura que en la casa en la que vive, en la falda de la montaña, le "dio tiempo de entender el mundo". Eso hizo que me preguntara si usted comprende este mundo en el que vivimos ahora, si ha llegado a hacerlo, y de que se ha valido para ello; ¿de la escritura, quizás?
R. No creo comprender el mundo, me gustaría, pero creo que tal vez es imposible llegar a esa comprensión. Pero, sin duda, la escritura ha sido un intento, de toda la vida, de lograr entender cosas que me obsesionan particularmente, pero sobre todo que tienen que ver conmigo, mi manera de estar en el mundo y de sentir el mundo. La escritura en sí no me da las respuestas, pero explorar esas preguntas mediante la escritura afina las preguntas, voy entendiendo qué es eso que me interpela.
P. "Las casas son cosas", dice, también en el libro, "porque cualquiera puede quitártelas". ¿La literatura es una cosa, entonces, tiene propiedad?
R. No, yo pensaría que no. Hoy, en este mundo capitalista neoliberal, la propiedad intelectual es algo importante. Evidentemente, es un objeto de consumo, porque tiene un precio y hay una industria, pero eso es el libro, no la literatura. La escritura es lo que me pertenece hasta la raíz, lo que nunca me va a abandonar, que voy a poder llevar a cualquier parte, más allá de otras pérdidas, porque las pérdidas se suceden.
P. ¿Y es casa, para usted?
R. Para mí sí, porque es un lugar seguro, más allá de que siempre es incómodo. Pero no deja de ser el refugio, ese lugar al que siempre puedo volver independientemente de todo lo demás que esté cambiando a mi alrededor. Lo que hasta ahora me ha salvado es meterme de cabeza a escribir y entrar en ese refugio.
P. "De chica te enseñan que hay que amar a la madre porque te dio la vida", escribe en esas páginas. Sin embargo, usted plantea en la novela una relación maternofilial difícil, muy dura. ¿Qué sucede cuando las madres no merecen ser queridas?
R. Yo ya en Mugre rosa [su anterior novela] trabajo esa relación extremadamente conflictiva con la madre. En general, cuando escribo de maternidades necesito que sea en plural para no simplificar, que no sea algo que quede tan plano. Tanto en Mugre rosa como acá yo necesitaba una contracara donde haya un maternar nutricio, desde la ternura.
P. Se lo pregunto porque tengo la sensación de que en la literatura hemos sublimado a las madres.
R. Sí, en los últimos años me ha parecido interesante que han surgido otros relatos de maternidades más complejas, otras narrativas que exploran la maternidad desde otros lados mucho más complejos y más oscuros. Yo creo que la maternidad tiene su lado oscuro. Yo, como lo viví siendo hija, pude acceder a esa oscuridad y a esas contradicciones que conlleva. Pero sí hay algo que es cultural y que viene también de lo que nos han enseñado de la religión, que es ese culto a la madre y ese agradecimiento obligatorio. Yo me resisto un poco al agradecimiento obligatorio. No alcanza con que te haya parido para acceder a esa idea de la madre, hay otras cosas que también son necesarias y que tienen que ver con los cuidados. Una cosa es llevar el título de madre y otra cosa es ganarse el título de cuidadora.

