REPORTAJE
El audiolibro, cuando el futuro de la literatura nace del pasado
Las grandes editoriales han incorporado a sus catálogos audiolibros, una iniciativa impensable sin los avances tecnológicos, que hace que el futuro de la literatura esté más cerca que nunca de su pasado

La escritora Neus Arqués, grabando uno de sus audiolibros. / Danny Caminal
"Primero el pergamino, luego el códice y la Biblia de Gutenberg. ¿Y ahora el libro electrónico?", se preguntaba la periodista Dinitia Smith desde las páginas de The New York Times, antes de sentenciar: "casi nada causa más ansiedad en el mundo editorial que la idea de que los libros tal como los conocemos puedan algún día ser reemplazados por e-books". Corría 1999 y la aparición de los primeros dispositivos electrónicos, acompañados de un catálogo de títulos más o menos surtido y atractivo para los lectores, generaba incertidumbre entre los profesionales del mundo editorial.
"¿Desaparecerán para siempre los libros de papel, con su olor y tacto distintivos, la intimidad especial, casi mística, que pueden generar entre el escritor y el lector? Y si es así, ¿cómo será la experiencia de la lectura en el siglo XXI?", volvía a cuestionarse Smith que, unas líneas más adelante, era tranquilizada por Tom Rhinelander, trabajador de Forrester Research Inc., empresa tecnológica que estudiaba el fenómeno de los libros electrónicos: "El mercado no ha evolucionado en un año. La razón fundamental es que, hoy en día, la gente que lee libros físicos no tiene ningún problema con ellos".
Casi dos décadas después, el libro impreso continúa siendo uno de los inventos mejor diseñados de la historia de la Humanidad. No obstante, el desarrollo del libro digital ha cambiado la experiencia de lectura y ha transformado el mundo editorial, aunque no exactamente en la dirección que aventuraba Dinitia Smith. Tal y como explicaba Alexandra Suich en el ensayo From Papyrus to Pixel publicado por The Economist en 2014, "en la última década, la gente se ha desvivido por predecir la muerte de los libros, de los editores, de los autores y de las librerías, incluso de la lectura misma. De todos los que se creía que estaban en peligro, solo las librerías han sufrido daños graves".
Diez años más tarde, las previsiones de Suich no han hecho más que confirmarse. El número de librerías físicas sigue menguando y el libro digital, lejos de desbancar al libro físico, ha aprendido a convivir con él. No obstante, lo que nadie, ni siquiera Suich contemplaba en su ensayo era que, como en las buenas carreras de caballos, aparecería un tapado, ese pingo por el que nadie apostaba un mango y que, poco a poco, va remontando hasta colocarse entre los puestos de cabeza: el audiolibro.
Érase una vez…
Deslumbrados por los avances tecnológicos, los más agoreros no repararon en que al libro digital le saldría un competidor que no apelaba al futuro de la literatura, sino a su pasado más lejano: la oralidad. Después de siglos comercializando la Ilíada o la Odisea como libro impreso, las editoriales no apostaban precisamente por una versión de las epopeyas homéricas con ilustraciones animadas y efectos de sonido, sino por una edición que se parecía más a como se transmitieron tradicionalmente esas historias: recitadas en hexámetros dactílicos.
En todo caso, el fenómeno no es nuevo. Desde la aparición de los soportes sonoros, los responsables de las compañías de discos se empeñaron en dejar para la posteridad tanto las voces de escritores y poetas consagrados como las narraciones folclóricas orales que, de otra manera, se habrían perdido.
Posteriormente, el desarrollo de la cultura popular hizo que el catálogo se fuera despegando de lo académico o lo erudito y, en el caso de España, además de las colección Grandes poetas del sello Fidias de los años 60, la compañía Bruguera lanzó en los 70 una colección de singles de vinilo con cuentos clásicos de Disney y, el sello Acción de Manolo Díaz puso a la venta en esa misma época los Libros Sonoros Pala, en cuyos discos participaron locutores de renombre, músicos de grupos como Aguaviva, Tickets o Vainica Doble y cuyos libros estaban ilustrados por Iván Zulueta, Josep Maria Beà y Juan Carlos Eguillor.
