REPORTAJE

Borges y España: los orígenes literarios del genio argentino

Durante su juventud, el autor de 'El Aleph' visitó diferentes ciudades españolas, en las que frecuentó los círculos de la vanguardia de la época, publicó sus primeros escritos y comenzó a dar forma a su particular universo narrativo

Jorge Luis Borges, en la celda de Chopin en Palma de Mallorca, durante la visita que el escritor argentino hizo a España en mayo de 1980.

Jorge Luis Borges, en la celda de Chopin en Palma de Mallorca, durante la visita que el escritor argentino hizo a España en mayo de 1980. / EFE

"Atraídos por el fragor del Ultra, llegan a nuestra tertulia del Colonial varios escritores argentinos, unos muchachos jóvenes que simpatizan con las nuevas tendencias estéticas", recordaba en La novela de un literato Rafael Cansinos Assens que, a continuación, describía a uno de esos muchachos: "un joven alto, delgado, con lentes y aire de profesor. Viene de recorrer Europa en compañía de su Hermana Norah, que hace unos dibujos muy modernos. Ha estado en Alemania, es políglota y tiene un enorme fondo de cultura. Aún no publicó ningún libro, pero ya en su país se hizo notar por su colaboración en revistas literarias". El sujeto en cuestión no era otro que Jorge Luis Borges que, junto a su hermana y sus padres, se encontraba de visita por España.

En 1914, la familia Borges-Acevedo se había trasladado a Europa para que el patriarca, jubilado de manera anticipada por causa de la ceguera, se sometiera a un tratamiento contra una enfermedad ocular degenerativa que sufría y que heredaría su hijo. En Suiza, el joven Jorge Luis comenzaría sus estudios secundarios desmintiendo así —o tal vez confirmando— la sentencia de Max Aub que afirma que uno es de allí donde estudió el bachillerato y, en 1918, finalizada la Primera Guerra Mundial, los Borges-Acevedo decidieron recorrer España antes de regresar a Buenos Aires.

Primero viajaron a Barcelona, luego a Palma de Mallorca, Valldemosa, Sevilla, Granada y, por último, Madrid. En la capital se alojarían en el Hotel Americano, situado en la Puerta del Sol, 11, a escasos metros de dos de los centros culturales de la época: el Café Pombo y El Colonial. Si bien Borges acudiría a ambos locales, el ambiente del primero no fue de su gusto: "No me agradó porque Gómez de la Serna era una especie de dictador que hablaba mal de todo el mundo —recordaba el autor de Ficciones al escritor Roberto Alifano—. Cuando fui a la tertulia de Gómez de la Serna, invitado por él, me molestó, sobre todo, un pobre diablo que había, una especie de bufón profesional que concurría todos los sábados con una pulsera de cascabel en la muñeca. Gómez de la Serna lo hacía dar la mano, la pulsera sonaba, y entonces él preguntaba: 'Cascabel, cascabel, ¿dónde está la serpiente?'. Y todos los presentes se reían de esa miseria. Eso a mí me pareció muy triste. Pensé que no tenía ningún derecho a usar a un pobre hombre para lograr esa broma cruel, que más vale no recordar. Cuando yo me retiré (convencido, por otra parte, de que nunca más regresaría), Gómez de la Serna me dijo: 'Estoy seguro que usted jamás habrá visto algo como esto en Buenos Aires'. 'No, felizmente no he visto nada parecido', le contesté yo".

El Café Pombo no le agradó porque "Gómez de la Serna era una especie de dictador que hablaba mal de todo el mundo"

La tertulia de El Colonial, organizada alrededor del escritor y traductor sevillano Rafael Cansinos Assens, era otra cosa. A diferencia de lo que sucedía con el autor de La Nardo, Cansinos era respetuoso con los presentes, exigía un alto nivel en la conversación y no "permitía que nadie hablase mal de nadie", por lo que Borges comenzó a frecuentar las reuniones de El Colonial, no sin cierta culpa, debido a su decisión de no regresar a la de Gómez de la Serna: "me sentí un traidor, un leve traidor, pues me encontraba mejor en la tertulia de Cansinos", confesaría durante una visita a Madrid en 1985 el autor de El Aleph que, a pesar de este desencuentro, nunca negó el talento literario de De la Serna: "Era un gran escritor, dueño de una prosa admirable, un gran artista con sentido poético de la vida", aunque, en opinión del argentino, el español había renunciado a explotar todo su talento: "Desgraciadamente leyó ese libro Regard, de Jules Renard, y nacieron las greguerías y se dedicó a hacer eso; al final era incapaz de reflexionar; todo su pensamiento se resolvía en aquellas burbujas", le compartía a Borges a M. P. Montecchia en declaraciones recogidas en el libro Reportaje a Borges (1977).

Espíritu crítico

"Los dos hombres que me han impresionado más en la vida, fuera de mi padre, son Macedonio Fernández y Rafael Cansinos Assens", recordaba Jorge Luis Borges en 1976 en el transcurso de una conversación con Paloma Chamorro y Marcos Ricardo Barnatán en el programa de RTVE Encuentro con las Artes y las Letras. Hasta el final de sus días, el escritor argentino reconoció la influencia en su vida y en su obra del autor de El candelabro de los siete brazos, con el que se volvería a encontrar en un segundo viaje a España en 1924 y, años después, en 1964, meses antes del fallecimiento de Cansinos.

