ENTREVISTA
Eileen Myles, escritora: "En Estados Unidos tenemos que elegir entre un lunático y un genocidio"
En una breve visita a España, la autora de 'Chelsea Girls', libro de culto 30 años después de su publicación, reflexiona sobre la política actual, su vida, su trayectoria y cómo concibe ella la escritura, a la que vive entregada
La portada de la edición española de Chelsea Girls (Las afueras) está ilustrada igual que las del resto de países en los que se ha publicado, con una fotografía de su autora, Eileen Myles (Cambridge, Massachusetts, EEUU), tomada por Robert Mapplethorpe una mañana, en Nueva York, en la década de los setenta.
Myles llevaba poco tiempo allí, viviendo. Se había mudado hacía sólo unos años, cuando supo que quería ser poeta, escritora, dedicar su vida a eso, y tuvo clara, también, su identidad. Venía de un entorno católico, homófobo, muy convencional, padre alcohólico, madre entregada al cuidado de su familia.
En Manhattan, vivió en las precarias condiciones propias de la época, salvaje en lo social y en lo cultural, experimentó con las drogas y el alcohol, con el sexo y las palabras. Empezó a escribir la novela que varias décadas después la haría famosa (en español se ha traducido a los treinta años de su primera aparición) durante un viaje a México en el que celebraba, entre otras cosas, haber conseguido estar sobria.
Allí sentada, rodeada de hippies mexicanos y europeos borrachos, mientras rellenaba postales para sus amigos, tuvo una revelación: así sería ese libro, como postales de momentos diferentes de una vida.
Aunque tardó tiempo, mucho, en encontrar un editor, pues todos consideraban que esas historias protagonizadas por un personaje llamado Eileen no se sostenían, finalmente dio con él, o él con ella, y nosotros, sus lectores, pudimos escucharla, por fin, su voz, poderosa y única.
P. Treinta años después de la publicación de Chelsea Girls y bastantes más desde su escritura, es un referente para la comunidad joven queer en todo el mundo. ¿Eso le genera presión, responsabilidad?
R. No, creo que no, es algo que siempre he evitado. Hubo un momento en el que, si eras queer, se suponía que sólo podías escribir sobre cosas queer, era como si tuvieras una cierta responsabilidad.
P. ¿Quiere decir que querían que escribiera sólo sobre eso?
R. Había una expectativa, pero no pasaba sólo conmigo, era algo colectivo. Se suponía que si eras gay debías escribir sobre cosas raras, de las que no se puede escribir. Pero yo siempre he sentido que escribir es un acto de libertad, incluso el hecho de decidir, en un momento de tu vida, que serás escritora, que vivirás de cierta manera. Me educaron en el catolicismo, fui a una escuela católica y, después de que me dijeran cómo comportarme en uniforme, no voy a dejar que nadie me diga que sea un tipo de persona determinada. Edward Albee [dramaturgo, autor de ¿Quién teme a Virginia Woolf?] asistió a un encuentro sobre escritura gay, era uno de los oradores principales, y se puso delante de todos y dijo: "No soy un escritor gay, solo soy un escritor". Fue muy ofensivo, como si les dijera a todas esas personas queer que le estaban honrando que no era como ellas. Así que, no sé… Tengo 74 años, mi vida es diferente ahora, no es que no tenga relaciones sexuales, pero no es lo más importante del mundo, como cuando tenía 20 y 30 años, siento que no tengo que escribir sobre ello.
P. Es curioso cómo tendemos a etiquetarlo todo, a categorizarlo.
R. Sí, sí, sí.
P. ¿Qué opina de las etiquetas? En la literatura y en la vida real.
R. Bueno, creo que es como un título. El título de un poema es una etiqueta. También creo que necesitamos etiquetas para ordenar la realidad porque, de lo contrario, ahora más que nunca, es demasiado. Pero, por otro lado, como artista, siento que tenemos que complicarlo un poco. Cuando Allen Ginsberg fue a Rusia, estaban entusiasmados con el gran poeta radical revolucionario, hasta que dijo: "Soy gay". Casi lo echan. Hace unos años, se celebró un encuentro entre artistas y todo el mundo esperaba que mi amigo Roberto Bedoya diera el discurso del buen chico chicano, pero se levantó y habló de ser homosexual. Es como si las etiquetas estuvieran ahí para que las difumináramos y estropeáramos, es parte del proceso.
P. Ha dicho que escribir es un acto de libertad. ¿Cuándo sintió esa libertad por primera vez?
R. Creo que simplemente la tenía. Para mí, lo más difícil de escribir no es el contenido, es la forma, averiguar quién cuenta la historia y cómo suena, cuál es su ritmo y por dónde empieza. En mis libros, uso mi propio nombre, aunque es un personaje. ¿Por qué no utilizar el material más cercano? Crecí en un entorno homófobo, pensaba que era rara y quería ser normal.
