ISLAS A LA DERIVA

Fragmentos enredados como cerezas

Emili Manzano retoma en ‘Me’n record’ la tradición literaria, casi un subgénero, que estrenaron Joe Brainard y Georges Perec. Una delicadeza estilística

El escritor y periodista Emili Manzano.

El escritor y periodista Emili Manzano. / EPE

Olga Merino

Olga Merino

Inició el juego el artista norteamericano Joe Brainard (1970): "Me acuerdo de que la polio era lo peor del mundo". "Me acuerdo de un día muy caluroso de verano en el que se me ocurrió poner cubitos de hielo en el acuario y se murieron todos los peces".

Prosiguió la aventura Georges Perec, el gran oulipiano (1978): "Me acuerdo de que un amigo de mi primo Henri se pasaba el día entero en bata cuando estaba preparando sus exámenes". "Me acuerdo de la época en la que eran necesarios muchos meses, e incluso más de un año de espera, para tener un coche nuevo".

También el actor Marcello Mastroianni quiso probar el mecanismo (1997): "Recuerdo perfectamente el sabor y el olor del cocido de garbanzos. Y recuerdo que la noche de Navidad se jugaba al bingo". «Recuerdo a Greta Garbo mirándome los zapatos y diciendo: 'Italian shoes?'". "Recuerdo un sueño en el que alguien me dice que me lleve los recuerdos de la casa de mis padres".

Asimismo, la mexicana Margo Glantz, obsesiva y siempre lúcida (2014): "Me acuerdo que como no teníamos agua íbamos todos los sábados a los baños públicos, como algunos de los personajes de Simenon". "Me acuerdo que nos quedamos sin huevos, sin cerveza, sin maíz, sin tequila, sin huevos, sin petróleo y con Televisa", rememora de los planes quinquenales del general Lázaro Cárdenas cuando era niña.

Ahora es el escritor mallorquín Emili Manzano (Palma, 1964) quien toma el relevo de una tradición literaria convertida casi en subgénero estableciendo un diálogo intertextual, sobre todo con los dos primeros autores, en Me’n record (Anagrama): "Me’n record d’haver baixat el poal a la cisterna de ca nostra amb un meló dedins per tenir-lo fresc a l’hora de dinar. El padrí sostenia que el fred de la Westinghouse tudava la fruita". Un libro que sin ser novela ni ensayo ni poemario ni memorias ni compilación de aforismos los comprende a todos, de alguna manera.

Parece mentira que una estrategia verbal simplicísima, la de ensartar recuerdos empezando por las palabras "me acuerdo", surta un efecto tan poderoso. Tal vez sea consecuencia de la repetición, a la manera de un mantra sagrado, un sonsonete que arrastra las evocaciones como un puñado de cerezas enredadas por los rabos. Una lleva a la otra. Manzano ha querido que al final del libro se inserten unas páginas de cortesía pautadas, como en los ejercicios de caligrafía escolar, para que el lector experimente con sus propias rememoraciones. Así lo hizo Georges Perec en la primera edición de Je me souviens. Les choses communes.

A veces no son siquiera recuerdos bien amasados, sino pequeños fragmentos, bocetos, sensaciones, pinceladas. O un olor (la mezcla de pachulí, zotal y desván en casa de las tías en la calle de Miramar). La intención de este motor de escritura, decía Perec, consiste en "sacar a la luz un recuerdo casi olvidado, no esencial, banal, común, si no a todos, por lo menos a muchos". Porque ahí reside parte del encanto: aunque cada uno posee su propia experiencia, el caudal de la insistencia acaba por esbozar una suerte de retrato generacional.

Soy coetánea de Manzano, y me ha hecho sonreír reconocerme en la manía de jugar a la güija en la infancia para inventar conversaciones con espíritus y almas en pena. Y el ritual de los guateques de adolescencia. Y aquel tufo de tabaco frío, vaso de tubo y deseos insatisfechos que despedía la ropa a la mañana siguiente de las noches pasadas en los bares de los años 80.

No me he atrevido a entrecomillar la última frase por pudor, porque se pierde mucho buqué en la decantación. Manzano ha hecho un trabajo estilístico excelente con las posibilidades expresivas y literarias del catalán de Mallorca. Una variante con la dulzura de los albaricoques.