Opinión | BOTÓN DE NÁCAR
Ali Smith y las bibliotecas públicas
Entre relatos de ficción, la autora intercala testimonios de distintas personas sobre esos «lugares donde escapar»

La escritora Ali Smith, autora de 'Biblioteca pública'. / EPE
En 2015, ante la cantidad de bibliotecas públicas que cerraban o se reconvertían en bares, hoteles u otros negocios, decidió que el libro de relatos en el que estaba trabajando y para el que aún no tenía título se llamaría así: Biblioteca pública. Llega ahora a España con traducción de Magdalena Palmer para Nórdica. Ali Smith decide el título en un paseo-charla con su editor en el que dan con un trampantojo: un edificio con apariencia de lujo pero «con la palabra BIBLIOTECA escrita sobre sus puertas».
Era en realidad un hotel, un lugar para eventos, con salón de belleza, terraza y «acceso a libros singulares de biblioteca». Entre las piezas de ficción de este volumen, intercala testimonios, impresiones de distintas personas sobre las bibliotecas públicas: «qué opinan […] de su historia, de su importancia y del reciente aluvión de cierres». (También Zadie Smith escribió sobre la importancia de las bibliotecas en su vida en algunos de los ensayos de Con total libertad).
En el libro de cuentos de Smith hay muchas historias personales emocionantes e iluminadoras sobre bibliotecas. Son por supuesto lugares donde hay libros gratis, eso significa acceso a cultura y conocimiento, y también son «el único lugar donde puedes presentarte sin más, un lugar gratuito y democrático donde puede entrar cualquiera y estar allí sin necesidad de dinero [...]. Con personas de todas las edades». Son «lugares donde escapar».
Además de estos textos, a modo casi de viñetas, de miniaturas de memoria sentimental e historia social de la biblioteca pública -entre sus contribuyentes está Sophie Mayer, que dedicó un poemario a heroínas contemporáneas de televisión, TV GIRLS; destaca Buffy, quien entre sus armas para combatir a los vampiros cuenta con el carnet de la biblioteca-, están los cuentos. En casi todos aparece una biblioteca, pública o de archivo a la que se va a investigar, los libros y los escritores son la materia principal de algunos de los relatos.
Hay ciertas continuidades, más allá de los libros, Katherine Mansfield y D.H. Lawrence se dan el relevo como protagonistas de una de las dos tramas que construye el relato en el que salen; hablar con muertos es algo que aquí sucede con normalidad, sea el muerto el padre de la narradora o el fantasma de la escritora neozelandesa. Hay un guiño a lo sobrenatural presentado en su versión más cotidiana sin que eso le robe poesía: pienso en el cuento en que a la protagonista le crece un rosal en el pecho. Hace un perfil de una poeta del siglo XX olvidada y un retrato de Debbie, una compañera de clase de Smith que no gozaba de la simpatía del profesor de lengua.
La muerte es otro de los asuntos, la del padre o la falsa muerte de uno de los personajes, del que cada 10 años se dice que ha muerto a pesar de estar él vivo. También aparecen asuntos lingüísticos convertidos en materia literaria -Smith le guiña un ojo mientras le lanza un beso a Lydia Davis desde Inverness-. Los cuentos de Ali Smith a veces son como las fotos de fotomatón del alma humana: un poco frías, tan idénticas a como somos que nos cuesta reconocernos. Es implacable y tierna, juega con las palabras y siempre tiene humor. Ojalá sus libros estén en las bibliotecas públicas.
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