Opinión | BOTÓN DE NÁCAR
Éric Rohmer explica la política local
Con la gracia habitual de las películas del cineasta francés, en 'El árbol, el alcalde y la mediateca' todo tiene un aire ligero, pero los asuntos que se abordan son de todo menos leves

El cineasta francés Eric Rohmer. / EPE
Siguiendo la sugerencia de la cuenta de Twitter de Enrique Piñuel (@extranosparaiso) me pongo El árbol, el alcalde y la mediateca, película de Éric Rohmer estrenada en 1993. Piñuel la recordaba a propósito de las talas de árboles en Madrid, aplicada a otras ciudades: en la mía, Zaragoza, se ha puesto de moda echar alquitrán alrededor de los troncos, sobre las raíces, y en la plaza que han remodelado al lado de mi casa han puesto dos bancos viejos y sucios solo después de protestas vecinales (unas calles más arriba, en la zona noble de la ciudad, los bancos son casi excesivos con unas jardineras llenas de flores). Es año electoral y el cuerpo lo sabe.
La película de Rohmer se abre con un profesor de lengua explicando las proposiciones circunstanciales condicionales y toda la trama se construye a partir de siete condiciones que se dan y que van llevando los acontecimientos hacia un lugar y no otro. Si el alcalde no hubiera perdido las legislativas no se habría quedado en el pueblo, si no se hubiera enamorado de una novelista parisina no tendría interés en seducirla con la política cultural, etcétera, etcétera -no quiero desvelar el resto de condiciones-.
El conflicto es sencillo: el alcalde quiere construir un gran centro cultural y deportivo, el director de la escuela y su hija son los principales opositores al proyecto. El alcalde está convencido de que en 30 años (o sea, hoy), todo el mundo podrá trabajar desde donde quiera (acierto) y por tanto habrá una vuelta al campo.
El árbol, el alcalde y la mediateca pone sobre la mesa discusiones aún no resueltas, señala las incoherencias de las políticas culturales en el interior (en el mundo rural en España) y lo hace sin dar sermones ni tomar parte. Con la gracia habitual de las películas de Rohmer, todo tiene un aire ligero, pero los asuntos que se abordan son de todo menos leves. Salvando el contexto en el que se suceden los conflictos, El árbol, el alcalde y la mediateca es un análisis de la política local y cómo afecta a las diferentes capas sociales, como lo era The Wire de David Simon.
Viendo la película me acordé de Los grandes espacios, la novela gráfica de Catherine Meurisse en la que cuenta su infancia en el campo: sus padres dejaron la ciudad para criar a sus hijas en un entorno más amable. Meurisse es del 80, así que su padre bien podría ser el director de la escuela de la película de Rohmer. Cuenta la colaboradora de Rohmer Françoise Etchegaray en Los cuentos de los mil y un Rohmer que no se atrevió a seguir su plan inicial: firmarla con un seudónimo, confiando en que la calidad de la película llevara a la gente al cine: "No tengo valor. Sé que la gente va a ver mis películas por mi nombre. Si nadie fuera, me sentiría humillado".
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