Opinión | ALTA FIDELIDAD
Septiembre: no pienso vendimiar
Aunque yo fui una niña que soñaba con septiembre, volver a ver a los amigos, estrenar chaqueta, el atasco por las mañanas escuchando la radio, ahora que me he ido inadaptando con la edad comprendo su crueldad
Hace tiempo que no me propongo dejar de fumar en enero ni leerme en verano los libros pendientes de la temporada. Economizo decepciones. Sin embargo septiembre siempre llega para recordarte que no aprobaste el curso y que tampoco lo harás éste, que no alcanzarás a leer todas las novedades que llegan estos días a las librerías, pero me da un poco igual, como cantaban Los Enemigos: “en septiembre no pienso vendimiar”.
Mi propósito para el nuevo curso es ignorar por completo que ha empezado, seré como esos soldados japoneses para los que no acabó la Segunda Guerra Mundial, aquellos rezagados que se negaron a rendirse o simplemente no se enteraron de que ya habían perdido. Yo tampoco revelaré a nadie si lo mío es pereza o ignorancia, mantendré el misterio y me pasaré el resto del año como si aún fuera agosto y yo siguiera sentada a la orilla del mar leyendo a Montaigne, Lope de Vega, Sor Juan Inés de la Cruz, Proust, Dante y un poco de Nietzsche.
En Septiembre, Los Enemigos también decían: Id a por el pan, que yo no voy a ir. Id a por las novedades, que yo quiero ir más despacio. En realidad la historia de la mítica canción es bastante triste. Al parecer Josele Santiago leyó la noticia de un chaval en Galicia que se suicidó porque no pudo soportar la presión de los exámenes de recuperación de septiembre. En la nota que dejó de despedida decía eso: id a por el pan y a por la leche, que yo no voy a ir.
La canción, publicada en el álbum La vida mata (1990) y una de las más coreadas de Los Enemigos, se acabó convirtiendo en un grito antisistema. En su letra están los rezagados japoneses, los que, como Bartleby, preferirían no hacerlo y los que directamente, por lo que sea, no van a hacerlo: “Lo he intentado de corazón, me hubiera encantado, es cierto que no tengo ninguna vocación”.
Aunque yo fui una niña que soñaba con septiembre, volver a ver a los amigos, estrenar chaqueta, el atasco por las mañanas escuchando la radio, ahora que me he ido inadaptando con la edad comprendo su crueldad. Septiembre es una soga, volver a la corbata, a la agenda que sentencia, que sabe lo que vas a hacer en cada momento, quizá por eso el boletín de novedades editoriales me excita y asusta a la vez, es una tirada de cartas del tarot, ahí está todo lo que va a suceder, las decepciones, las emociones, lo que aún no sabías, también la constatación de que el tiempo pasa, el universo se expande.
La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945 con la rendición de (casi todo) Japón, acababa de empezar el mes de septiembre y la vendimia en Francia. Dicen los que saben que aquel año produjo la que se considera la última gran añada de vino francés del siglo XX. Quizá me he precipitado con septiembre.
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