CRÍTICA

'Lo que somos ahora', de May Sarton: la escritura como rebeldía

Muchos de los temas que vertebran la obra de esta autora –la soledad, el paso del tiempo, la escritura, la memoria– figuran en este libro

La escritora May Sarton, autora de 'Lo que somos ahora'.

La escritora May Sarton, autora de 'Lo que somos ahora'. / EPE

Anna Maria Iglesia

«Estoy muy contenta de volver a escribir un diario. Lo he echado de menos, he echado de menos el nombrar las cosas a medida que van surgiendo, he echado de menos la media hora diaria en que aparto las demás tareas y saboreo la experiencia de estar viva en este hermoso lugar», escribió May Sarton (Wondelgem,1912 – York, 1995) en Diario a los setenta. Esta breve anotación, así como muchas otras de ese diario escrito de 1992, resuena en las páginas de Lo que somos ahora, novela publicada originariamente en 1973, haciendo posible pensar ambos títulos como una especie de díptico, quizá involuntario, en torno a la vejez.

Sin embargo, no solo sería injusto delimitar Lo que somos ahora a este único tema, sino pensarlo exclusivamente en diálogo con Diario a los setenta, puesto que en esta novela encontramos muchos de los temas que vertebran la obra de Sarton como la soledad, la escritura, la memoria, el paso del tiempo… En este sentido, resulta particularmente interesante leer Lo que somos ahora en diálogo con Diario de soledad, publicado originariamente en 1972, tan solo un año antes que esta novela.

«Por fin me he liberado de la montaña rusa de las apariciones públicas, que han desaparecido por un tiempo. Hoy, por primera vez desde hace mucho, antepongo mi trabajo a las cartas pendientes, y estoy escribiendo poemas», escribía Sarton en las páginas finales de Diario de soledad. El deseo de escritura que encontramos en esas páginas lo volvemos a ver en Lo que somos ahora, está vez de la mano de su protagonista, Caroline Spencer, una anciana internada, en contra de su voluntad por su hermano y su joven mujer, en una residencia.

Sin embargo, en el caso de Caroline el deseo de escritura choca con la dificultad de escribir –«Ayer no conseguí escribir ni una línea, pero sí levantarme, vestirme y salir, aunque hacía fresco»– y, al mismo tiempo, con el imperativo de escribir –«Tengo que escribir los hechos con precisión, porque es un relato muy duro»–.

Una forma de resistencia

Caroline lleva adelante un diario en el que, a partir de su estancia en la residencia, reflexiona sobre los cuidados, sobre la muerte digna, sobre la homosexualidad y los deseos reprimidos, sobre la soledad impuesta y la soledad deseada, sobre la dependencia y la pérdida de autonomía, sobre el recuerdo y la melancolía, pero también sobre la escritura como forma de resistencia e, incluso, de rebeldía: «Quizá el relato de desesperación que he ido componiendo en estos meses pueda publicarse y ayudar a los que se ocupan de otras personas en mi situación, faltas de salud física o mental, de los ancianos o abandonados». En estas tres breves líneas Caroline resume el compromiso con una escritura que parte de la intimidad para trascenderla y así adquirir sentido, porque, como afirmaba María Zambrano, «un libro sin leer es una bomba sin explotar».

Lo sabe Caroline, su personaje, y lo sabe Sarton, para quien la escritura de la intimidad nunca giró únicamente en torno al yo, sino que el yo era el punto de partida para mirar el mundo en términos colectivos. Y esta vocación Sarton la vuelca en el personaje de Caroline, a la que sitúa en una residencia convertida en una especie de representación de Eboli, ese pueblo descrito por Carlo Levi y que «encierra una miseria situada más allá del bien y del mal».

Desde este lugar, la escritura es mucho más que un anclaje: esos cuadernos, apunta Caroline, sirven para «demostrarme a mí misma que aún puedo pensar y sentir». Y, de hecho, la escritura va moldeando su concepción de la vejez, que va dejando de ser un espacio de oscuridad para ser percibida como un disfraz que oculta un yo que sigue siendo el mismo, un yo inalterable a pesar del paso del tiempo. La escritura desenmascara a ese yo.

En Lo que somos ahora encontramos a Sarton como en sus diarios podemos encontrar pinceladas de Caroline, porque lo que nos propone la escritora, al alternar la ficción con el diario, es cuestionar los límites de lo autobiográfico. Alternando los dos géneros no solo presenta variaciones sobre unos mismos temas, que modula y afina de manera distinta cada vez, sino que cuestiona la idea de referencialidad: Sarton está en todos sus textos y, al mismo tiempo, en ninguno, puesto que ese sujeto que aparece en la escritura del yo –la de Sarton y la de Caroline, que habla desde la primera persona– es colectivo. 

'Lo que somos ahora'

May Sarton

Traducción de Blanca Gago

Bamba Editorial

111 páginas. 19,90 euros