Opinión | DAME UNA NOCHE

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Cualquier libro del autor vasco posterior o anterior a su colosal 'Verdes valles, colinas rojas' es la punta del hilo perfecto del que tirar y recalar en su obra maestra

El escritor Ramiro Pinilla / Kiko Huesca
Cualquier libro de Ramiro Pinilla (1923-2014) posterior o anterior a su colosal Verdes valles, colinas rojas es la punta del hilo perfecto del que tirar y recalar en su obra maestra, una trilogía que nunca se agota. Ahora podemos hacerlo a propósito de El hombre de la guerra, que Tusquets acaba de publicar, y cuyas primeras noticias se remontan a 1977, cuando en la contra de uno de sus libros de cuentos se mencionaba un libro de próxima, que no aparece sino ahora, a la vuelta de décadas, después de que los hijos del autor encontrasen el manuscrito en "el gallinero", como la familia llamaba al trastero de la casa en Getxo.
Pinilla escribió Verdes valles, colinas rojas a lo largo de veinte años. Lo hizo con densidad, detallismo, adherencia. El conjunto es monumental. Digamos que al monumento se llega por la suma de miniaturas. "Epopeya total", pronunció en su día, admirado, el crítico Rafal Conte. Cuando publicó el tercer volumen, Pinilla señaló que era su último resuello. "Ahora ¿qué va a ser de mí?", se preguntó, ya muy mayor. Aunque no había escrito la trilogía de modo continuado.
Él nunca hacía nada obstinadamente, sustrayéndose a cuanto lo rodeaba. Siempre debía estar haciendo otras cosas para ganarse la vida, y que a menudo no pasaban por escribir. No era raro, además, que la escritura de una novela se viese interrumpida por la escritura de otra distinta. "En esos veinte años escribí tres o cuatro novelas, a parte de Verdes valles, roja colinas", confesó hace años a Enric González en Jot Down.
Todo cuanto sucede en esta obra maestra remite a la leyenda y la magia, y, como muchas de las cosas que ocurrieron en los últimos cien años de la literatura, a William Faulkner, cuya influencia en Pinilla es hondísima a la hora de crear un fresco a muchísimas voces capaz de hacernos entender el País Vasco, y que arranca a finales del siglo XIX, cuando colisionan un mundo que cambia, inevitablemente, y otro que se resiste a cualquier cambio. Los choques son siempre puntos de gran luminosidad.
La influencia de Faulkner en Pinilla es hondísima a la hora de crear un fresco a muchísimas voces capaz de hacernos entender el País Vasco
El título de la trilogía remite justamente al violento encontronazo. Por un lado, los verdes valles, donde se emplazan los cuarenta y ocho caseríos guardianes de la tradición, con familias nostálgicas, primitivas y que simbolizan la estirpe de "los hombres de la madera". Las colinas rojas representan, en cambio, la saga de "los hombres del hierro", metáfora de la incipiente industrialización vasca, y que da lugar a una de las muchas dicotomías que pueblan los tres libros, como nacionalismo/socialismo o clase alta/clase obrera.
Destino épico
La novela se ramifica sin parar, radiactivamente, de modo que nada sucede para producir un efecto de belleza a secas. Cada personaje y cada historia son la semilla de un efecto futuro. Todo lo que escribe Pincilla crece y contribuye a formar la historia vasca y a forjar el destino épico de los protagonistas. Es una enorme red. Ni importa si uno no puede abarcarla entera con su entendimiento. Algunas obras son tan ricas que sus partes están escritas para que no se entiendan de momento.
Pese a su inmensidad, a Pinilla le gustaba hablar de la trilogía como de "un mundo cerrado, sin hilos sueltos, donde todo encaja de modo natural, donde los nuevos mitos y leyendas que yo imaginé fuesen tan reales como la propia realidad y se hermanasen con ella. Quizá pensando que la vida no es vertical sino horizontal, que no avanza a estallidos sino con la solemne morosidad de un gran río, quise hacer una novela calmosa para así mejor detenerme, sin urgencias narrativas, en personajes y territorios que me esperaban muy quietos en su sitio". Es entonces cuando la influencia que ejerció Faulkner se cruza con la que desempeñó García Márquez. Pinilla supo elegir como nadie a sus precursores.
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