ENTREVISTA
Alessandro Baricco, escritor: "Cuando no escribo, me convierto en un ser mucho más amable"
El escritor que generó hordas de seguidores con aquel cuento de otro mundo posible que es 'Seda', una veintena de títulos después ha escrito 'Abel', un “wéstern metafísico” del que habla en esta entrevista exclusiva con el suplemento 'Abril'
Tener a un metro de la nariz al escritor por el que llevas suspirando la mitad de tu (larga) vida no sucede todos los viernes. Este viernes, sí; en la Fundación Telefónica de Madrid, donde el más aplaudido de los escritores contemporáneos italianos va a presentar Abel (Anagrama) ante un circo de fans rendidos, entre los que me encuentro. Es Alessandro Baricco (Turín, 1958) el ser inaprensible que había imaginado. Un escritor que se nutre de aquello que la mayoría no vemos, porque está más allá; un ser de otro tiempo: circular, filosófico, esencial.
Tocado de un sombrero de fieltro y ala corta, y unos mitones que le permitan empuñar la pluma, ni la cortesía le impele a descubrir su egregia cabeza: lleva las marcas de agua del tratamiento contra la leucemia que padece, que no parece haberle robado un ápice de claridad. El escritor que generó hordas de seguidores con aquel cuento de otro mundo posible que es Seda (1996), una veintena de títulos después ha escrito un “wéstern metafísico” que todavía está entendiendo (menciona a los hermanos Cohen y a Tarantino, e incluso a Sergio Leone, como referentes).
Le nació a él de las vísceras y su pasión por el género, en 2019. Luego vinieron la pandemia y la enfermedad, que le ha procurado, ésta, “una letra más clara”, confiesa. Filósofo de formación, escritor por pasión y de vocación profesor, habla de la sabiduría oculta e infinita de los indígenas americanos que sucumbieron a la codicia de los emigrantes y esclavistas europeos; mujeres y hombres masacrados por la avidez conquistadora de poseer la tierra, sí, “pero era imposible resguardar esas posesiones de aquella mirada sin límites”, escribe.
Un Oeste “metafísico”, porque a ese terreno primordial conduce toda su obra; Baricco, Abel, es aquí un cowboy que descubre que vive sin haber nacido y muere cuando decide nacer, permeado de filosofía.
P. Baricco, Baricco, Baricco… dice que es éste un libro del corazón que quiere celebrar, ¿por eso me concede esta entrevista?
R. (Se ríe bajito)… Qué bonito; pero no, te la concedo porque es un placer.
P. Hay un pasaje maravilloso en el que Abel visualiza su propia muerte, aquellas mujeres lavando su cadáver “de modo que la vida y la muerte se deslicen de la una a la otra con pureza”. ¿La visualización de la propia muerte es un buen ejercicio para a asumirla como parte de la vida?
R. Durante largo tiempo de la narración Abel en realidad no ha nacido; la bruja le dice “antes o después nacerás, pero eres un chico joven y aún no has nacido”; y luego muere, pero continúa hablando. Es un ser humano que habita entre la vida y la muerte, como lo hacemos todos, en realidad.
P. Pero ¿somos conscientes de ello?
R. De hecho él tampoco es consciente hasta cierto momento de su vida, cuando las mujeres le ayudan a cobrar esa conciencia.
P. Y entonces dice: “Mi herida (mortal) me pertenece, quiero vivir con ella”; es decir, con la muerte. Baricco, ¿fue la enfermedad lo que le acercó a esta concepción vital de la muerte?
R. Difícil decirlo. Abel es un libro concebido con anterioridad, empecé a escribirlo en 2019, pero ya entonces tenía un profundo concepto del tiempo no circular, que tiene que ver con el nacer y el morir. Digamos que la enfermedad (silencio, piensa…) ha hecho que escriba con una letra más clara asuntos que en realidad no había comprendido cabalmente.
