ENTREVISTA

Delphine de Vigan: "La ficción me protege, en ella no me censuro"

La autora francesa, en cuya obra está presente su anorexia o el incesto que sufrió su madre, huye de las etiquetas literarias y reflexiona sobre el valor de la intimidad en nuestra sociedad

La escritora francesa Delphine de Vigan, fotografiada en Madrid

La escritora francesa Delphine de Vigan, fotografiada en Madrid / Alba Vigaray

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Es imposible saber de dónde sale la escritura, a qué impulso responde, de qué necesidad surge. Pero no hay duda de que es inherente a la vida, tanto a la del propio autor como a la del lector. Por eso el debate, tan de moda, en torno a cuánto de realidad hay en ciertas ficciones es inane y absurdo. Es algo que conviene saber antes de ponerse a escribir de lo que sea y, si se descubre después, lo mejor es ignorar el ruido que busca silenciar a la literatura, que es lo que de verdad importa, lo único, en realidad.

Por eso Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, Francia, 1966) ya no se inquieta, ni se inmuta, cuando en las conversaciones que mantiene con periodistas sale la palabra mágica: autoficción. Todo el que ha leído bien su obra sabe que su biografía está presente en sus novelas, en unas más que en otras, pero, sobre todo, su experiencia, sus sensaciones, sus sentimientos, su punto de vista como ese privilegiado observador del mundo que le rodea que es el escritor.

Porque de las palabras se ha valido siempre, incluso antes de empezar a publicar (debutó, bajo seudónimo, con Días sin hambre, en 2011), para intentar comprender lo que en sí mismo es inaprensible: el dolor, el sufrimiento, la muerte, la vejez, la enfermedad, la violencia... la existencia. También en su libro más reciente, Los reyes de la casa (Anagrama).

P. En Los reyes de la casa, su novela más reciente, explora de nuevo el lado más perverso, oculto, de personajes aparentemente banales. ¿Es la banalidad una trampa social?

R. Es difícil responder a esa pregunta. Como vivimos en una época en la que parece normal, la gente no indaga en lo que hay detrás de las familias que publican cosas en internet sobre sus hijos. Hay cierta apariencia de banalidad que impide ver más allá. Pero, para mí, como novelista, es importante explorar lo que hay detrás de esa fachada.

P. ¿Cree que somos conscientes del impacto real que las redes sociales tienen en nuestras vidas?

R. Creo que poco a poco estamos tomando conciencia de ello. Estamos empezando a ver hasta qué punto están cambiando profundamente nuestra forma de vivir y de estar en el mundo. A través de las nuevas generaciones, que han nacidos con las redes sociales, están surgiendo los verdaderos peligros potenciales.

La autora francesa Delphine de Vigan

La autora francesa Delphine de Vigan / Alba Vigaray

P. ¿Y cuáles son esos peligros?

R. Una pregunta fundamental es si los padres somos dueños o no de la imagen de nuestros hijos. Muchos padres consideran normal gestionar la imagen de sus hijos, aunque, según la ley, son los protectores de esas imagen y no los poseedores. Hay un verdadero debate en torno a eso, hasta dónde tenemos derecho a exponer a nuestros hijos.

P. Y, por tanto, a explotarles.

R. Sí, a hacer negocio con ellos. Otra cuestión fundamental que plantean las redes sociales es el tema de la información, especialmente con las jóvenes generaciones, que tienden a informarse exclusivamente a través de internet, de Twitter, de TikTok... Hay algo muy peligrosos en eso, porque los algoritmos de esas aplicaciones te reafirman en tus propias opiniones. Al informarse de esa forma, nunca se enfrentan a una opinión contraria a la suya, no están expuestos a la contradicción. Si enciendo la radio pública francesa, escucharé a gente que está en las antípodas de lo que yo pienso, pero para mí es interesante escuchar ese discurso y tomar conciencia de que hay gente que piensa de forma opuesta a la mía. Si me informo a través de las redes sociales tenderá a mantenerme dentro de mi propio universo de pensamiento.

"Vivimos en un mundo en el que hemos creado nuestra propia unidad de vigilancia, el Gran Hermano somos cada uno de nosotros"

P. ¿Y qué me dice de la necesidad de reconocimiento, de ser vistos?

R. En realidad, es una necesidad que el ser humano siempre ha tenido, es algo que nos define como seres humanos. Pero las redes sociales son como una caja de resonancia para este fenómeno. Ahora tenemos la posibilidad de escenificarnos a nosotros mismos, de convertirnos en un producto que mostramos y vendemos, casi. Y hay algo vertiginoso en eso. Estamos viviendo una época de mucho voyerismo. Pero confío en que habrá una vuelta atrás en busca de una forma de vida más escondida. De hecho, en los jóvenes y adolescentes con los que me relaciono percibo una necesidad muy fuerte de protegerse, y creo que ese cambio saldrá de ellos. El problema es que ahora no tienen elección, si un joven no está en las redes sociales es una especie de suicidio social.