La escritora Fernanda Trías. / Uniandes
P. La naturaleza tiene un papel protagonista en El monte de las furias, el mismo que en nuestras vidas. ¿Cree que somos conscientes de ello, como sociedad, que lo valoramos? Pienso, por ejemplo, en los terribles incendios de California.
R. Todo lo que estamos viviendo a mí me afecta mucho, vengo pensando mucho en torno a ese tema hace años. Son las consecuencias fatídicas del sistema capitalista en el medio ambiente y de nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza.
P. En la ciudad roja de la novela, sus habitantes andan ajenos al ecosistema que los alumbró, del que forman parte y que puede llegar a engullirlos. Como nosotros.
R. El ser humano entiende eso que llamamos la naturaleza, como si nosotros no fuéramos naturaleza, como meros recursos para su bienestar. Por lo tanto, se convierten en objetos de apropiación y de disposición. Así hemos llegado al nivel de alienación en el que estamos hoy. Nuestra relación con la naturaleza es muy defectuosa, porque parte de un paradigma de una dicotomía de separación: nosotros versus ellos. Mientras exista esa separación, se justifica cualquier tipo de violencia. Si pudiéramos cambiar ese paradigma y empezar a entender todo como un solo gran organismo vivo sería más difícil ejercer una violencia destructiva sobre eso. En este texto yo tenía la oportunidad de resaltar la conexión que existe entre las violencias patriarcales que se ejercen sobre los cuerpos de las mujeres y sobre el territorio.
P. "Darte, la vida no te da nada, pero una se obstina en seguir viviendo", dice su protagonista. Y es cierto, seguimos viviendo, pese a todo. ¿Dónde encuentra usted las ganas, la ilusión? Porque le confieso que yo a veces las pierdo, es tanta la maldad con la que, a veces, tenemos que convivir a diario.
R. Yo también. Es una lucha diaria, a diario tengo que ir buscando esas cosas que me dan la fuerza para seguir viendo todo lo que pasa en el mundo, las guerras y el genocidio, es como que parece nunca acabar y llega un punto en el que el consuelo viene a partir de hacer algo que esté a nuestro alcance, que tiene que ver con la construcción de comunidad no biológica, una familia elegida que es amplia, y decir: estamos queriendo aprender a vivir de otra manera. Es ahí donde me tengo que fijar, en esa rendija de luz, y así atravieso cada día. Lucho mucho contra una cierta desesperanza. Siento que el sistema quiere desesperanzarnos. Nos sentimos muy impotentes como sociedad, porque sentimos que no hay nada que podamos hacer para motivar ningún cambio. Sin embargo, resistir consiste en no dejarse matar la esperanza por completo. Hay que seguir molestando al sistema y a los círculos de poder, seguir siendo un estorbo, como una mala hierba seguir creciendo.
P. "Es lindo tener certezas", confiesa su personaje. ¿Qué certezas tiene usted en este punto de su vida, a cuáles ha llegado y cómo? Porque en la novela el Celador la responde que "para certezas, la muerte".
R. La sabiduría sería aceptar, con todo el cuerpo, el cambio y la transformación constante. Yo creo que el ser humano no puede, prácticamente va en contra de su naturaleza. Nosotros, desde nuestra escala de tiempo tan microscópica, necesitamos esas certezas porque no podemos tener una visión ya ni te digo que histórica, porque como verás repetimos las mismas cosas una y otra vez, pero mucho menos una visión cósmica. Por eso la necesidad de aferrarse a las certezas.
P. La maestra Nidia le decía siempre a su protagonista que debía cuidar las palabras. Estoy de acuerdo con ella, hay que cuidarlas. Pero, ¿cree que lo hacemos?
R. No. Pero yo sueño a veces con inventar palabras nuevas para nombrar cosas que hoy no tienen una palabra, porque en la medida en que se nombra algo pasa a existir. El mundo se resiste con violencia a pequeñas reivindicaciones de ciertos grupos que querrían cambiar el lenguaje justamente para poder nombrar una realidad no binaria. El lenguaje es una herramienta humana insuficiente todo el tiempo y, además, ha sido creado desde determinada manera de entender el mundo. Si no intentamos dinamitar ese lenguaje, tampoco vamos a lograr cambiar la manera de ver el mundo. Las reivindicaciones de tantos grupos en utilizar palabras que son incorrectas pero que intentan renombrar la realidad son muy valiosas y no deberían ser desestimadas con risas y burlas. Si eso es tan evidente, mucho más sería llegar a una serie de palabras que nos permitan pensar otro tipo de afectividad, de intimidad y de relacionamiento con los seres vivos no humanos.
P. "Escriba una historia con mucha acción, esas son las que más venden", le dice el Celador a la mujer. ¿Se lo han dicho a usted alguna vez? Es que al leer esa frase pensé en la tiranía del mercado, en sus modas y modos.
R. No es que me lo hayan dicho, seguramente lo piensan [ríe], pero es algo que se escucha todo el tiempo. Y creo que ahí hay otro acto de resistencia. Yo, como escritora, pero no soy la única, me resisto a las imposiciones del mercado que lo que quieren es meterme en una manera acelerada de relacionarme con el tiempo. Esta constante distracción, este constante entretenimiento, este constante pasar es una consecuencia directa del mismo sistema neoliberal en el que estamos. Yo me resisto a alimentar el sistema de esa manera. Hay un disfrute en la lentitud, en tratar de ahondar en algo, ahí es donde realmente está el amor, porque el amor no es pasar.

Fernanda Trías, autora de 'El monte de las furias'. / Uniandes
P. A la mujer le asalta el miedo de olvidar los cuerpos que van apareciendo en las proximidades de su casa y, para evitarlo, los fotografía. Me planteo si es esa la labor del arte, preservar nuestra memoria.
R. Pensaría que es una de las cosas. Muchos escritores, artistas, fotógrafos, lo tienen como motivación importante, pero no sé hasta qué punto es la principal motivación. Sin embargo, sí creo que es una consecuencia natural de cuando se trabaja artísticamente algo, en cualquier medio. Para mí la memoria sigue siendo un tema fundamental, me interesa, me obsesiona. Sí creo, hablando sólo de la literatura, que aunque hay libros extraordinarios, se ha hablado mucho de La llamada de Leila, que es una cosa maravillosa, que hay otras formas de hacerlo, no tiene por qué ser desde la no ficción, la ficción también permite esto, porque hay una memoria afectiva, también, que se preserva.

'El monte de las furias'
Fernanda Trías
Random House
248 páginas
18,90 euros
A la venta el 23 de enero
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