REPORTAJE

James Dean, espejo de una generación

Casi setenta años después de su trágica muerte, una vibrante biografía de Paul Alexander, veterano periodista del 'New York Times', recupera la figura del actor, paradigma de la rebelión juvenil que tiñó de escepticismo la sociedad estadounidense de la posguerra

El actor James Dean.

El actor James Dean. / EPE

Claudio Utrera

James Dean. El bulevar de los sueños rotos (Cult Books, 2024), escrito por el veterano periodista del New York Times y del Village Voice Paul Alexander, constituye una de las más prestigiosas biografías de las muchísimas que se han editado del legendario actor estadounidense (Indiana. EEUU, 1931/California. EEUU, 1955) desde su fallecimiento hace casi siete décadas a causa de un accidente automovilístico. En su eterno retorno, el gran ídolo juvenil de los cincuenta sigue alimentando la curiosidad de historiadores, poetas, sociólogos y críticos en su empeño por desentrañar el misterio que encierra su mítica figura.

La de Dean fue, sin duda, una carrera artística de muy corto recorrido, aunque de enorme trascendencia para la historia del cine moderno. Solo tres largometrajes como protagonista y media docena de apariciones episódicas en filmes dirigidos, entre otros, por Douglas Sirk y Sam Fuller, así como numerosas intervenciones, no todas acreditadas, en algunas de las series televisivas más populares de la década de los cincuenta del pasado siglo, integran su brevísimo recorrido profesional.

Pero fue su magnética composición del joven y atormentado Cal Trask en Al este del Edén (1955), un agrio y tenso melodrama dirigido por Elia Kazan, que se hizo, entre otros muchos galardones, con la Palma de Oro de Cannes, el verdadero punto de inflexión que transformaría su aún embrionaria trayectoria actoral en el mejor salvoconducto para ingresar con pleno derecho en el hall of fame de Hollywood, ese santuario exclusivo ocupado por los grandes iconos de la pantalla a los que ni la muerte ha podido impedirles que perduren en el imaginario de varias generaciones de espectadores como paradigmas de la oposición a un determinado sistema de valores.

Un intérprete inclasificable

James Byron Dean, popularmente conocido como James Dean, fue, por encima de todo, un intérprete inclasificable, tímido, melancólico, vulnerable y de gesto desvalido, cuya escasa filmografía nunca fue un obstáculo para que llegara a ostentar, tras su fallecimiento, el récord de ser la estrella hollywoodiense más influyente y admirada de la historia, superando incluso a Elvis Presley y a la flamígera y exuberante Marilyn Monroe, otras de las dos figuras más famosas de la cultura pop norteamericana.

James Dean en ‘Gigantes’ (1956), de George Stevens.

James Dean en ‘Gigantes’ (1956), de George Stevens. / Archivo

Seguidor impenitente del método Strasberg, se empleó a fondo, como Marlon Brando, Steve McQueen o Paul Newman, sus más brillantes compañeros de filas, en el complejo ejercicio de la introspección aportando a sus trabajos una intensidad dramática inusitada, a pesar de que en algunos momentos se traicionara a sí mismo abandonándose al irritante juego del ensimismamiento, la sobreactuación y el narcicismo, tres de las trampas más comunes en el canonizado método ideado por el Actor's Studio de Nueva York, del que Dean fue uno de sus más aventajados discípulos.

Nunca conoceremos lo que podría haber hecho de no haber sido víctima de su irreprimible pasión por la velocidad en aquella tórrida mañana de septiembre en la que perdió su vida, pero lo cierto es que su mito seguirá perviviendo a través del tiempo encarnado en los tres personajes cinematográficos que le hicieron mundialmente célebre, personajes a los que les imprimió un sello tan personal que cuesta disociarlos del que siempre representó en la vida real. De ahí que al evocar ahora su memoria, transcurridos casi setenta años de su desaparición, los contornos que delimitan el ámbito propio del actor y el del mito hayan quedado virtualmente desdibujados, sin posibilidad alguna de determinar dónde empieza el primero y dónde el segundo; dónde acaba la realidad y dónde comienza la leyenda.