P. Sí, pero ¿qué es lo normal, qué es la normalidad?
R. ¿Verdad? No lo sé. De niña era un poco masculina, era marimacho, y me sentía avergonzada por las monjas, porque me peleaba en el patio de la escuela y las chicas no tenían que meterse en peleas. Pensaba que había algo malo en mí. Y cuando empecé a ver en mí eso que tenía cierto parecido con lo lésbico, lo rechacé. Viajé por Europa cuando tenía 21 años, todo el mundo pensaba que era lesbiana y no me gustó. Hasta que no llegué a Nueva York y tuve amigos gays, no me di cuenta de que había toda una comunidad. Hubo una lucha para aceptar esta sexualidad como mía. Pero, una vez que lo hice, todo cambió: ya era poeta, estaba en Nueva York, me enamoré de una mujer… Tenía mucha más energía para poder escribir, sentí que formalmente estaba abriéndome. Empecé a vivir de dentro hacia fuera. Para mí, fue algo estético y cultural.
Crecí en un entorno homófobo, pensaba que era rara y quería ser normal, creía que había algo malo en mí. Y cuando empecé a ver en mí eso que tenía cierto parecido con lo lésbico, lo rechacé
P. Hablando de estética, de forma, en su obra, lo ha dicho antes, usa material sacado de su propia vida. ¿Por qué tomó esa decisión?
R. No pensé demasiado en ello, solo pensaba en escribir, lo principal para mí era eso. Y, luego, simplemente me pareció que ese tipo de ficción, o de no ficción, era justo el camino. Pero no vi ninguna distinción, estaba realmente convencida de que no había ninguna distinción. Si elegía llamarlo ficción, era mi derecho como artista. La primera vez que me publicaron, no recuerdo si lo hicieron como ficción o no ficción, no creo que me importara.
P. Eso es, ¿qué importa?
R. Sí, exactamente. Pienso en el cine de una manera más primaria que en la literatura y con una cámara no distingues entre ficción y no ficción.
P. Pero en la literatura sí tenemos esa distinción.
R. Sí, creo que la literatura es un arte más conservador.
P. Estoy de acuerdo.
R. Y también tiene que ver con las nacionalidades, literatura estadounidense, española, china... Y, luego, con el mercado y la academia. A la academia le gusta estudiar de maneras específicas y al mercado le gusta vender cosas. Si deciden que las memorias están de moda, ¿por qué no decir que son memorias? Ya sabes, podríamos venderlo mejor... La mayoría de nuestros movimientos más importantes han sido nombrados, definidos por periodistas.
P. Los beat, por ejemplo.
R. Sí, ellos no se llamaban así, no.
P. Al leer Chelsea Girls, tuve la sensación de que usted, su autora, estaba frente a mí, hablándome, a mi lado. Lo que me lleva a preguntarle qué es la escritura para usted, cómo la concibe.
R. Concibo la escritura como una escucha. Tengo la sensación de que hay un orador, me siento así cuando escribo, tomo el dictado, escucho lo que hay dentro de mi cabeza.
P. ¿Y se reconoce en esa voz?
R. Sí y no. No soy exactamente yo, por eso puedo decir lo que quiera. Una de mis abuelas estuvo en un hospital psiquiátrico, ella era muy especial para mí. Cuando empecé a escribir poesía y a sentir esa especie de escucha, tenía miedo de volverme loca, siempre me asocié con ella.
P. No, pero es algo mágico, así lo entiendo yo, al menos.
R. Es como si los escritores fuéramos como hospitales para soñadores. Lleva años entender lo fácil que es. Lo que no es fácil es sentarse y hacerlo, sacar tiempo. A medida que vas cumpliendo años, labrándote una carrera, vas teniendo menos tiempo y más motivación. Estar aquí, hablando contigo, es genial, pero no estoy escribiendo. Es como si la carrera no reforzara el trabajo.
P. ¿Le cuesta sortear los límites de qué compartir y qué no al escribir?
R. Sí. El instinto es como una carretera, sabes que tienes distintas opciones, pero no tienes tiempo de pensar en ello, has de moverte rápido. Obviamente, puedes tomar desvíos y a veces hasta tienes la sensación de haber caído en un precipicio.
