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Con Ana María Matute la sociedad es mucho mejor

Una generación larga de periodistas literarios caíamos en su mundo mágico cada vez que coincidíamos con ella, junto a su vaso de whisky, una voz confortable y esa pronunciación que parecía darse al baile

Ana María Matute, en compañía de Ana María Moix.

Ana María Matute, en compañía de Ana María Moix. / EPE

Recuerdo la suave bronca que me pegó el profesor Jaume Jamilà cuando le pregunté por qué leíamos a Cervantes, al Arcipreste de Hita, a Rubén Darío o a Calderón de la Barca y no a Ana María Matute. Debían de ser los primeros cursos de aquello que se llamó BUP y aunque Jamilà era buen profesor de literatura (me puso un 10 por una charla que di a mis compañeros sobre Miguel Hernández) no le gustaba salirse del programa ni un milímetro.

Mi tía, la devoradora de libros, me había recomendado Algunos muchachos, una suma de relatos adolescentes con mirada Matute. Aquellas historias de chavales enfrentándose a la vida, pero con destellos infantiles y una poesía descarnada, me debieron retorcer las entrañas para atreverme a poner en duda el listado de lecturas obligatorias de aquel 1977.

Matute ya era una escritora reconocida, pero no tenía buena fama. Separada en los años 60, con depresión y, además, mujer. Un mal perfil para la escuela de esos años, aunque el Claret de Barcelona, donde estudié hasta los 17, era muy abierto. Pues si Matute no estaba en clase, estaría en casa. Tenía un halo de libertad no forzado. Era así y no había más. Eso a un adolescente le atrae poderosamente. Y a mi tía, que era igual en su forma de actuar.

Así, cuando muchos años después la pude conocer, conversar con ella y entrevistarla, no dudé en disfrutarla como si fuera de casa. Como un hada en el cuento. Ella misma era el cuento. Una generación larga de periodistas literarios caíamos en su mundo mágico cada vez que coincidíamos con ella, junto a su vaso de whisky, una voz confortable y esa pronunciación que parecía darse al baile.

Cien años después de su nacimiento, Ana María Matute sigue muy viva, como se pudo comprobar en la entrega del último Premio Nadal con la glosa de nuestra compañera y ganadora de ese mismo galardón en 2022, Inés Martín Rodrigo, autora además del prólogo de la nueva edición de Primera memoria, la novela del Nadal de 1959. Viva y contemporánea.