REPORTAJE

Los libros ilustrados ya no son cosa de niños

Después de décadas vinculados básicamente a la literatura infantil y juvenil, el dibujo, los grabados y otras imágenes se han revelado una útil herramienta para llegar a un público más adulto que, gracias a ellos, redescubre los grandes clásicos y se anima a leer nuevos autores

Un amigo llamado Rafael Azcona

Un cuento de Edgar Allan Poe, ilustrado por Benjamin Lacombe.

Un cuento de Edgar Allan Poe, ilustrado por Benjamin Lacombe. / EPE

En 1440, Johannes Gutenberg inventó en occidente la imprenta de tipos móviles. Catorce años después, el alemán publicó la Biblia de las 42 líneas y no pasó mucho tiempo hasta que comenzaron a aparecer por toda Europa libros ilustrados con grabados en xilografía, litografía o planchas de plomo.

A pesar de lo novedoso de la producción en serie, la ilustración de libros no era nueva. Desde el siglo V monjes y monjas pasaban los días iluminando manuscritos, ornamentando letras capitulares o dibujando diferentes motivos para Biblias, evangelios, colecciones de salmos, crónicas y libros de horas destinados a una minoría. Concretamente a aquellos que podían pagarlos y leerlos, dos particularidades que no necesariamente iban siempre juntas en los adultos y que difícilmente podían extenderse a los niños de la época.

Hubo que esperar hasta 1658 para que un libro ilustrado estuviera expresamente dirigido al público infantil. Se trataba de Orbis sensualium pictus de Jan Amos Komenský. Sin embargo, desde su publicación el paradigma fue cambiando y, con el tiempo, la mayor parte de libros con ilustraciones, dibujos, grabados, estampas, santos o como quiera llamárseles ya no estuvieron destinados para el público adulto, sino para el infantil.

En 2018, varios siglos después de su aparición, Orbis sensualium pictus fue recuperado por Libros del Zorro Rojo, una de las editoriales que, desde hace unos años, ha decidido romper con esa tendencia, publicando títulos para adultos en los que las imágenes tienen tanta importancia como los textos.

"Un libro ilustrado puede ser un álbum infantil, una novela gráfica, el texto integral de un clásico contemporáneo o incluso un poemario filosófico-humorístico con viñetas como Filósofos en libertad de Umberto Eco que hemos publicado hace poco", repasa Fernando Diego García, editor de Libros del Zorro Rojo, que en su opinión esos libros ilustrados también "deben ser libros bellos y que hagan pensar, porque en nuestro catálogo hay una vertiente claramente política, incluso en el sentido panfletario del término".

Buena acogida

El planteamiento de García, al menos en lo que se refiere al cuidado de las ediciones, es compartido por muchos de los editores que están apostando por las ediciones ilustradas para un público más amplio que el infantil. Jesús Egido, editor de Reino de Cordelia, está convencido de que "el lector agradece el esfuerzo de disfrutar de una buena edición, en buen papel, con buena encuadernación e ilustraciones de artistas destacados" y Diego Moreno de Nórdica confirma esa apreciación: "cuando en 2006 iniciamos nuestra colección de Ilustrados era algo que, como lector, creía que hacía falta. Desde entonces hemos publicado ya unos doscientos títulos con muy buena acogida".

Incluso grandes editoriales vinculadas tradicionalmente al mundo de la literatura infantil y juvenil han comenzado a explorar este nuevo territorio de libros ilustrados

Lejos de ser una tendencia minoritaria, incluso grandes editoriales vinculadas tradicionalmente al mundo de la literatura infantil y juvenil han comenzado a explorar este nuevo territorio de libros ilustrados. "Entre nuestros lectores hay muchos amantes de la ilustración, de las ediciones especiales y cuidadas, del libro como objeto precioso o de coleccionista, así como seguidores de ilustradores e ilustradoras, como Benjamin Lacombe, Rébecca Dautremer o Antonio Lorente, a través de cuyos trabajos descubren algunas obras clásicas", explica Violante Krahe, responsable de publicaciones de literatura infantil y juvenil de Edelvives.

Para el éxito de esta iniciativa, además de buenos textos, es imprescindible una acertada selección de ilustradores, profesionales capaces de generar una nueva obra con características propias, algunas de las cuales pasarán a ser conocidas tanto por el autor del texto como por la aportación del artista, como sucede con Gargantúa y Pantagruel con grabados de Doré, La Divina Comedia con dibujos de Barceló, el Ulises de Eduardo Arroyo o Las aventuras del buen soldado Svejk ilustrado por Josef Lada.

"Si el libro elegido es un clásico, de cualquier manera será 'otro' libro. Por mucho que la palabra 'ilustración' parezca referir a una literalidad, aunque los vasos comunicantes entre la escritura y el dibujo sean muchos, la obra de cada ilustrador tiene una vida paralela a la del texto", explica Fernando Diego García, cuyo planteamiento se parece al del editor de Galaxia Gutenberg Joan Tarrida

Sensibilidad actual

"Desde el principio, nuestra idea fue invitar a artistas contemporáneos a que hicieran una una lectura de textos clásicos para traerlos a una sensibilidad actual. Algo semejante a cuando se le pide a un director de escena que adapte una obra de teatro clásico. Por eso no pedimos simples ilustraciones, sino una lectura paralela que enriquezca el texto. De hecho, muchas veces ni siquiera trabajamos con ilustradores sino con artistas, como Antonio Saura, Eduardo Arroyo o Barceló, que expresan con su pintura lo que más les ha llamado la atención de ese texto, algo que, en ocasiones, no es sencillo. Cuando hablamos de publicar la Divina Comedia con Miquel Barceló, por ejemplo, el desafío que le planteé era qué hacer con el Paraíso. El Infierno te lo puedes imaginar, pero ¿cómo representar aspectos casi abstractos como los ángeles, los santos o la gloria de Dios?".