El protagonista de ‘Al este del Edén’ fue un seguidor impenitente del método Strasberg, con una intensidad dramática inusitada

Hijo de un médico de religión cuáquera y de una madre metodista, el joven Dean sufrió, desde su más temprana infancia, los embates de una educación familiar sembrada de prejuicios y de un clima caldeado por las constantes disputas domésticas, lo que contribuyó en gran medida a definir su carácter marcadamente introvertido, apocado y escurridizo, al tiempo que contribuía a moldear una sensibilidad que, años más tarde, le permitiría desarrollar una corta pero relevante carrera en los escenarios y en la pantalla bajo la batuta de tres eminentes maestros del Hollywood más incisivo y demoledor: George Stevens, Elia Kazan y Nicholas Ray, tres cineastas que supieron explorar con inteligencia, audacia y vigor la peculiar vena artística que ofrecía el que, algún tiempo después, se transformaría en uno de los ídolos masculinos más representativos y venerados de la cultura popular del siglo XX.

Despegue

Aunque llegó a interpretar pequeños papeles en filmes como ¡Vaya par de marinos! (1951), de Hal Walker y en Has Anibody Seen My Gal (1953), de Douglas Sirk, tras una fugaz aparición en Fixed Bayonets (1951), de Sam Fuller, su despegue real llegaría tras interpretar al joven atormentado protagonista de Al este del Edén, una sobria y muy personal adaptación de la novela homónima de John Steinbeck, coprotagonizada por una Julie Harris, un Raymond Massey y un Burl Ives superlativos, con la que Kazan vuelve de nuevo a profundizar en los orígenes del puritanismo americano a la luz de los consabidos conflictos generacionales. Ese mismo año, y bajo las órdenes de Nicholas Ray, se introduce en la piel de otro joven frágil e inadaptado que intenta escapar del represivo entorno familiar refugiándose en los brazos de Natalie Wood -otro ídolo juvenil desaparecido en extrañas circunstancias- y en rendida y desinteresada amistad de un entrañable compañero de instituto que muere por salvarle.

El estreno de Rebelde sin causa, en la que aparecería junto al también malogrado actor Sal Mineo, al igual que el de Gigante (1956), un drama rural de George Stevens en el que comparte protagonismo con Liz Taylor, Rock Hudson y Caroll Baker, tendría lugar semanas después de que Dean abandonara, brutal e inesperadamente, el mundo de los vivos, a sus veinticuatro años, tras pisar el acelerador de su flamante Porsche Spyder cuando se dirigía a participar en una prueba automovilística. Allí, visiblemente enamorada, le aguardaba Pier Angeli, una estrella italiana de luminosa belleza, frágil y de mirada taciturna, con la que mantenía un intenso romance desde que ambos se conocieran durante el accidentado rodaje de Al este del Edén y que, poco antes de cumplir los cuarenta, decidió poner fin a sus días tras sufrir una etapa profesional coronada por un interminable rosario de estrepitosos fracasos.

Fue, por encima de todo, un intérprete inclasificable, tímido, melancólico, vulnerable y de gesto desvalido

Junto a la de Marlon Brando, la de Dean fue, probablemente, la imagen más carismática de una generación que buscaba su propio encaje en una sociedad inflexible y autoritaria y, al igual que la de Brando, se transformó rápidamente en el símbolo por antonomasia de la rebeldía social en un mundo sometido a demasiadas presiones ambientales como para poder colmar las insaciables ansias de libertad de legiones de jóvenes que observaban la vida desde la atalaya de la incomprensión, el desamparo y el escepticismo.

Pero dejemos que sean las palabras de François Truffaut las que refuercen el perfil de este intérprete irrepetible: "En James Dean se ve reflejada la juventud actual, menos por las razones que se suelen citar -violencia, sadismo, frenesí, pesimismo y crueldad- que por otras infinitamente más simples y cotidianas: pudor, de sentimientos, fantasía vital, rigurosa pureza moral…, embriaguez, orgullo y pesar por sentirse ajeno a la sociedad…".

Su mirada profundamente triste y su aspecto hosco y desaliñado se convirtieron, desde su aparición por vez primero en Al este del Edén, en el más preclaro referente de una generación que no se ajustaba del todo a la inflexible escala de valores que habían heredado de una educación familiar con la que no acababan de conectar. De ahí que, seis décadas después de su óbito, su magnetismo personal siga intacto en el imaginario popular y que la leyenda que entre todos hemos engendrado nos reafirme en nuestra certeza de que, por los siglos de los siglos, James Dean seguirá personificando la utopía de los rebeldes que, con causa o sin ella, han intentado, a lo largo de la historia, hacer de este mundo que nos rodea un lugar más justo, más habitable y tolerante que el que heredaron de la rígida moral de sus progenitores.

'James Dean. El bulevar de los sueños rotos'

Paul Alexander

Cult Books Ediciones

208 páginas

19 euros