A pesar de ese vínculo con España, con Assens y con el Ultraísmo —"Se adhiere, desde luego, al Ultra y se propone ser su introductor en la Argentina", afirmaría ilusionado Cansinos sin imaginar lo pronto que el discípulo repudiaría ese movimiento—, la relación del argentino con la literatura española y la vanguardia de la época sería errático y contradictorio. Si bien Borges publicará sus primeros poemas en revistas españolas como Grecia —en la que aparecerían Himno al mar, Trinchera o Rusia, estos dos últimos pertenecientes a un poemario titulado Los Salmos Rojos en el que loaba los logros de la Unión Soviética—, a su regreso a Buenos Aires destruiría todos esos manuscritos. Los que se salvaron, como sucedió con Inquisiciones, colección de ensayos compuestos a la luz del ultraísmo, nunca fueron reeditados en vida del autor por deseo expreso de este, que no se sentía identificado con esos trabajos de juventud.

Si bien Borges publicará sus primeros poemas en revistas españolas como 'Grecia', a su regreso a Buenos Aires, destruiría todos esos manuscritos

La ruptura con el Ultraísmo coincidió también con una actitud extremadamente crítica con la literatura procedente de España. Interesado por las particularidades lingüísticas argentinas, desde el lunfardo a la lírica gauchesca, Borges se mostraba despreciativo con los autores españoles tanto clásicos como contemporáneos por considerarlos antiguos y anclados en la tradición. Salvo excepciones, fueron pocos los escritores que se salvaron de la ironía y mordacidad del argentino.

A Ortega lo calificaría de cursi; cuando le preguntaron su opinión sobre Antonio Machado afirmó que no sabía que Manuel tuviera un hermano; a Lorca lo calificó de "andaluz profesional"; Valle-Inclán era para él un "guarango"; de Unamuno nunca entendió su deseo de inmortalidad; jamás le interesó el tipo de novelas de Pérez Galdós y de Baroja diría que "se lo quiere más a él que a su obra. Al revés de lo que pasa con Shakespeare: todos recordamos Hamlet y casi no nos interesa el hombre que lo escribió". Hasta el mismísimo Cervantes cayó en la volteada. Según explicaba Borges, su primera lectura de El Quijote fue en una edición inglesa. Cuando posteriormente lo leyó en castellano, le pareció "una mala traducción" del anterior.

Borges se mostraba despreciativo con los autores españoles tanto clásicos como contemporáneos por considerarlos antiguos y anclados en la tradición

"Creo que, a partir de Darío, nosotros le dimos más a España que España a Hispanoamérica", se sinceraba con Abel Posse Borges, al que esa actitud crítica acabó pasándole factura. Según recoge Emilia Zulueta en un artículo titulado Borges y España, Pedro Salinas le habría adelantado a Jorge Guillén en una carta enviada a mediados de los años 40 que, lamentablemente, el argentino no sería invitado a dar clase de literatura española en una universidad de Estados Unidos: "es un enemigo profesional de la literatura española, y no se le podría dar ningún curso sobre ella. ¡Es un pequeño inconveniente, entre otros, para un profesor de español!".

Pena y redención

"Me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un Rey, ya que un Rey, como un Poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal, no sé cómo decir mi gratitud, solamente puedo decir mi innumerable agradecimiento a todos ustedes", afirmaba emocionado Jorge Luis Borges en 1980 durante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en la Universidad de Alcalá de Henares. El eterno candidato al Premio Nobel de Literatura recibía el mayor galardón de las letras españolas ex aequo con Gerardo Diego. Una decisión que fue entendida como un castigo del jurado por el posicionamiento político del escritor.

En 1980 recibió el Cervantes ex aequo con Gerardo Diego. Una decisión que fue entendida como un castigo del jurado por el posicionamiento político de Borges

Borges, que durante su juventud se consideró una suerte de anarquista al estilo de los libertarios de principios del siglo XX —los de verdad, no los reaccionarios mileístas de hoy en día— y se había declarado firme antiperonista en su madurez —hasta el punto de ser apartado de su puesto en la biblioteca municipal Miguel Cané y ascendido al cargo de Inspector de aves, conejos y huevos—, se había convertido durante su vejez en un reaccionario que había incluso justificando el Golpe de Estado de 1976. No obstante, en 1985, apenas unos meses antes de fallecer en Ginebra, Borges tuvo la oportunidad de recapacitar y desdecirse de ese apoyo a los genocidas de la Junta Militar.

Invitado por el fiscal Julio César Strassera, el escritor acudió a una de las audiencias públicas del juicio contra la Junta Militar en la que pudo escuchar directamente la declaración de Víctor Basterra, uno de los supervivientes del centro clandestino de detención situado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Impactado por el testimonio, Borges firmó un artículo sobre esa experiencia en el que analizaba el actuar de los militares llegando a una conclusión que, por paradójica e infamante, tenía mucho de borgiana: "Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer".