MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi libro: Máximo Huerta

'París despertaba tarde', mi décima novela, me ha tenido viviendo en 1924 durante muchos años

El escritor Máximo Huerta

El escritor Máximo Huerta / Patricia Garcinuno

Máximo Huerta

París despertaba tarde me ha tenido viviendo en 1924 durante muchos años. Ese tiempo de Juegos Olímpicos, de movimientos culturales, de revolución social, política… me resulta fascinante. Por eso he vuelto a él como quien se sube a una atracción de feria. Para disfrutar.

A veces escribir es salirse de uno mismo, escudriñar en filias, fobias o frustraciones. Placeres, también. Escribir esta novela ha sido recrearme en una soledad llena de gente, pasear con los canallas de Le Rotonde o subir a controlar las obras del Sacre Coeur, pieza a pieza de los mosaicos de las capillas.

Me he colado en las habitaciones del Hotel Istria con Kiki de Montparnasse para salir de buena mañana al bulevar, y he hecho la maleta para irme a Giverny con Claude Monet. Entre telas, pinturas y anarquistas, he construido el año más fascinante de París. Rara vez falla esta ciudad.

Cuando terminaba un capítulo, lo escondía. En mi cabeza ya había otro.

He recuperado a uno de mis personajes de ficción, Alice Humbert, protagonista de Una tienda en París, para hacerla vivir un nuevo drama, otra pasión y el descubrimiento de su libertad. Y, como ella, me he asombrado por todo. Hemos sido desobedientes, imprudentes y vehementes, febriles, ebrios y fogosos. Hemos seguido la máxima de Baudelaire, tal y como arranca la novela: Para no sentir la horrible carga del tiempo que te rompe los hombros y te dobla contra la tierra, tienes que emborracharte sin parar. ¿Pero, de qué? Vino, poesía o virtud, como quieras.

Una novela que es casa

Hoy, con la novela entre las manos, estoy satisfecho. Esta casa que he construido -mi décima novela- es una extensión de mis satisfacciones. París es hedonismo, sobre todo en ese año en el que ambiento la historia.

Esta casa que he construido -mi décima novela- es una extensión de mis satisfacciones

Frente a mi mesa hay un menú original del restaurente Maxim’s de ese año, un joyero que compré en un brocante del rastro y una pintura a tinta de uno de esos locos que gozaban del cabaré. Apenas se lee la firma, debió beberse la copa antes de terminarla. O mancharla. Por eso me gusta, porque tiene vida gastada. Porque me dan mucha pena aquellos que no la estropean y se van al otro mundo con el ticket sin usar. Por eso en París despertaba tarde muere el aburrimiento y debajo de las camas siempre hay muchas ganas de vivir.

Amueblé este libro con satisfacción, ha sido un regocijo escribirlo. Me he empadronado en él. Y volveré a él cuando me haga falta brindar con Kiki de Montparnasse o Alice Humbert. 

Un libro nace de la nada, de las manos vacías, la cabeza vacía. De pronto, se va llenando. Todo cobra sentido. Este ha nacido de un agujero. Y ahora estoy contento. La novela se ha ocupado de mí.