La enfermedad ha hecho que escriba con una letra más clara asuntos que en realidad no había comprendido cabalmente
P. ¿A quién le interesó y por qué que el tiempo dejara de ser circular para ser lineal, fue la filosofía moderna inaugurada por Descartes?
R. (Se sonríe). No me atrevo a darte una respuesta exacta, probablemente el cristianismo impuso una narración lineal del tiempo que luego le vino muy bien al racionalismo de Descartes, que se suma a la idea porque es lógica, racional, y replica el discurrir del tiempo en nuestros relojes. Pero la experiencia humana nos indica que no es así.
P. ¿Sería posible regresar a una concepción circular?
R. Sí, claro. Hay una serie de términos que han hecho que los humanos nos apeguemos a esta idea lineal del tiempo, pero hoy atendemos a su derrumbe. Por ejemplo la idea de progreso, dibujada como una línea de tiempo, se está quebrando: el progreso ya no es un valor tan importante para las generaciones jóvenes.
P. ¿Es el tiempo el problema esencial del hombre, según dijera Borges: “Si supiéramos lo que es el tiempo, sabríamos lo que somos”?
R. Como todas las frases de Borges, aplicable también a las de Proust, suenan verdaderas debido a su enorme belleza, pero luego la vida las desmiente. No creo que haya que conocer el tiempo para conocer la vida, sino que el conocimiento de la vida nos lleva a descubrir esa otra dimensión del tiempo de la que hablábamos.
P. Hay otro componente esencial en Abel: ¿es el sexo allí donde lo sagrado y lo sucio, el origen y el fin se funden?
R. (Vuelve a reírse). No lo sé, “mi amiga” (en castellano), no tengo respuesta. En todos mis libros hay mucho respeto por el sexo porque es un capítulo muy importante de la vida, y aquí está presente sobre todo en un diálogo central, pero digamos que el asunto se diluye para dar lugar a una visión de la vida más metafísica.
P. Los pionners, todos los conquistadores europeos, aniquilaron un mundo oculto, una sabiduría animal, un ser infinito, a cambio de poseer la tierra. Pero “era imposible resguardar esas posesiones de aquella mirada sin límites”, escribe. ¿Se refiere a la mirada de la naturaleza que ahora se rebela?
R. Abel parte con una mentalidad occidental que contempla la naturaleza como algo que ha de conquistar, y a los nativos, como animales salvajes. Pero la sabiduría de los nativos penetra finalmente en su vida a través de las mujeres y comienza a cambiar su forma de contemplar el mundo, empezando por una nueva manera de entender el tiempo. Luego la naturaleza le invade, y el proyecto de su padre, que era domesticar la naturaleza, deja de ser el suyo. No me gusta hacer comparaciones entre aquella realidad y la nuestra; este libro no pretender un discurso ecologista, ni analizar la forma de estar en el mundo, es más una historia de descubrimiento de uno mismo.
El progreso ya no es un valor tan importante para las generaciones jóvenes
P. ¿Y su pensamiento, el de Alessandro Baricco, no está ahí?
R. En mi vida, sí, creo desde hace tiempo que el hombre occidental tiene que encontrar una nueva alianza con la naturaleza. Es sobre todo tarea de los jóvenes, pero también para un hombre de mi edad han cambiado muchas cosas: crecimos en una cultura que continuaba manteniendo como valor la domesticación, el dominio, la servidumbre de la naturaleza, y hoy en día perseverar en esta idea es casi ridículo: hay una percepción mucho más interesante.
P. ¿Cómo ha llegado a la conclusión de escribir un western? ¿Un momento oportuno para revisionar los orígenes bárbaros de EEUU, tierra cimentada sobre una emigración invasora y el esclavismo?
R. Lamento decepcionarte, pero escogí el wéstern porque es mi género favorito. Quería escribir un libro de género, y sobre esta base, darle la vuelta; podría haber sido una historia de piratas o de gánsters, no hay ningún significado político ni lectura de la realidad. Quise tener de antemano una complicidad con el lector: aquí un wéstern, con su típico tablero de ajedrez: los pistoleros, el villano, el honor, la frontera, el duelo final. Y a partir de ahí empiezo la partida de ajedrez, forzando al lector a jugadas que nunca antes había hecho.
P. En su ensayo sobre la pandemia hablaba de un “hambre de trauma” latente en el ser humano: ¿será por ello que nadie reacciona ante el cambio climático o la tormenta perfecta que prepara Donald Trump? Según mi lectura, es éste un libro muy oportuno para cuestionarse.
R. Es tu visión personal, pero yo de mi libro conozco la mitad, la otra no la percibo y son desde siempre los lectores quienes me las enseñan. Yo escucho tu lectura y empiezo a pensar: sí, tal vez este libro está más vinculado al espíritu de los tiempos de lo que yo imaginaba.
Creo desde hace tiempo que el hombre occidental tiene que encontrar una nueva alianza con la naturaleza
P. Recorre en sus páginas la filosofía de la antigua Grecia y el animismo de los indígenas americanos, y ¿todo es lo mismo, entelequia? ¿Por qué este término ha pasado de significar “el fin en sí mismo” a “irrealidad” (en español al menos)?
R. Curioso, porque en griego es una categoría filosófica con mucho refinamiento y muy específica, que procura recoger el enorme misterio que va desde la semilla hasta la planta, así lo era para Aristóteles: tú llevas dentro algo que ha de convertirse en otra cosa, y ese gesto de convertirse es la entelequia. Hay un largo viaje del griego al castellano, sí.
P. En esta nueva civilización que, según usted expone en The Game se inicia con la tecnología en los 90, cerrando el ciclo de la filosofía moderna, las preguntas siguen siendo las mismas; las mismas que se hace su cowboy. ¿Qué ha cambiado?
R. No, las preguntas no han cambiado. Las cuestiones filosóficas que surgen a partir de la sabiduría de los nativos americanos, o del juez o el hermano loco o el joven ciego, encierran mucho saber que le llega a Abel, quien por sí no es tan inteligente. Una de las que más mella hacen en él es si tal vez seamos todos iguales, que es algo que proviene de Spinoza, pero que coincide con la concepción de la bruja o del hermano loco. Él no era así: una persona que se dedica a disparar procura pensar que el ser que mata es una cosa distinta, y en un momento dado comienza a intuir que quizá seamos todos parte de un mismo aliento, entonces qué sentido tiene disparar. Luego está el asunto del tiempo, la causa-efecto, y comienza a entender que a veces las cosas suceden a la inversa, y poco a poco se convierte en un filósofo y ahí es cuando nace. Es un camino de aprendizaje.
P. Sucedía la pasada semana en Barcelona, asesinan a un hombre de un tiro en la cabeza a las 12 de la mañana en la terraza de un bar. Todo el mundo sale corriendo menos una persona que graba su último aliento. ¿Vivimos inmersos en un video juego o tal vez hayamos vuelto al viejo Oeste Americano? ¿Es esto el Game de su ensayo?
R. Desde que existe la humanidad, cuando alguien mata a otra persona, todos escapan menos uno, que se queda mirando, para contarlo. No creo que haya cambiado nada más allá del instrumento, pero también a esto nos vamos a acostumbrar. Quien se detiene a mirar es porque quiere contarlo. Ese uno entre mil tiene este instinto de relatar, como Homero cuando en sus versos sigue esa lancha desde donde se lanza una flecha que penetra en la quijada del héroe y le atraviesa el rostro: él está mirando, graba también. El instinto es el mismo, cambia la forma de grabar, y esto puede hacernos pensar que somos peores, pero yo creo que somos siempre los mismos
P. ¿Usted sería el que se quedaría para contarlo?
R. Sí, yo nací en el siglo XX, entonces lo grabaría con los ojos; pero sí, con toda sinceridad, me quedaría.
P. Dijo en una entrevista que “ninguna sociedad antes había conocido tanta libertad”: ¿es esto un error de traducción? Su generación y la mía vivían en mucha mayor libertad.
