CRÍTICA

Crítica de 'El intelectual rampante', de Basilio Baltasar: un antídoto contra la ignorancia

'La decadencia y caída de Roma', de Edward J. Watts: los resortes del poder

Los artículos de este libro nos arrojan al ‘sapere aude’

El intelectual Basilio Baltasar

El intelectual Basilio Baltasar / EPE

Quim Barnola

El intelectual rampante, de Basilio Baltasar (Palma, 1955), es un antídoto contra la ignorancia, esa religión moderna tan aclamada hoy. Quizá esta empresa sea una chimaera bombinans in vacuo -una quimera zumbando en el vacío- pero absolutamente necesaria para contrastar con el alardeo de lo insustancial. Como dice el autor, una merma cognitiva de la contemporaneidad que nos priva del pleno entendimiento de lo leído.

Acaso esa ha sido la causa por la que se tiende a simplificar el lenguaje y, por ende, la profundidad literaria. Fíjense que un estudio internacional acaba de concluir que los alumnos españoles tienen cada vez más dificultades para entender lo que leen y están por debajo de la UE y de la media de la OCDE en comprensión lectora. No vamos a culpar solo a los holgazanes estudiantes. Algo tendrá que ver que no se lea en las casas.  

Y mientras tanto se está construyendo una sociedad inmadura que ve con inquietud el avance de la inteligencia artificial. Baltasar sale a nuestro rescate con un sólido argumento partiendo de la premisa desarrollada por Ludwig Wittgenstein, Noah Chomsky, Walter Benjamin y Michel Foucault sobre la verdad que subyace detrás de las palabras. Hay un significado oculto en los sintagmas que no logramos descifrar pero que percibimos.

El lenguaje no atina a describir con exactitud aquello que representan. Posiblemente porque evoca a cierta emoción. Las palabras son una aproximación, pero no designan el valor ontológico de lo descrito. Y ahí es donde la IA no puede entrar porque carece de conocimiento que nace de la disputa palaciega entre mente y palabra según Roberto Calasso. 

La naturaleza de la realidad

Uno ya no sabe cuál es la naturaleza de la realidad. Jaques Derrida, al recoger el Premio Theodor Adorno, pronunció un discurso en el que sugirió ponderar las experiencias oníricas -como si el sueño fuera más vigilante que la vigilia y el inconsciente más pensador que la conciencia-. Y esto es relevante porque la física cuántica trata de probar que los hechos objetivos no existen y que la realidad depende del observador. Ya Homero y Virgilio emplearon el onirismo como confrontación al empirismo. ¿La vida es sueño? 

Y en este contexto disponemos de la literatura, que según Franz Kafka no solo da forma a la experiencia vivida, sino que la anticipa. De esto da cuenta Ricardo Piglia, que añade que el lector avanza a ciegas pero que siempre lee en el texto los indicios de su propio destino. Hay algo trascendental también en la pintura. Lázló Földényi tiene la certeza de haber encontrado a dios en las pinturas del romántico Caspar David Friedrich, ocultado tras los destellos de la luz más elevada, como el centelleo que queda atrapado en la mirada de los personajes de Rembrandt que consiguen trasladar sus emociones. 

Pero sin duda el adalid de la crítica social es Francisco de Goya con Los caprichos. Baltasar señala que define el alma de sus coetáneos a través de una mirada implacable que es fruto de su tormento interior. Y continuamos por los pasillos del Museo del Prado y nos damos de bruces con la plenitud erótica que nos concede El jardín de las delicias del Bosco que, aunque pueda ser interpretada como una amonestación doctrinal, le sirve de anzuelo para encontrar la influencia de la sátira de Dante Alighieri. Un género que ha quedado huérfano pese a que resiste en las viñetas del Roto, que con su claridad filosófica y profética nos ayuda a entender el mundo.

Inmadurez

Vaya, como el hidalgo caballero don Quijote de la Mancha. Un mundo en el que la "infantilización de la vida adulta que propician los videojuegos y los programas de entretenimiento televisivo ha descartado para siempre la madurez reflexiva del estoicismo" y así lo anticipó Alexis de Tocqueville en 1840. Se trata de la misma inmadurez que abraza la ficción distópica de personajes inmortales que nos distrae de la realidad. Un efecto anestésico como el fútbol. Afición analizada con envidia, lucidez y admiración por el autor. 

Sin embargo, el intelectual rampante prefiere leer un libro -de papel- pues solo así se sobrevive a la eventual manipulación del mundo virtual. Les recomiendo discurrir por esta deliciosa caja de bombones humanísticos. Artículos estimulantes que arman un corpus hermenéutico que nos arroja al sapere aude.

'El intelectual rampante'

Basilio Baltasar 

KRK Ediciones

384 páginas

24,95 euros