CRÍTICA
'De la vida mía', de Miquel Barceló: pintar, leer y bucear en bucle
Mitad narración no lineal, mitad libro ilustrado, estamos ante una obra de arte escrita por Miquel Barceló
Laia Nuñez Calvet
Gran referente del arte de vanguardia español, Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) es un protagonista habitual de documentales y entrevistas. Incluso podemos escuchar su voz en pódcast. También hemos disfrutado de algunas publicaciones que abarcan desde fragmentos de sus cuadernos de artista o reproducciones gráficas de su obra, hasta poemarios ilustrados y cuadernos de viaje. Pero hay algo inédito en De la vida mía, publicación de Galaxia Gutenberg: es un libro escrito por él. Mitad narración no lineal, mitad libro ilustrado. Se trata de una obra de arte que tiene forma de libro.
Barceló pinta, lee y bucea en bucle desde que tiene uso de razón. A los 67 años se ha decidido, al fin, a escribir de su puño y letra De la vida mía. Lector acérrimo desde que de pequeño pasaba tantas horas en la biblioteca de su pueblo natal, Felanitx (Mallorca), como bajo el agua, de joven la lectura le conectó con la modernidad. Hoy, le conecta con lo primigenio. En De la vida mía, ha trasladado a la escritura su carácter afable y al mismo tiempo contundente, en una crónica vital escrita desde la perspectiva que le da el uso de su lengua no materna -el francés- con la humildad de quien ha leído a los clásicos y es consciente de no ser un gran escritor.
¿Por dónde comenzar el relato de la propia vida? Barceló responde a esta compleja pregunta con un trazo simple: nos traslada a un instante reciente, muy random, un momento cotidiano con sus dos hijos, imaginando formas de rostros en las agrestes montañas de Mallorca vistas desde el mar. Una escena que nos sumerge en una existencia llena de pasión y, sobre todo, búsqueda de sentido y de verdad.
Un viaje sin fronteras
Una vida que es un viaje sin fronteras en el que Barceló se define a sí mismo como más trashumante que nómada, porque siempre acaba volviendo a los mismos lugares. Entre Mallorca, París y Mali (junto al pueblo Dogón, para quienes las semanas tienen cinco días), siempre ha medido el paso del tiempo en cerillas a medio quemar o contando las vidas de sus perros.
Después de que el arte moderno se dispersara en busca de sus propias fronteras, este coetáneo de Jean-Michel Basquiat y Anselm Kiefer protagonizó un retorno a la pintura, siendo uno de los máximos exponentes del neoexpresionismo español de los años 80, mientras en Alemania, Italia, Austria y Estados Unidos surgieron movimientos artísticos similares. Su destino cambió en 1982, cuando Rudi Fuchs lo seleccionó para la Documenta 7 de Kassel. A este hito le siguieron exposiciones en prestigiosas galerías de arte, como la Whitechapel de Londres y Leo Castelli en Nueva York, y la entrada de su obra en los grandes museos y las principales colecciones de arte del mundo.
Fue objeto de reconocimientos y testigo de un contexto cada vez más alejado de su esencia oriunda, sencilla, humana y visceral. Este éxito precoz en los 80 le llevó a refugiarse en África, lejos de los marchantes de arte y las ventas con cifras astronómicas. Aventuras que empezaron como viajes y acabaron siendo periodos vitales de gran intensidad y conexión con lo básico, lo fundamental y lo eterno.
Fiel a su instinto
En un tiempo en que la crítica del arte vaticinaba la muerte de la pintura, Barceló siguió pintando y dando rienda suelta a su trazo matérico y a la riqueza metafórica de sus obras. Siguió pintando platos de sopa, animales o seres monstruosos, alegorías de un mundo en metamorfosis, en un proceso cíclico en que cada obra llevó a la siguiente, hasta borrar las fronteras entre pintura, cerámica y escultura. Fiel a su instinto, residiendo en el error, con voluntad de exprimirlo, para Barceló las reglas existen para desafiarlas: la podredumbre, las termitas y las manchas marcan el paso del tiempo, las grietas le sirven para expresarse.
'De la vida mía' es un autorretrato de Miquel Barceló: la vida de un hombre que se resiste a abandonar la mirada del niño que ve rostros monstruosos al mirar las montañas
"Pinta, lee, bucea" es su eterno mantra. Y, además, escribe. Dibujo, pintura y escritura se mezclan en un relato coral que sobrevuela las cuestiones esenciales e inmutables que han protagonizado su carrera artística. Él mismo escribe: "el arte no es un reflejo de la vida, es una forma de vida". Textos y dibujos que salen de un alma creativa que sigue sintiéndose parte prescindible de la naturaleza, de un paisaje mallorquín destruido, de un Mediterráneo que ha sido aniquilado.
De la vida mía ya goza de excelente acogida en Francia desde su primera edición el pasado mes de enero. Medios como Libération reivindicaron, entonces, el universo Barceló: "Entrar en este libro es como hojear alguno de los 200 o 300 cuadernos en los que Barceló ha dibujado y escrito desde que era un niño". Galaxia Gutenberg nos brinda, ahora, una edición cuidada, fiel al manuscrito original, con traducción al catalán de Emili Manzano y al castellano por Nicole d’Amonville.
La mirada del "al·lot de Felanitx" (fotografiado en el icónico blanco y negro de Richard Dumas) se extiende por la cubierta de este compendio meticulosamente desordenado de memorias, dibujos y anécdotas esbozadas con palabras que huelen a arcilla y saben a mar. De la vida mía es mucho más que un verso de Luis de Góngora, es un autorretrato de Miquel Barceló: la vida de un hombre que se resiste a abandonar la mirada del niño que ve rostros monstruosos al mirar las montañas. De la vida mía es arte y vida para disfrutar.
'De la vida mía'
Miquel Barceló
Traducción de Nicole d’Amonville
Galaxia Gutenberg
264 páginas. 32 euros
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