P. ¿Somos una sociedad ególatra?

R. Sí, un poco. A veces me asusta ver cómo podemos perder el sentido de lo colectivo. Pero algo bueno saldrá de las redes sociales, también en ellas ocurren cosas formidables, colectivas, se están gestando cosas estupendas. Pero, ahora mismo, el aspecto más visible es esa dimensión muy individualista, muy narcisista.

P. ¿Vivimos en un nuevo, y mucho más peligroso, Gran Hermano?

R. Cuando George Orwell escribió 1984, imaginó una unidad exterior de vigilancia. Pero vivimos en un mundo en el que hemos creado nuestra propia unidad de vigilancia, el Gran Hermano somos cada uno de nosotros. El Gran Hermano ya no necesita vigilarnos, porque hemos incorporado las herramientas para hacerlo. El hecho de tener un teléfono móvil hace que puedan rastrear nuestros comportamientos, nuestros desplazamientos... Ahora, el Gran Hermano es nuestro teléfono, y lo utilizamos en beneficio de una entidad que ni siquiera podemos representar. ¿Quién utiliza todos esos datos? Sabemos que son Google, Amazon, Facebook, Apple... Pero hay algo muy abstracto en ello. Nos hemos convertido en una mercancía, y este mercado de la atención se ha vuelto tan complejo que todos vivimos en una especie de fatalismo, de aceptación y sumisión.

P. Sí, es como si hubiéramos aceptado que no podemos hacer nada.

R. Claro, habría que retirarse del mundo. Y, ahora mismo, es muy complicado vivir así si queremos interactuar con el exterior. Son pequeños detalles, como las cookies. Rechazar las cookies lleva tiempo, la mayoría de las veces intento hacerlo, pero otras tengo prisa y las acepto. Y, para mí, es muy simbólico de nuestra relación con todo esto: es como si le hubiéramos dado a aceptar las cookies de una vez por todas.

"La escritura puede ser una forma de romper el silencio"

P. Dejando de lado este oscuro universo, en su obra nunca se posiciona sobre lo que escribe, ya sean las redes sociales, la vejez, la violencia o la enfermedad mental. ¿Debe ser siempre así, el escritor debe permanecer a una cierta distancia moral de lo que escribe?

R. Yo no generalizaría, porque no me gusta decir que el escritor tiene que hacer esto o lo otro. Hay mil formas de ser escritor, y algunos pueden querer posicionarse como moralistas, les puede apetecer. Pero yo busco explorar un tema, entenderlo, más que juzgarlo. A mí lo que más me interesa es la complejidad de los personajes, su opacidad, sus contradicciones, sus paradojas. Me interesa más eso que dar mi propia opinión sobre un tema o juzgar algo.

P. La falta de comunicación está muy presente en su escritura. ¿El silencio puede lastrar una vida? ¿Cómo se lucha contra ese silencio? ¿Tal vez a través de la escritura?

R. Sí, exploré el tema del silencio en Las lealtades. En esa novela, los personajes son víctimas de todas esas cosas que no se dicen. Y es verdad que la escritura puede ser una forma de romper el silencio. En los últimos años en Francia se han publicado libros que han permitido decir cosas que se habían mantenido en secreto. En general, por lo menos para las mujeres, tengo la sensación de que hay una verdadera liberación de la palabra. De hecho, las redes sociales han contribuido a ello, por eso digo que no es todo blanco o negro, en internet también hay mujeres que han tomado la palabra para romper silencios muy pesados y nocivos.

"La mayoría de mis libros intentan acceder a algo más universal a través de lo íntimo. Es la forma de escribir que conozco, y la que me gusta"

P. Ahora que lo dice, es curioso, porque el #MeToo explotó en 2017, pero Nada se opone a la noche se publicó en 2011. En ese libro, aborda temas como el incesto, el acoso, también el silencio... Digamos que usted se adelantó.

R. Sí, es verdad. De hecho, es interesante ver cómo de haberse publicado ahora habría tenido un eco distinto. Porque, aunque fue un gran éxito en Francia y en varios países, en aquella época no se destacaron los temas que ha mencionado, los periodistas hablaron muy poco de la violencia, del incesto que trato en la novela, se interesaron más por otros aspectos del libro. Si se publicara ahora, quizás harían otra lectura.

