Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES
El Año Nuevo y sus futuros presentes
La literatura nos salvará una vez más. Sin pretenderlo, por sorpresa, a traición. Nos clavará sus colmillos
Escribo en 2024 para ser leído en 2025. Apenas sabe uno si mirar al presente fugacísimo, al pasado ya ido o al futuro por venir. Como los protagonistas de la Fábula de los tres hermanos que cantaba –inflamado de moraleja– Silvio Rodríguez cuando yo aún creía en la revolución pendiente, en las revoluciones y en los pendientes.
Escribo bizqueando, con la mirada extraviada «entre el estar y el ir». Con el estrabismo de los ojos torcidos y con la diplopía de los que ven doble y se han acostumbrado. Soy un superhéroe de barrio, tengo poderes por obra y gracia de Kiko Veneno, dicen que tengo veneno en la piel y también más adentro. Y es verdad porque a veces me descubro clavando los colmillos en cuerpos desprevenidos, dejando marcas solo reconocibles por mi dentista, inoculando ponzoña solo por el placer de causar dolor, de hacer daño, de dibujar otra muesca en la culata del revólver imaginario.
El Año Nuevo trae, por el contrario, buenas intenciones, presentes acarreados por viejos barbudos y sabios que se dejan guiar por estrellas. Presentes que son también llamadas de atención como la que nos colocó Mateo delante de los ojos –esos ojos bizcos de más arriba– en aquel versículo entre admonitorio y tranquilizador: «No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástele a cada día su afán».
Ay, el mañana. El día de mañana. El día de mañana transmutado en la ponzoñosa posteridad, esa forma cateta de la gloria. Le basta a cada día su afán, sin duda. Su preocupación, su cuidado, su daño, su mal. Un nuevo año que cargar en el zurrón del pastorcillo, en el hato imprescindible, en el macuto elemental de la existencia. Unos cuantos libros que creeremos –una vez más– imprescindibles. Escribir, tal vez, el peor libro del mundo, aunque solo sea por no dejar de intentarlo.
Leer algunos versos que desearíamos tatuarnos en lugares muy visibles en los que nadie reparara. Dejarse guiar por influencers para no tener que tomar decisiones: cantantes famosísimas aficionadas al short, artistas de circo en horas bajas, raperos con dislexia, actrices de series porno soft, políticos de contrastada trayectoria en enfermedades venéreas. Tener un millón de amigos en un club de lectura planetario, ecuménico, en absoluto restrictivo.
La literatura nos salvará una vez más este año turbio. Lo hará sin pretenderlo, por sorpresa, a traición. Acechará en lugares misteriosos. Clavará sus colmillos. Vendrá su veneno y tendrá nuestros ojos. El Año Nuevo tendrá muchos presentes. Cada día traerá su propio afán. Y no será poca cosa.
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