R. Si pienso en mi hijo, que tiene 18 años, él me parece más libre, sin lugar a dudas. Tiene mucha más información, más sabiduría, instrumentos que le ayudan. Digamos que él si quiere puede percibir el mundo de un modo mucho más maduro que yo a su edad. Tiene la posibilidad. Pero también he de decir que yo me crié en una situación muy poco liberal: lo que pensábamos dependía mucho de las ideas de nuestra familia, era la información que nos llegaba.
P. Pero fuimos capaces de rebelarnos, existía la posibilidad.
R. ¿Y ahora no?
P. No, el poder público ejerce un control mucho más férreo.
R. Mmmmm... pensamos de forma distinta sobre esto…
P. Sostiene también que nunca antes la civilización ha estado tan abierta al humanismo y las letras. ¿Me permite que le contradiga radicalmente? Porque una cosa es que el conocimiento esté ahí al alcance de cualquiera y otra que a la gente le interese. ¿Hay interés por el humanismo?
R. En Europa, sí. En EEUU están perdiendo las humanidades, desaparecen de las universidades. Pero ésta es una característica muy estadounidense. En Europa las humanidades son todavía un capítulo muy importante de la educación que recibimos y de la cultura que alimentamos. No veo este ocaso de las humanidades y la cultura.
En Europa no veo un ocaso de las humanidades y la cultura
P. Dice que pocas cosas más bellas ha encontrado en la vida que la enseñanza y el aprendizaje. Baricco, ¿por qué no fue usted profesor en lugar de escritor?
R. Sí lo he sido, fundé una escuela (Scuola Holden de Escritura y Humanidades), se pueden combinar ambas cosas. Narrar es algo bellísimo: aunque la escritura sea una actividad demasiado solitaria, es también hermosa. Tuve la suerte de poder dedicarme a todas estas profesiones, he tenido una vida muy bonita.
P. ¿Por qué habla en pretérito?
R. No, ahora también es bonita mi vida, pero me dedico menos a la enseñanza porque creo que no se puede enseñar bien cuando hay demasiada diferencia de edad entre el profesor y el alumno. En mi escuela los mejores maestros tienen 40 años, yo tengo 35 más, entonces enseño con mucha delicadeza a los profesores, a mi modo. Pero sí he enseñado mucho en mi vida, la escuela acaba de celebrar sus 30 años e invitamos a 3.500 antiguos alumnos, a muchos de los cuales he conocido personalmente.
P. Prefacio: “La libertad más absoluta es el privilegio, la condición y el destino de toda escritura literaria”. ¿Nunca, nunca, le ha resultado doloroso el proceso de la escritura?
R. Escribir no, nunca; pero la vida que se forma en torno a una persona que se dedica a esto, puede resultar difícil y dolorosa. Tras muchos años soy consciente de que en los períodos en los que escribo soy peor persona.
P. ¿Por qué?
R. Porque me concentro tanto que no escucho, no percibo, no genero dulzura ni paciencia para los demás. Cuando escribo y se me da bien se genera un placer que no puedo compartir, sólo yo lo conozco, en soledad; y cuando se da mal, se produce un cansancio que tampoco puedo comunicar: es una actividad que nos aísla muchísimo. Por fortuna me he dedicado a otras muchas profesiones: he sido profesor, me he dedicado al cine, al teatro, a la televisión, y alternar estas otras actividades que sí tienen que ver con los otros me ha salvado: en los períodos en los que no escribo, entre un libro y otro, me convierto en un ser mucho más amable.
'Abel'
Alessandro Baricco
Traducción de Xavier González Rovira
Anagrama
176 páginas. 18,90 euros
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