CRÍTICA
'El jardín contra el tiempo', de Olivia Laing: un espacio común para pensar
La autora ofrece una estimulante investigación sobre el paraíso en este brillante ensayo
Anna Maria Iglesia
"Todos los paraísos, todas las utopías, están diseñados por quien no está ahí, por la gente a la que no se permite entrar", escribió Toni Morrison, cuyas palabras son, en parte, el punto de partida de El jardín contra el tiempo. En busca de un paraíso común, el nuevo ensayo de Olivia Laing (Buckinghamshire, Reino Unido, 1977). Decimos que esas palabras son solo en parte el inicio de este ensayo porque, como en La ciudad solitaria, Laing recurre a su propia biografía a la hora de articular su indagación en torno al jardín: justo antes de la pandemia, adquirió una casa en Suffolk, cuyo jardín había sido diseñado por Mark Rumary, responsable de Notcutts, "el afamado vivero de Suffolk cuyas exhibiciones a menudo obtenían medallas en el Chelsea Flower Show".
El deseo de asentarse y construir un propio jardín fue la motivación de esa adquisición, que, sin embargo, llegó acompañada por la curiosidad en torno a la figura de Rumary. Unas primeras lecturas en torno a este reconocido jardinero despertaron en Laing los interrogantes sobre el deseo de construir un jardín, sobre la concepción del jardín como espacio paradisiaco, pero también como espacio utópico y, al mismo tiempo, sobre las implicaciones político-culturales detrás de la construcción urbana de jardines y de su papel decorativo.
Laing entiende el jardín no solo como un espacio físico, también como transposición de ese paraíso perdido, en palabras de John Milton, o de una utopía por llevar a cabo. "Quería explorar –escribe, al respecto, la ensayista– los dos tipos de historias del jardín: calcular el coste de construir un paraíso, pero también indagar en el pasado en busca de versiones del Edén que no estuvieran fundadas en la exclusión o en la explotación, capaces de albergar ideas que pudieran resultar sumamente apremiantes".
Extraordinaria erudición
Estas dos cuestiones son el eje de una obra de extraordinaria erudición en la que el jardín, como lo había sido anteriormente la ciudad, se vuelve un territorio en el que explorar tensiones político-culturales: la literatura vuelve aquí a jugar un papel importante en cuanto no solo construye un relato sobre las distintas concepciones del jardín a lo largo de la historia, sino que también refleja sus usos, que, al mismo tiempo, son reflejo de las motivaciones y aspiraciones que están detrás de la construcción del jardín.
La relectura de Los anillos de Saturno de W. G. Sebald y La idea del paisaje y el sentido del lugar de John Barrell son un punto de inflexión en la indagación de Laing, puesto que, reconoce la propia autora: "Ambos autores me fueron abriendo los ojos a una red de relaciones de poder que, más que oculta en el paisaje, se expresaba a través de él". Laing observa que el jardín paisajístico tuvo desde siempre el objetivo de "articular quién ostentaba el poder y quién carecía de él", al mismo tiempo que funciona como imposición de un orden moral dentro de la ciudad: el jardín con sus exclusivos paseantes impone y reafirma el orden moral –y, por tanto, burgués– de la ciudad.
La crítica de Laing a la lógica capitalista de la producción se enlaza con un replanteamiento del jardín y de los espacios verdes en las ciudades
De ahí que la construcción de jardines, sobre todo en grandes casas señoriales, tuviera enormes costes humanos, usurpando el terreno al campesinado y usando dinero proveniente de los negocios no del todo legítimos de las colonias, como el tráfico de esclavos.
¿Dónde están las otras versiones del jardín/Edén? En otra concepción del jardín, que no tenga que ver ni con el egotismo ni con la exhibición de riqueza o de estatus. Están en una concepción del jardín que se aleje de esa representación del Edén como espacio perpetuo de abundancia y, por tanto, con esa visión tan capitalista de la producción constante.
"Aceptar la presencia de la muerte en el jardín no significa aceptar la marcha forzada del cambio climático. Es rechazar una ilusión de productividad perpetua, sin descanso ni remedio", concluye Laing, cuya crítica a la lógica capitalista de la producción se enlaza con un replanteamiento del jardín y de los espacios verdes en las ciudades, pero no como espacios exclusivos, sino comunitarios: "Necesitamos establecer jardines y la vida que sustentan en todas partes si queremos sobrevivir, y deben extenderse más allá del ámbito privado, para formar parte de un preciado patrimonio común". Poco se puede añadir a este brillante ensayo.
'El jardín contra el tiempo'
Olivia Laing
Traducción de Lucía Barahona
Capitán Swing
280 páginas. 24 euros
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