A finales de los 90, Alfaguara hizo un tímido intento de popularizar los audiolibros, poniendo a la venta en formato casete un número muy limitado de títulos
Unos años más tarde, a finales de los años 90, Alfaguara hizo un tímido intento de popularizar los audiolibros, poniendo a la venta en formato casete un número muy limitado de títulos. Entre ellos se encontraban La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso narrado por su autor, El viaje a ninguna parte contado por Fernando Fernán Gómez, El dueño del secreto de Antonio Muñoz Molina leído por Joaquín Climent o Un asunto de honor de Arturo Pérez-Reverte relatado por José Sacristán.
A pesar de todo, el experimento no llegó a funcionar. Además de que el casete estaba ya dando sus últimas bocanadas en beneficio del CD, novelas como La sonrisa etrusca, que también se editó en ese formato, requería nada menos que siete casetes para poder ser escuchada íntegramente. Por si no fuera bastante, el mundo literario erudito recibió la iniciativa con cierto desdén, por entender que la literatura era una experiencia individual e introspectiva, que perdía solemnidad al ser narrada por un tercero.
A pesar de ello, a principios de los 2000, el Círculo de Bellas Artes volvió a intentar la aventura oral editando La voz del poeta, una colección de CD's en los que autores como Caballero Bonald, José Ángel Valente o Allen Ginsberg leían sus propios poemas. Si bien la recepción fue mejor, no dejaba de ser una propuesta minoritaria que nunca llegó al público masivo y generalista.
El audiolibro moderno
Habría que esperar a 2014 para que el audiolibro como lo conocemos actualmente, sin soporte y en forma de archivo digital MP3 o streaming, empezase a popularizarse hasta convertirse en el fenómeno que es hoy en día. Ese año, Penguin Random House puso en marcha su división Penguin Audio, con un primer lanzamiento de 17 títulos. Tres años después, Planeta haría lo propio ofertando 45 audiolibros. Hoy en día, el catálogo de Planeta abarca ya más de 3.000 libros y crece a un ritmo de 500 títulos anuales, mientras que el de Penguin superará, a finales de 2024, los 6.000 libros, lo que lo convierte así en el catálogo de audiolibros más grande en lengua hispana.
Hoy en día, el catálogo de Planeta abarca más de 3.000 audiolibros, mientras que el de Penguin superará, a finales de 2024, los 6.000 títulos, siendo el más grande en lengua hispana
"Cuando empezamos, entre esos 17 títulos se encontraban best sellers como La casa de los espíritus de Isabel Allende, Dime quién soy de Julia Navarro o La catedral del mar de Ildefonso Falcones —recuerda Ángela Álvarez, Directora de Penguin Random House Audio—, pero, en la actualidad, el criterio para hacer un audiolibro es que el título sea suficientemente popular para justificar la inversión que supone. De hecho, ahora publicamos muchos libros sabiendo que no serán grandes superventas inmediatos, pero con el deseo de construir un catálogo de gran calidad en el que todos los lectores puedan encontrar a sus autores favoritos".
En el caso de Planeta, la apuesta de la compañía abarca autores tan diversos como Tolkien, Marian Rojas Estapé, Dolores Redondo, Ruiz Zafón, María Dueñas, Paul Auster, Murakami o el que tal vez sea el lanzamiento más importante de la editorial, el Premio Planeta y el finalista. "Esos dos lanzamientos en concreto suponen un gran esfuerzo por parte de todos los implicados, ya que solemos producirlos en menos de un mes", explica Laura Guilera, Responsable del Catálogo Audio del Grupo Planeta, que considera que casi cualquier libro puede ser susceptible de convertirse en audiolibro.
Estamos trabajando con el departamento de cómics para explorar la posibilidad de lanzar la versión audio de algunos de sus títulos
"Si bien procuramos publicar todas las apuestas del grupo en audiolibro, dando prioridad a que las novedades se publiquen en simultáneo con el libro de papel y el e-book, en Planeta publicamos libros de ficción y de no ficción, incluyendo la poesía y los audiolibros infantiles. De hecho, no descartamos ningún tipo de libro excepto aquellos en que la escucha se podría hacer pesada, como los libros de recetas, o aquellos en que prima la ilustración. De todos modos, estamos trabajando con el departamento de cómics para, por ejemplo, explorar la posibilidad de lanzar la versión audio de algunos de sus títulos".
