ALTA FIDELIDAD

Cantar sin miedo

El poemario de Manuel Astur ‘El fruto siempre verde’ suena a pájaros que trinan a la hora de la siesta en verano

El escritor Manuel Astur, autor del poemario ‘El fruto siempre verde’.

El escritor Manuel Astur, autor del poemario ‘El fruto siempre verde’. / EPE

Al día siguiente de la muerte de su padre, Manuel Astur (Sama de Grado, 1980) escuchó brotar unos versos dentro de él y los anotó: «Cantad sin miedo ahora, pues nuestra inconsciencia es nuestra mejor arma, antes de que vuelva el peso de la cultura y la vergüenza». Y dejó que siguieran brotando sin interferir demasiado y él siguió escribiendo ininterrumpidamente hasta acabar componiendo un monstruo, como dice él mismo, un extenso canto a la muerte por el que, irremediablemente, se colaba la vida. 

Así nació El fruto siempre verde, el poemario del escritor asturiano recién publicado por Acantilado y al que Astur, como él mismo explica, fue aplicando la mano del novelista para reestructurar esa bestia de largos poemas y darle otra agilidad. Por eso encontramos repartidos por el libro hasta tres poemas con el mismo título, como el que da nombre al volumen o los que intentan definir la poesía: «La poesía: coger un carbón / de la chimenea apagada y dibujar con él / lo que recuerdas / del fuego / antes de que se te olvide». 

En El fruto siempre verde hay mucha emoción, momentos junto al padre enfermo, recuerdos de la infancia, queja ante la muerte, pero sobre todo hay una incansable búsqueda (y encuentro) de la belleza, el objetivo principal de la literatura (y de la vida) de Astur. Este poemario, que suena a pájaros que cantan a la hora de la siesta en verano, fue escrito en paralelo a La aurora cuando surge (Acantilado), aquel libro de viaje por Italia, precisamente tras la muerte del padre, en el que el autor se curaba de la ausencia a través de lecturas, paisaje, escritura y música. 

El fruto siempre verde es una canción de funeral celta. Aunque la poesía de Astur es íntima, de recogimiento, estos poemas suenan a esa canción de la mítica banda de folk asturiano Felpeyu, Los Fayeos de Mayo, que después versionaron magistralmente Xel Pereda y Nacho Vegas con su proyecto Lucas 15: «Golondrina vienes tarde, vestida de sol y lluvia. Ya es tiempo de que descanse bajo los hayedos de mayo». Es, dice el poeta, la mejor canción asturiana de todos los tiempos, y yo no lo dudo, casi me parece de las canciones más bonitas de nuestro país, un canto de cansancio, de soledad, de anhelo de amor, raíces y reposo en el que se siente el nordés del que habla la canción y se huele la hierba fresca, la tierra, los bosques o el carbón, tan presentes en El fruto siempre verde, en la literatura de un escritor que se puso el nombre de su tierra por apellido. 

«Olvidamos para poder vivir y no es otra cosa la vida que tratar de recordar», escribe Astur en Olvido, uno de los más bellos poemas de este libro que en otros nos recuerda que en el presente no hay nada triste, que mientras dormimos avanzamos en el sistema solar y hemos caído más adentro, que «nos bañamos en la vida / como los gorriones en la ceniza fría / de una gran hoguera».