He venido a hablar de mi libro: Xavier Casinos

Hay una Barcelona más allá de Antoni Gaudí, la Rambla y el Barça. Hay una Barcelona desconocida, una Barcelona imperceptible y hay una Barcelona oculta, aunque esté a plena luz del día, que es la mejor manera de esconder algo. En definitiva, hay una Barcelona a la que llamo secreta que explico, de momento, en cinco libros. A 60 secretos por volumen. Hace unas semanas que ya está en las librerías Barcelona secreta IV, que en realidad es el quinto libro de la serie porque el primero se tituló Barcelona. Històries, curiositats i misteris, aunque con idéntico formato y maquetación.

¿Por qué hay una piedra con inscripciones hebreas en las cuadras de un palacio medieval? ¿Por qué hay una treintena de caracoles esculpidos por toda la catedral? ¿Por qué un farmacéutico -o apotecario, como se decía antes- decidió grabar un cañón en su lápida funeraria en el suelo de Santa Llúcia? ¿Cómo es el reloj que sigue marcando la hora oficial de la ciudad en la Rambla?

¿Por qué la plaza del Sortidor, en el Poble Sec, se llama así si no hay ningún surtidor? ¿Sabía que un edificio neoárabe en el paseo Sant Gervasi fue construido para que jugaran Alfonso XIII y sus hermanos mientras su madre, la reina regente, se dedicaba a los actos oficiales de la Exposición Universal de 1888? Hoy es la sede de una inmobiliaria.

Hallar la respuesta a todos estos enigmas es una de mis ocupaciones de los últimos nueve años, cuando empecé a recopilarlos. Mejor dicho, a divulgarlos, porque la recopilación en realidad empezó hace mucho más, en la preadolescencia. La culpa la tuvo un viejo libro de tapas verdes que reposaba junto a unos pocos más en un humilde estante que en casa llamábamos sin complejos biblioteca.

El libro era La Barcelona de Cervantes, de Luis G. Manegat, editado en 1964 por Plaza & Janés. Hablaba de la ciudad que habría conocido el autor del Quijote en el siglo XVI, de las justas en el Born, de la batalla de Lepanto, de las Drassanes, de cárceles y torturas, de la Inquisición y de corsarios y cautivos. De pronto, descubrí que en mi ciudad habían pasado cosas que nada tenían que envidiar a las películas de aventuras, a Los tres mosqueteros y otros relatos clásicos que consumía editados en versión juvenil por Bruguera.

HISTORIAS DEL PASADO

Y así empecé a coleccionar en carpetas historias del pasado de Barcelona que me iba encontrando. Para rematar aquellas inquietudes, mi padre me solía hablar de Barcelona y sus misterios, un folletín de Antonio Altadill mezcla de El conde de Montecristo y Los misterios de París, que fue todo un best seller en 1860. Encontrar el libro llegó a ser una obsesión durante años, hasta que un día di con él en una librería de lance del Casc Antic.

El librero pedía 3.000 pesetas de los años 70 por los dos tomos. Invertí todos mis ahorros y lo compré, y a mi padre casi le da un patatús. Lo devoré y, a pesar de que literariamente está muy lejos de Dumas y Sue, ha marcado mi relación de amor con Barcelona.

Debo admitir que mi búsqueda de secretos, de esa cara B de Barcelona, le debe mucho a Altadill, Manegat y a todos aquellos misterios que me descubrieron. Y a las historias de mi padre. Los 300 publicados en cinco libros son herederos de todos ellos. Y habrá más.