Opinión | DAME UNA NOCHE

Leer, para qué

Es difícil saber cuántas vidas ha podido salvar ese momento en el que uno se limita a estar sentado con un libro en las manos, absorto en lo que cuenta

Una niña hojea un libro en una biblioteca

Una niña hojea un libro en una biblioteca / EPE

Es muy importante, vital, no hacer toda una serie de cosas en la vida, cosas que, en esencia, solo traen problemas. Y para eso sirve también leer, curiosamente. Esto es interesante tenerlo en cuenta cuando desde este fin de semana la gente se acerque a la Feria del Libro de Madrid: conviene proveerse de la mayor cantidad de libros para pasar mucho tiempo "en" ellos y no en otros asuntos.

No suele citarse como uno de los beneficios que trae consigo la lectura, pero si estás leyendo, pongamos, una novela entonces no estás haciendo muchas otras cosas entretanto, y eso es buenísimo para ti, aunque no seas plenamente consciente.

Es difícil saber cuántas vidas ha podido salvar ese momento en el que uno se limita a estar sentado con un libro en las manos, absorto en lo que cuenta, o cuántos reveses, o simplemente cuantísimos errores. Leer también representa, en cierto sentido, un acto defensivo. Acudir a una feria, y elegir los títulos elegidos, es un puente al futuro, en cierto sentido.

Recuerdo que en las semanas que tenía que convencer a mi hija para que leyese al irse a la cama, y ella alegaba –ahora ya no lo hace– que no le gustaba leer, yo le preguntaba, con mi toque tremendista, si prefería tirarse por la ventana, o atragantarse con el tapón de una botella, o pasar miedo viendo una película de alienígenas, o meter los dedos en un enchufe.

Seguramente eran preguntas equivocadas, terribles y absurdas, pero no había allí ningún psicólogo para hacérmelo ver, y ella respondía que prefería leer. Me hacía gracia porque a veces añadía "Dadas las circunstancias", para matizar que la lectura era solo apetecible frente a la electrocución o el ahogamiento. El caso es que funcionó y ahora acude a la feria con su propia lista de libros.

Peligros

Leer te aleja de peligros perfectamente imaginables. No me cuesta creer que la lectura me ha alejado de caerme por unas escaleras empinadas, incluso por el agujero de un ascensor. Leer me ha evitado probar la heroína, me ha servido para no correr una maratón, para no liarme en discusiones que no llevarían a ninguna parte con mis padres, para no soñar con ser abogado, o jugador de baloncesto, para no atropellar a un niño.

Estar leyendo me evitó gastarme dinero que a menudo ni siquiera tenía, o conocer personas que me iban a conducir a líos de los que no sabría cómo salir. Me ahorró el aburrimiento en un autobús mirando monótonos paisajes, o desesperarme en un aeropuerto estudiando a viajeros indistinguibles unos de otros por fuera, o tirando el tiempo directamente a la basura delante de un televisor, o decir algo especialmente idiota o contar algo aburrido, o tener que atender a conversaciones soporíferas, o ser aplastado por un elefante, o conocer a alguien que me ofrecería un trabajo en el que me explotaría.  

Hay todo un mundo de incontables amenazas, por el momento solo ficticias, que justo se ponen en acción cuando cierras el libro o, simplemente, no lo abres porque se te ocurren cosas mejor que hacer que leer. Leer es un tiempo enriquecido y segurísimo. Establece en torno a ti una impenetrable cúpula en que todo lo terrible te es ajeno. Detiene el tiempo, o lo ralentiza, permitiéndote incurrir en una especie de abuso de la lentitud, cada vez peor visto.

Lo que me hace pensar en aquel capítulo de Cheers, en el que aparecía Ernie Pantusso, uno de los camareros del famoso bar, poniéndose la chaqueta, a punto de salir. "Sam, me voy a casa. Vuelvo con mi libro", le decía al dueño del local. "¿Sigues con la novela?", preguntaba Sam Malone. "Sí, ya van seis años. Tengo el presentimiento de que la voy a acabar esta noche". Una clienta habitual se inmiscuyó en la conversación para preguntar si el camarero estaba escribiendo una novela. "No, la estoy leyendo", aclaró Pantusso.