Si bien muchos de los editores consultados coinciden en haberse decantado por los clásicos para este tipo de proyectos, a medida que la propuesta era aceptada por los lectores, el espectro de títulos, épocas y hasta planteamientos estéticos se ha ido ampliando. "Al principio publicábamos sobre todo clásicos, pero luego fuimos dando entrada a relatos de autores y autoras contemporáneos como Roald Dahl, Sylvia Plath, Ursula K. Le Guin o Herman Melville, otorgando al cuento ilustrado el mayor peso de la colección. Después llegaron los poemarios ilustrados, el ensayo y también el teatro", recuerda Diego Moreno, cuyo planteamiento es aplicable al caso de Jesús Egido quien no solo ha ampliado su catálogo a autores actuales, sino que ha intentado romper prejuicios y conceptos estéticos que parecían inamovibles.

"Comenzamos con títulos como Drácula, La isla del tesoro, Pinocho, La Eneida… Después nos apeteció que esos clásicos fueran españoles: El lazarillo de Tormes, Luces de Bohemia, las Sonatas de Valle-Inclán, la poesía de Lorca o Machado… y sin abandonar ninguna de esas líneas, hemos comenzado a ilustrar a escritores españoles vivos y es muy curioso ver cómo ilustrador y escritor colaboran, se entienden y se ayudan. En todo caso, intentamos hacer cosas nuevas que se salgan de lo habitual. Con el Quijote ilustrado por Miguel Ángel Martín, por ejemplo, buscábamos quitarle el sambenito de clásico exclusivo de los lectores cultos, para acercarlo al gran público, que fue el destinatario que buscaba Cervantes, y convertirlo en una especie de western a lo Sergio Leone, con mucho color y mucha acción. En el caso de El principito, Saint-Exupéry era un gran escritor pero un grafista modesto, por lo que pensamos que necesitaba ser ilustrado por un profesional como Javier de Juan, que ofrece una visión completamente distinta que da otra dimensión al texto y lo realza".

Creatividad y balance de cuentas

A pesar del entusiasmo y la entrega que caracteriza a casi cualquier proyecto editorial, la tarea de publicar libros está sometida, como toda actividad empresarial, al rigor de la rentabilidad. Una exigencia que, en el caso de los libros ilustrados, obliga a encontrar un justo equilibrio entre la libertad creativa del ilustrador y los costes de producción del título en cuestión. 

En el caso de los libros ilustrados hay que encontrar un justo equilibrio entre la libertad creativa del ilustrador y los costes de producción del título en cuestión

"Es importante definir qué clase de libro, en su conjunto, queremos publicar y a quién va dirigido. Puede ser una edición sencilla o una más lujosa pensada para regalo; puede ser más moderna, más clásica, más íntima… El formato, la encuadernación, el papel, el diseño, el color…, la combinación de los elementos que conforman un libro ayuda a transmitir unas sensaciones y una sintonía con el texto y la ilustración", explica Violante Krahe, que coincide con Joan Tarrida en la importancia de definir de antemano aspectos como "el tipo de papel que vas a usar, si es más o menos satinado, si va a tener algo de color para que el artista pueda tenerlo en cuenta a la hora de hacer las ilustraciones y, lógicamente, también el formato del libro. En ese tipo de aspectos hay que ponerse de acuerdo previamente con el autor".

Si bien la envergadura de Edelvives y Galaxia Gutenberg es mayor que la de las otras editoriales consultadas, las necesidades a la hora de planificar este tipo de proyectos son más o menos comunes. "Aunque no siempre lo conseguimos, intentamos programar los libros ilustrados con mucha antelación para poder comprar papel fabricado a medida para varios títulos, lo que abarata el precio, así como prever todo tipo de ahorros de producción que no vayan nunca en perjuicio de la calidad", explica Jesús Egido, cuya operatividad coincide con la de Diego Moreno: "Trabajamos con los mejores materiales, papeles y diseño, intentando sostener un precio lo más ajustado posible para llegar al mayor número de lectores. Cada vez es más difícil, pero la calidad de las ediciones es un elemento central para nosotros. Por eso, solemos conseguir ese objetivo haciendo tiradas mayores, entre 3.500 y 4.000 ejemplares, que nos permiten bajar un poco el precio unitario".

Una vez resueltas las diferentes necesidades de producción, todas las editoriales consultadas son partidarias de conceder al ilustrador una libertad creativa casi absoluta. "El ilustrador trabaja con plena libertad en el 99% de los casos. Suelo diseñar el libro con ellos al lado y, realmente, nos lo pasamos muy bien jugando a que el texto y la imagen se integren. Solo en contadas ocasiones, cuando se trata de obras de muchas páginas, y por tanto muy costosas, hemos movido una ilustración de pagina para ahorrarnos un pliego de color", explica Egido, cuya implicación en el desarrollo técnico del libro es muy parecida a la de Fernando Diego García: "En este momento estamos trabajando en un libro de 'coplas' de Omar Jayam. El ilustrador, un iraní genial que expone su obra en galerías y museos de todo el mundo, quiere ilustrar cada página, como quien ilumina un manuscrito antiguo. Nosotros encantados, pero son muchas páginas y no tiene la vida entera para hacerlas. Antes nos pidió un formato más grande, lo que nos llevó a estirar la selección, a traducir más coplas para que hubiese cuatro por doble página, ordenadas por rima. Como no llenamos del todo, hay que sacar poemas y páginas si queremos mantener la unidad formal, rehacer la selección… Vamos, que ¡nos está haciendo trabajar!".