BOTÓN DE NÁCAR
Leer después de mirar
Mercè Ibarz ha escrito un ensayo de crítica cultural sobre arte, pero no desde el que hace, sino desde el que mira
La escritora francesa Valérie Mréjen emprendió su novela en marcha con la genial Mi abuelo. En La joven artista (en Periférica, como todos sus libros, la traducción es de Vanesa García Cazorla) vuelve a los inicios: la facultad, las primeras piezas y ese bulle-bulle que son los pasillos que recorren las aulas. Leía el libro –que tiene lo que me gusta de los libros de Mréjen, esa mezcla de extrañeza y ternura– y pensaba en No pienses, mira (Nuevos Cuadernos de Anagrama), el ensayo de Mercè Ibarz sobre arte, pero desde el otro lado: no desde el que hace, sino desde el que mira.
Ibarz reúne un puñado de artículos para componer este ensayo de crítica cultural que se abre con una primera fascinación al ver un cuadro en vivo. Ibarz toma el título de su ensayo de Ludwig Wittgenstein, a quien sienta a compartir artículo con Simone Weil –el capítulo se llama W & W–. "La frase de él es tan expresiva que no hace falta adaptarla –escribe–. Se trata de eso. Pensar después de mirar". Weil la adapta en tres pasos: "Uno: mira el cuadro y descríbetelo en cada detalle. Dos: cierra los ojos y deja que aquello que has visto, que continúa en tu retina, te resuene por dentro. Tres: abre los ojos y vuelve a mirar el cuadro desde tu perspectiva interior y podrás ver si el cuadro dialoga con ella o no".
Me acordé del programa de TVE Mirar un cuadro, que dirigió el escritor, cineasta y realizador Alfredo Castellón, un remanso al que se puede volver: está todo en la web de RTVE. Son píldoras que nunca llegan a la media hora, rodadas en los años 80, cuando los planos se aguantaban más de dos segundos. Ahora que nos acercamos a la Navidad, quizá me ponga el episodio dedicado a La adoración de los pastores, del Greco, que presenta Dámaso Alonso, a ver si comprendo por qué me fascinan esas túnicas en amarillo y mostaza. En el programa se ven los cuadros y se ve a la gente mirando esos cuadros, ahí hay una historia de la mirada.
Salto a Daybook. Diario de una artista; la artista es la escultora estadounidense Anne Truitt (1921-2004). El libro que edita Chai Editora con traducción de Virginia Higa se me abre al azar por la entrada del 7 de enero de 1975, donde leo: "Hay asesinatos tan sutiles como mirar para otro lado". El volumen cubre desde 1974 hasta 1980, empieza en Tucson, Arizona, donde Truitt visita a una amiga antes de acudir a Yaddo, donde va a trabajar. En el diario se mezclan el arte y la vida de un modo inevitable. Hay memoria y hay noticias sobre el trabajo: "Mi trabajo va progresando a paso firme. Mi ritmo en el taller viene de la práctica", escribe el 9 de julio.
Cuatro días después, anota que su vida en la residencia es perfecta. "Me gusta la rutina repetitiva. Me van bien los placeres inocentes. Sigo sintiéndome tan segura como una niña en una gran familia", y vuelve a un recuerdo de infancia. A Truitt le dijeron que era estéril, diagnóstico erróneo, tuvo tres hijos, de los que se aleja para trabajar en Yaddo: "Mi dormitorio es pequeño y blanco y tiene una torrecilla y un baño adyacente angosto con azulejos verdes. No tengo teléfono junto a la cama para emergencias, y cuando duermo puedo dejar las gafas sobre el escritorio, a muchos metros de distancia".
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