MERODEOS

El asombro de los pájaros

Ser poeta debe ser sobre todo estar dispuesto a sentir o sentirse en soledad

El escritor argentino Roberto Juarroz

El escritor argentino Roberto Juarroz / EPE

Susana Sánchez

Algo muy extraño ha ocurrido en mi casa esta primavera violenta. He llenado la casa de poemas y pájaros. Sí, poemas y pájaros. Encontré hace poco una pequeña tienda llena de cuadros antiguos de pájaros y en un impulso me hice con diez. Trato de comprender por qué la mayoría de poetas, los poetas que me interesan, hablan de pájaros en sus poemas. Rastreo los pájaros en sus libros, ha acabado por convertirse en una obsesión, y cuando cazo un poema con la palabra pájaro lo celebro como quien hubiera visto un pingüino paseando por la Gran Vía.

“Alguna vez se acabarán los pájaros, pero siempre quedará un espantapájaros. Tal vez quede también un vuelo”, dice Roberto Juarroz que los tuvo muy presentes. Juarroz, poeta argentino que publicó toda su obra bajo el título de Poesía vertical uno, dos, tres y así hasta catorce. Qué maravillosa me parece esa economía de imaginación en los títulos de Juarroz. A él no le hizo falta la seducción del título, lo de él es pura esencia metafísica.

Imprimí luego diez poemas y los desperdigué por la casa, junto con los pájaros. Los puse a volar. Quise esta primavera imaginar mi casa como un espacio de poemas y pájaros, porque por una parte he querido abolir el vacío en mi casa, pero por otra, he querido también crear más vacío. ¿Se puede entender? Los humanos somos así, paradójicos hasta el hecho de querer una cosa y su contraria.

Pienso que quizás llené la casa de poemas y pájaros para salir del laberinto del invierno. Un invierno que se derramó sobre la mesa y no había manera de replegar. Un invierno interior y exterior. Un invierno en el que he aprendido el significado de la palabra desertar. Salir de cualquier cosa implica un esfuerzo, aunque quedarse también, pero es un esfuerzo diferente ese. Caballero Bonald dijo que aún estamos a tiempo de no querer salir del laberinto.

Laberintos

Y eso puede llevar a algunos a preguntarse si es que estamos en un laberinto. A otros a reconocerlo, claro que estamos en un laberinto. Y a algunos otros entre los que me encuentro, a preguntarse, ¿salir, acaso se puede salir? En el mito del hilo de Ariadna, yo quisiera ser el laberinto, ese es mi resumen. Ni Teseo, ni el Minotauro, ni la propia Ariadna, me seducen tanto como el laberinto. El laberinto es un símbolo complejo, enigmático e indispensable para pensarme y pensarnos. Kafka fue en sí mismo un laberinto, Borges a su manera también, aunque él se hizo ayudar de espejos. Los espejos aumentan el laberinto.

“No veo salidas, solo veo algunas entradas”, replica Juarroz desde no sé qué tomo de su Poesía vertical. Este es el poema que colocaré en la entrada, avisando de que entrar en algunos lugares es arriesgarte a no salir o a tener que esforzarte en salir. La esencia del laberinto es el movimiento. No tiene ningún sentido estar parado en un laberinto, el laberinto se alimenta de búsqueda. Como la poesía.

Vuelvo a Juarroz que dijo que la poesía es un lenguaje entre soledades, de soledades, para soledades. Y por eso, en último término, no necesita dos hombres, le basta con las soledades de uno. ¿Será esa la razón por la que la poesía nos acompaña tanto? La poesía pone a dialogar nuestras soledades y es en soledad que podemos escuchar ese diálogo revelador que solo surge en lo profundo. Para mí la poesía siempre tiene que ver con bucear, aunque otros dirán que tiene que ver con volar. Volar, pájaros, ¿será por eso?

Soledad

Pero en último término la poesía nos comunica con la soledad del mundo. Una soledad que nos pasa por encima, que nos envuelve, que está detrás y delante, está en todas partes y hace pequeña cualquier otra soledad.

Así ser poeta debe ser sobre todo estar dispuesto a sentir o sentirse en soledad. Ser poeta debe ser sobre todo estar dispuesto a contener todos esos diálogos, escucharlos respirar, descifrarlos. No esquivar, no disfrazar, la soledad. Convocarla, celebrarla como terreno fértil de revelaciones.

“Los pájaros vibran más alto que nosotros” resuelve Chantal Maillard. Tal vez todo sea eso, una cuestión de altura de la vibración. “Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego, pero creo que mi soledad debería tener alas”, le replica Alejandra Pizarnik desde el fondo.

Por si algo falla y el invierno no termina de irse del todo me he construido un refugio de poesía y pájaros. Hay palabras que son como una fiesta que cae del asombro de los pájaros.