CRÍTICA
'Vidas secas', de Graciliano Ramos: una novela desmontable
Este libro se impone como un conjunto de relatos independientes que acaban por conformar una novela inapelable

El escritor Graciliano Ramos, autor de 'Vidas secas'. / EPE
Ricardo Menéndez Salmón
Un modo sin duda eficaz de valorar la potencia literaria de Vidas secasconsiste en acudir a la trilogía con la que Glauber Rocha se adueñó del Cinema Novo brasileño de los años 60 del pasado siglo y puso a disposición de los espectadores del planeta una epopeya inolvidable acerca del gigante americano y de sus gentes. Dios y el diablo en la tierra del sol, Tierra en trance y Antonio Das Mortes se conforman, así, como el preciso y elaborado trasunto en imágenes de un territorio extensísimo y muy duro, ese gran nordeste en el que los personajes de la novela de Graciliano Ramos, la familia compuesta por el padre Fabiano, la señora Vitória, los dos hijos y el perro Baleia fatigan la crónica de un paisaje exhausto de sed, hambriento de justicia y caracterizado por la violencia extrema de la geografía.
La sensación de una naturaleza indiferente al empeño humano, donde las personas y sus circunstancias se empequeñecen sin remedio, desamparadas e inermes, y donde vivir y sobrevivir computan como sinónimos, halló en la obra maestra de Ramos, cuya redacción completa, en sus distintas versiones, abarca desde el año 1938 hasta el año 1953, una decantación tan exigente como exitosa.
Ramos comprendió pronto, valiéndose para ello de unos principios estilísticos irrenunciables (corrección, concisión y despojamiento), que, para imponerse en el imaginario de la nación, hasta el punto de construir una imagen imborrable de su país, Vidas secas tenía que operar con un máximo de emoción (vale decir, mediante una dramatización constante) y con un mínimo de distracción (vale decir, con una economía de medios máxima).
Una escritura estoica y severa
Como el mapa que cartografía, Vidas secas se despliega al modo de una novela depurada hasta el hueso, austera, ceñida, sin tiempos muertos, en la que personajes, descripciones e ideología revierten en una consideración estoica y severa, despojada, de la escritura. A un mundo cerrado e impío, de una extrema hostilidad, corresponde una prosa afilada y cortante, sin un átomo de grasa.
Es curioso, en cualquier caso, cómo Ramos obró esta operación y alcanzó sus objetivos, pues en su origen y desarrollo, y a través de un muy documentado work in progress, consistente en cartas a amigos, a editores y a otros cómplices literarios, Vidas secas se impone como un conjunto de relatos independientes, protagonizados por unos personajes reiterados (un poco al modo de Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson) que acaban por conformar, sin embargo, una novela inapelable.
Esto es: Vidas secas es una "novela desmontable", por acudir a la expresión del crítico António Candido, algo que el propio Ramos no dejó de intuir ya en un documento fechado en 1937, en el que su tarea queda fijada mediante una declaración de intenciones y principios tan honesta como sucinta: "Mi idea un tanto bárbara es la siguiente: un hombre, una mujer, dos niños y un perro en una cocina pueden representar a buena parte de la humanidad. Y seguiré con esta idea hasta que me demuestren que los rascacielos tienen alma".

'Vidas secas'
Graciliano Ramos
Traducción y epílogo de Antonio Jiménez Morato
Las afueras
168 páginas
17,95 euros
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