Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES

Literatura con mayúscula y la vida muelle

La escritura siempre me ha parecido algo más cercano a lo que se propone la resistencia de materiales

El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro.

El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. / EPE

Los autores (también -as y -os) importantes o destacados -por fama, por ventas, por glamur, por narices, por bocazas- pasan a la historia de la literatura a poco que se crea una pizca en la historia y se crea casi nada en la literatura. Las obras, en cambio, creo yo así, abuela pluma [sic], pasan, si es que pasan, a la literatura sin más. Dejan algunas obras un rastro, una traza, una huella, en esa delgada línea coja, en ese tobogán de ida y vuelta, en ese pulso con las formas y el lenguaje, que es la escritura que convencionalmente hemos dado en llamar, casi siempre con la presencia de la peligrosa mayúscula, "la Literatura" (no se queda ahí el comité técnico de árbitros literarios, el VAR de las jugadas dudosas, la norma general de etiquetado, presentación y publicidad, que tiende siempre a anteponer a la etiqueta un enorme Gran o un musculoso Alta porque su mayusculidad o mayusculismo les parece poco explícito).

La Literatura se nutre de los cálculos que hacen los ingenieros de caminos, canales y puertos. Señalan estos profesionales la mejor manera de seguir caminos bien asfaltados, con un mantenimiento contrastado a lo largo del tiempo, con una señalización abundante y precisa, con una rigurosa línea continua que garantice una conducción solvente, y con arcenes amplios para los posibles momentos de riesgo controlado.

Señalan y construyen canales de diseño, estructuras en las que canalizar o acanalar los posibles torrentes o corrientes que amenazan con desbordar los límites preestablecidos (¿queremos decir los géneros? Queremos, sí. Y lo decimos). Señalan, en fin, la mejor manera de llegar a buen puerto, a un puerto seguro al que se accede por una tranquilizadora bocana (boca de de ), a resguardo de las inclemencias, con diques que garanticen la seguridad, y a ser posible con un faro que guíe desde la lejanía y que impida embarrancar o encallar.

La escritura, en cambio, siempre me ha parecido algo más cercano a lo que se propone la resistencia de materiales. Llevar a estos al máximo de tensión: "La resistencia de un elemento se define como su capacidad para resistir esfuerzos y fuerzas aplicadas sin romperse, adquirir deformaciones permanentes o deteriorarse de algún modo" (Wikipedia®).

Julio Ramón Ribeyro lo definió a la perfección en La tentación del fracaso, título de uno de sus libros más redondos. Escribió allí, de manera clarividente: "No perder nunca de vista: en la literatura todo es convencional, en la novela no hay reglas, en la prosa caben todas las formas del lenguaje". La escritura es un puerto de montaña, una carretera con curvas cerradas y pendientes peligrosas. Un tsunami imposible de canalizar. No acepta la escritura un pantalán de tergal bien planchado. No acepta muelles ni un colchón mullido. En la escritura, el que quiere atracar en lugar seguro es un atracador. ¡Manos arriba!