P. ¿Y cómo se siente cuando cree que ha cruzado una línea?
R. ¿En qué sentido?
P. Que ha ido demasiado lejos.
R. Es lo que tiene de bueno, tú como escritora lo sabes, nos ponemos manos a la obra, editamos, volvemos sobre ello… Siento que es como una clase de yoga, cada vez que escribo un texto, esa sensación de energía que permanece. Siempre se trata de mover la energía de un lado a otro, es algo que siento especialmente al escribir poemas, pero sobre todo en las lecturas de poesía.
P. ¿Y cómo gestiona la vulnerabilidad al escribir?
R. ¿Qué quiere decir?
P. Bueno, si alguna vez se ha sentido culpable por haber escrito algo que quizás no debía.
Vuelvo al cine. Es como si no quisieras desperdiciar demasiada película, tienes que saber cuándo pulsar el botón y cuándo no. En eso se ha convertido, en parte, mi escritura, así funciona. No creo haber dicho mucho que no debiera. Por ejemplo, nunca escribiría historias de mi familia, no tengo derecho a hacerlo.
Siempre he sentido que escribir es un acto de libertad, incluso el hecho de decidir, en un momento de tu vida, que serás escritora, que vivirás de cierta manera
P. En la entrevista que Ben Lerner le hizo para The Paris Review, habla de la muerte de su padre, cómo la vivió, lo que la impactó. Me pregunto qué papel tiene la muerte en su vida, cómo se relaciona con ella.
R. Es parte de mi forma de pensar. Si has experimentado la muerte de joven, es una parte de tu psique. Siento que está en mi chakra. Mi padre murió cuando yo era una niña, un día normal, de escuela, y luego la muerte abrió un agujero en mi vida. Así que siento que es una gran parte de mí. Aunque al ir cumpliendo años es más extraño, como si el agujero que hay en la habitación fuera mucho más grande, está mucho más cerca de ti. Es muy extraño vivir con la certeza de tu propia muerte.
P. ¿Tiene miedo de morir?
R. No exactamente. Mira lo que está pasando en Palestina, están quemando a la gente viva. ¿Cómo puede alguien creer que eso es Israel defendiéndose? Esto es absolutamente real, y lo tenemos que parar.
P. Ahora que habla de Palestina, ¿qué piensa de la política actual, usted que en 1992 fue candidata independiente a la presidencia de EEUU?
R. Estamos en un lugar terrible, terrible, terrible. La democracia simplemente no existe. En EEUU tenemos que elegir entre un lunático y un genocidio. Creo que votaré por los verdes, un voto a favor de otro sistema. No hay un lugar seguro, no podemos pensar que estaremos a salvo deteniendo a Trump. Estamos en un lugar muy patético, en el sentido negativo del término, obsceno, en la política estadounidense, pero también a nivel mundial. La UE y todas esas agencias gubernamentales no pueden impedir que se produzca un genocidio justo delante de nosotros. Es un muy mal momento.
P. ¿Y cree que el arte puede influir, cambiar las cosas? ¿Qué efecto tiene el arte en nuestras vidas?
R. El arte da forma a las mentes de las personas, llama su atención. El arte crea una apertura, y esa apertura puede provocar muchas cosas.
P. Te hace pensar.
R. Sí, sí. Te hace recordar que puedes pensar y decidir. Me refiero incluso a las decisiones más simples, como ir o no a ver una película.
P. En Chelsea Girls, escribe: "El miedo a no ser entendido es el miedo más grande". ¿Es su escritura una forma de ser entendida, escribe para que la entiendan? No sólo por parte de los lectores, también entenderse a sí misma.
R. Sí, creo que sí. Conocerme a mí misma y también que sepas lo que he visto y vivido. El acto de escribir es el acto de hacerse entender a una misma y, por lo tanto, tal vez a los demás.
P. Se cierra el círculo.
R. Sí.
P. Para acabar, otra cita de Chelsea Girls: "No se puede contar una historia que no quiere ser contada". ¿Cómo sabe que una historia quiere ser contada, que debe contarla?
R. Es como estar sentado en una habitación donde la gente habla y tú piensas: ¿Cómo puedo ser parte de esto? Entonces, empiezas a pensar en cosas que podrías decir que se sumarían a lo que dicen y se basarían en su conversación. Y creo que el momento liberador es cuando te das cuenta de que, de hecho, estás pensando en algo, estás teniendo una idea. Luego, siento que necesito expresar ese pensamiento. Las cosas que he escrito vienen de esa manera. Es como si las historias se eligieran solas, y luego tienes que obedecerlas o desaparecerán.
P. Así que es como una médium.
R. Sí, sí.
P. Es una forma hermosa de describirlo, y de acabar.
R. Gracias.
'Chelsea Girls'
Eileen Myles
Traducción de Flor Braier
Las afueras
288 páginas. 22,95 euros
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