Opinión | AL MARGEN

Ángel González, el poeta que hizo de su vida y de su obra ejemplos a seguir

El Instituto Cervantes ha recibido un legado del autor, que siempre vivió y bebió la amistad

El poeta Ángel González

El poeta Ángel González / Armando Álvarez

El Instituto Cervantes de Madrid, cuya sede se inauguró en 2007, fue en su origen el Banco Español del Río de la Plata que recibía los giros millonarios de los españoles emigrados en Argentina. Con este fin, el Banco había instalado una gran caja fuerte para el cuidado del dinero, en la que el Cervantes atesora otros valores, legados de escritores con libros, fotografías, cartas…, lo que cada autor, o sus herederos, estimen guardar en las casi 1800 cajas numeradas como lo estaban cuando pertenecían a la entidad bancaria. Estos días recibió un legado de Ángel González que depositó su ahijada María Gil Bürman.

Ángel González, desde su muerte en 2008, no ha sufrido el paso por el purgatorio en el que suelen dormir algunos escritores esperando la mano de nieve becqueriana que arrancara las notas dormidas de su poesía. González fue en vida un poeta que, como escribió, trabajó el aire, y con su manera cercana y auténtica de estar en el mundo, lo cerró así: “Para nada, ahora / para nada, luego; / humo son mis obras, /cenizas mis hechos. // … Y mi corazón/ se queda en ellos”.

Ejemplo a seguir

Para nada son humo ni cenizas su obra y sus hechos porque González hizo de su vida y de su obra ejemplos a seguir, precisamente por la distancia que mantuvo siempre entre ambos, entre la persona y el personaje que habla en sus versos. Y yo creo que por eso sigue estando en el corazón de miles de lectores entre los que se cuentan muchísimos jóvenes que ven en sus versos una razón que alimenta su aliento poético.

La natural modestia de Ángel González se ve claramente en el discurso de la entrega del premio Príncipe de Asturias, 1985: “Siempre he sostenido que los poetas no existen, salvo en la lectura. Si hablase como poeta les hablaría, en mi opinión, desde la nada”.

Él siempre vivió y bebió la amistad confirmada sobradamente por sus amigos, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo o Juan García Hortelano, quien escribió que los camareros se alegraban cuando Ángel volvía a Madrid desde Albuquerque, Nuevo México, en donde impartía clases de Literatura Española.

El número de la caja elegida, 1654, bien podría haber sido un guiño del director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, al poeta asturiano, que de haber tenido hasta la 2000, probablemente le habría asignado la 1954, siquiera sea para recordar su poema: “Aquí, Madrid, mil novecientos/cincuenta y cuatro: un hombre solo./Un hombre lleno de febrero,/ávido de domingos luminosos,/caminando hacia marzo paso a paso,/hacia el marzo del viento y de los rojos/horizontes —…”.