El texto manda
Una de las ventajas del libro digital respecto del libro físico es el abaratamiento de los costes. Pagados los derechos de autor, maquetación y traducción en caso de que la haya, no precisa de impresión, no genera gastos de distribución, tampoco hay devoluciones ni ejemplares defectuosos y, desde el punto de vista de la responsabilidad social corporativa, es un producto más sostenible. En el caso del audiolibro, sin embargo, la situación es diferente porque, si bien los costes de impresión y distribución desaparecen, son sustituidos por otros que no son precisamente bajos.
"Es verdad que estamos hablando de un entorno absolutamente digital y que, al no haber dispositivo físico, la distribución es más fácil de gestionar, pero el trabajo del narrador y del técnico de grabación en cuanto a tiempo no ha cambiado. Los narradores tardan a veces más del doble de tiempo del que figura como duración final del audiolibro porque es muy difícil no trabarse ni pronunciar mal y continuamente están parando y corrigiendo lo que no ha quedado bien", explica Laura Guilera, que apunta que esos costes también varían según el modelo de audiolibro que se desee producir.
El perfil del lector de audiolibros es, en general, más joven, más tecnológico y menos predominantemente femenino que el lector de papel
"Cuando valoramos un texto para ser llevado a audiolibro nos centramos en la voz narrativa del propio texto. La mayor parte de los libros requieren una sola voz, pero otros tienen diversos personajes narrando en primera persona y entonces solemos grabar con diferentes narradores que, en ocasiones, pueden ser sus propios autores. Por otra parte, en los audiolibros normalmente no se pone ambientación ni música porque pretendemos que el lector sienta como si estuviera leyendo el libro en voz alta, no como si estuviera escuchando una película, cosa que se consigue con las ficciones sonoras, que suelen producirse a partir de un guion basado en el libro y son bastante más cortas. De todos modos, en libros de meditación, por ejemplo, sí que suele haber ciertos sonidos o músicas que acompañan en la escucha".
El respeto al texto es también la máxima del departamento de audio de Penguin y lo que decanta el tipo de audiolibro a producir. "Intentamos ser fieles a la historia y al autor, por lo que normalmente un libro será leído por un solo narrador, pero si las voces narrativas de un libro son varias, esto se reflejará también en las distintas voces que leerán cada uno de esos capítulos —explica Ángela Álvarez, cuyo grupo también ha apostado en ocasiones por las dramatizaciones—. Aunque no es muy habitual, lo hemos hecho en nuestras premiadas producciones de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y La casa de Bernarda Alba y también incorporamos música y efectos en el caso de los audiolibros infantiles".
Heredero directo de la tradición oral, el audiolibro no busca ser un sucedáneo de la lectura solipsista, ni una herramienta limitada a personas con discapacidad visual, sino una forma más de disfrutar de textos clásicos o contemporáneos. Prueba de esto es la variedad de públicos que acceden a ellos, bien a través de compras de títulos individuales, packs de varios libros o suscripciones a plataformas de contenidos, como Audible, propiedad de Amazon, Apple Books o Spotify, recientemente incorporada a este sector y que, lejos de canibalizar las audiencias de sus competidores, ha multiplicado el número de usuarios de audiolibros hasta hacerlo crecer el 28% en EEUU .
"Si bien es cierto que recientemente hemos llegado a un acuerdo con la ONCE para facilitar el acceso a nuestro catálogo a sus socios, al contrario de lo que se suele pensar, el perfil del lector de audiolibros es, en general, más joven, más tecnológico y menos predominantemente femenino que el lector de papel", explica Ángela Álvarez, y Laura Guilera completa el perfil del consumidor de audiolibros: "suelen ser ya buenos lectores que descubren en el audiolibro un tiempo extra de lectura, ya que el uso de estos formatos es muy aconsejable para cuando estamos circulando o realizando tareas domésticas".
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