CRÍTICA
Crítica de 'Lobo', de Jim Harrison: las falsas memorias de Jim Harrison
Mary Oliver: una vida única, salvaje y preciosa
El autor de ‘Leyendas de pasión’ escribió esta obra para buscarse a sí mismo
Sergi Sánchez
No puede ser casual que Jim Harrison ( Grayling, Míchigan, 1937- Patagonia, Arizona, 2016) acabara escribiendo el guion de Lobo, de Mike Nichols, protagonizada por un editor (Jack Nicholson) que, en su tránsito a la licantropía, liberaba sus instintos más anticorporativos. En esa época, declaraba: "La gente sigue citando erróneamente a Thoreau: 'En la naturaleza está la preservación del mundo'", dice. "Pero nunca dijo naturaleza, dijo lo salvaje. Toda nuestra realidad está diseñada para que lleguemos a tiempo al trabajo. Los lobos no tienen nada que ver con eso".
No supimos verlo a tiempo, pero la película de Nichols era, en realidad, una reescritura de Lobo, unas memorias falsas, autoficción que Harrison escribió en 1971, cuando tenía la edad de Cristo, había publicado algunos libros de poesía y había vivido mucho más que 10 hombres juntos. Era ese lobo que siempre llega tarde, y nunca pide disculpas.
[Mary Oliver: una vida única, salvaje y preciosa]
Si Harrison pensaba que el movimiento se demuestra andando (o mudándose, como un nómada sin brújula), la novela, que escribió en un periodo de reposo postraumático, zigzaguea entre la transfiguración violenta del trascendentalismo ecológico de Thoreau y la evocación de una vida urbana furiosa, empapada de alcohol beatnik y sexo casual, en la que parece empeñado en convertir la experiencia bohemia en la mejor manera de acabar como un bonito, juvenil cadáver.
Después de todo, Lobo -una delicia en su desorden poético y arrabalero- está escrita para que Harrison se construya a sí mismo como mito de "lo salvaje" y, por extensión, de una contracultura norteamericana que tendía puentes entre el Walden de Thoreau, En el camino de Kerouac y el Bukowski de El infierno es un lugar solitario.
Contracultura
Esa contracultura es, desde la perspectiva contemporánea, contradictoria: mientras que, en su defensa del paisaje americano, representado en las indómitas montañas Hurón, más allá del lago Míchigan, donde decide perderse, hay un peligroso sentimiento nacionalista (por ejemplo, cuando lamenta la europeización de los bosques estadounidenses), en su relación con las mujeres se percibe el sexismo testosterónico que aún no ha conocido la tercera ola del feminismo.
"La vitalidad salvaje salpica cada frase, aullando a una luna que nunca será menguante"
Cualquiera diría que era un republicano enmascarado, pero no. Lo bueno es que nunca sabes lo que piensa la voz narradora: de tanto verter sus ideas, atravesadas siempre por un acerado sarcasmo, en un torrente de conciencia casi faulkneriano, sus mentiras parecen confesiones verdaderas, y viceversa.
Pero son cosas de la poética del perdedor, que tan bien domina Harrison. Puede que busque las huellas de un lobo, especie en extinción, majestuosa, que solo ataca cuando se siente amenazada, pero en realidad se está buscando a sí mismo. Esa búsqueda se contagia a la prosa, no porque titubee, sino porque se lanza, libérrima, al cambio de tema y registro, a la risa y al duelo, al hedonismo autodestructivo y a la elegía animalista sin solución de continuidad.
A Morrison, como a su admirado Henry Miller, le gustaba vivir, por mucho que fantaseara con pegarse un tiro o con dejarse devorar por los árboles. Y esa vitalidad salvaje salpica cada frase, aullando a una luna que nunca será menguante.
'Lobo'
Jim Harrison
Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara
Errata Naturae
288 páginas
22 euros
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