Opinión | OPINIÓN

Ser o no ser y Buenos Aires

De Irene Vallejo al infinito

Gustavo Martín Garzo: "Nunca sé el libro que estoy escribiendo"

Entraba y salía de la Feria del Libro como si estuviera entrando y saliendo de una hermosa locura de la que no quise irme

La figuras de cera de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en la cafetería La Biela de Buenos Aires

La figuras de cera de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en la cafetería La Biela de Buenos Aires / EPE

La primera vez que fui a Buenos Aires me quedé allí, aunque ahora he vuelto. Me encontré a mí mismo en las calles, reconocí sus nombres y también me di cuenta de que por el lugar andaban las mismas personas que entonces encontré junto a los grandes árboles y en La Biela. Bajo los grandes árboles vi personas leyendo, como si acabaran de caerse de un abecedario, y en la parte de dentro de aquel bar vi entonces, como si fuera otro siglo, la figura de Fangio corriendo sus coches que eran figurines de papel.

Lo cierto es que, en figuras muy bien dibujadas, estaban en La Biela Jorge Luis Borges y el más risueño Adolfo Bioy Casares, los dos hablando como dos cotorras, y riendo. Como si aquellas figuras estuvieran de veras allí quise que me fotografiaran con ellas, y de pronto vi cómo se posaba, entre ellos, una paloma que venía de la plaza. Caída de los grandes árboles, la paloma se llevó consigo lo que otra había dejado para que se entretuvieran las figuras de cera.  

Todo parecía mentira y verdad, como en la Feria del Libro. Allí vi multitud de niños con sus padres, y gente, muchísima gente, llevándose libros actuales, pero yo soñé que la mayor parte se estaba llevando, bajo brazos adolescentes, las primeras ediciones de Rayuela o los libros de Ricardo Piglia. Me surgió la duda, en aquellos momentos en que se me antojó que todo era más verdad que mentira, de si no sería Alejandra Pizarnik o cualquier suicidado quienes venían por las veredas abiertas por Ezequiel Martínez para que todos se encontraran en algún sitio, vivos y muertos.  

De modo que no me costó nada imaginar que en aquella Feria del Libro de este año convivían como pájaros benditos Jorge Luis Borges y Macedonio Fernández siendo grabados por Tomás Eloy Martínez, el padre del director del evento. 

Para estar más seguro de que esa conversación entre Borges y Macedonio, al amparo de Tomás Eloy, era verdad, agarré un libro memorable del propio Tomás, Lugar común la muerte. Allí encontré las bromas que lanzaba Macedonio para zaherir a Lugones (“qué raro Lugones, con todo lo que lee por qué no escribirá libros”) y era fácil sentir a Borges riendo, como reía comiendo vichyssoise de mi mano la vez que, en 1983, lo llevamos a cenar a un restaurante ya extinto de Madrid.

Real de veras

La feria me dio vueltas, como si todo a la vez fuera lo que vi, desde muy joven, de la literatura argentina. Se me ocurrió decir, en un encuentro de la revista Ñ, marcado por su directora, Matilde Sánchez, que Argentina es el país mejor escrito del mundo, y a Clarín se le ocurrió titular por ahí. Pero entonces era el momento presente, las calles de la feria estaban vivas como plomo candente, todo lo que me parecía real era real de veras, así que allí estaban, recibiendo literatos, Jorge Fernández Díaz, el autor de Mamá, y Verónica Chiaravalli, que me hicieron subir al estribo de Radio Mitre para recordar todo lo que llevo dicho como si hubiera pasado antier.

Era muy fácil, pues, estar en la realidad y en el pasado, pues cuando ni había cruzado la puerta de la entrada de la feria me encontré con aquellos chicos que creí del pasado llevando ediciones nuevas de Rayuela o de los libros de Juan Carlos Onetti. No sabían que unos pasos más allá estaba la viuda de éste, Dolly Onetti, música de profesión, interpretando el principio de, por ejemplo, Cuando ya no importe.

Entré en algunas presentaciones. Por ejemplo, escuché a Claudia Piñeiro introduciendo el libro que ganó el Alfaguara, Cien Cuyes, de Gustavo Rodríguez, peruano, que me contó al oído que una tía suya le había pedido prestado a Serrat un dinero que nunca más le devolvió, ¿o fue un sueño?  

Esa misma noche me llevaron amigos a tomar vino, y después de ello no pude dormir, y fue cuando me di cuenta de que algo estaba pasando con mis recuerdos pues desde entonces entraba y salía de la Feria de Buenos Aires como si estuviera entrando y saliendo de una hermosa locura de la que no quise irme.  

Pero dio la hora y el avión me arrancó de Buenos Aires de donde quiero ser, aunque no sea, pero allí estoy aún, esperando que, por caridad, no zarpe el barco de Los premios.

[A Dolly Onetti y a Saray Encinoso]