P. En esa novela construyó un relato universal partiendo de su propio sufrimiento, del de su madre. ¿Es ese el mejor modo de narrar, de lo particular a lo universal?

R. Es la forma que conozco y la que me gusta. La mayoría de mis libros se interesan más por la intimidad de los personajes y de las familias para intentar contar algo más universal. En Los reyes de la casa, me fijo en esta familia de influencers, en sus vínculos, pero es una forma de contar nuestra época. En Nada se opone a la noche, que es, quizás, uno de mis libros más personales, intenté entender el sufrimiento de mi madre para poder contar algo más universal, lo que pasa dentro de las familias, cómo algunos dramas pueden tener resonancia en varias generaciones. Es acceder a algo más universal a través de lo íntimo.

P. ¿Qué le sugiere el término autoficción? Y se lo pregunto después de haberme pasado yo misma un año entero respondiendo a esta cuestión: ¿es su novela autobiográfica?

R. Yo suelo defenderme de estas etiquetas, que además no me interesan. Como sabe, mis libros son muy diferentes unos de otros. He jugado muchos con esos códigos, los he utilizado y los he burlado de alguna forma. Tengo dos novelas que tienen fuentes autobiográficas o biográficas: Días sin hambre, que cuenta mi propia historia, y Nada se opone a la noche, que intenta contar el recorrido de mi madre. El resto de mis novelas son ficción pero, por supuesto, esa ficción se alimenta de cosas muy íntimas y personales. Por ejemplo, Las lealtades es una novela casi más autobiográfica, aunque no lo sea, precisamente porque la ficción me permitió ir bastante lejos en la descripción de algunas situaciones, la ficción me protege, en el fondo. Por eso no sé lo que es la autobiografía, tal vez reivindicar la búsqueda de la verdad. Así fue con Nada se opone a la noche, en la que buscaba la verdad a través de la escritura, pero esa verdad no existe, o al menos es inaccesible.

"Intento nombrar las cosas a través de la escritura, dilucidarlas, como si fueran un enigma o un problema matemático"

P. En ese sentido, ¿hay algo de autocensura cuando escribe?

R. Sí, sí, por supuesto, sobre todo cuando escribo novelas autobiográficas. Días sin hambre y Nada se opone a la noche son las novelas en las que más me autocensuré, hay cosas que decidí no contar porque me parecían demasiado violentas. En Nada se opone a la noche borré todo un capítulo dedicado a mi padre porque vive todavía y no quería perjudicarle. En cambio, en la ficción no me censuro, porque puedo atribuir a los personajes situaciones o sentimientos, y el lector no sabrá que es algo que he podido experimentar o sentir.

P. El caso es que toda su obra desprende honestidad, desprende verdad, pese a ser ficción. ¿Cómo es capaz de encontrar las palabras adecuadas para que la verdad salga a relucir de esa manera?

R. No lo sé. Sí sé que me preocupa mucho intentar nombrar las cosas a través de la escritura, aclararlas, esclarecerlas, dilucidarlas, como si fueran un enigma o un problema matemático. Pero no sabría explicar cómo lo hago.

P. Eso me lleva a plantearle si la escritura es una suerte de herramienta de autoconocimiento. Porque yo no creo que sea una terapia.

R. No, yo tampoco lo creo. Pero es verdad que la escritura permite conocerse mejor a uno mismo. En mi caso, fue sobre todo a través de la escritura de un diario íntimo que mantuve durante muchos años, antes de escribir novelas. Ese diario fue una herramienta de autoconocimiento y probablemente también de construcción de mí misma. Pero también porque esa escritura no iba a ser leída. Tengo decenas de cuadernos que guardo, que quizás debería quemar pero de momento conservo, y que me ayudaron a conocerme mejor.

P. ¿Y se atrevería a publicarlos alguna vez?

R. No, no, no, jamás (ríe).

P. Después de leer sus libros, siempre me planteo lo mismo: ¿qué es lo que le empuja a escribir? Y he llegado a la conclusión, tal vez equivocada, de que sus novelas son su forma de ver el mundo...

R. Yo misma muchas veces me pregunto por qué escribo, de dónde viene ese impulso que me lleva a sentarme cada día delante del ordenador. Es verdad que, de alguna forma, me apetece contar mi forma de ver el mundo a través de la sensaciones, de las emociones… Muchas veces es porque algo me choca o me sorprende, generalmente esto precede al impulso de escribir.

'Los reyes de la casa'

Delphine de Vigan

Traducción de Pablo Martín Sánchez

Anagrama

344 páginas

20,90 euros