Opinión | DAME UNA NOCHE

Un libro malísimo y necesario

Prodigiosamente, la mediocridad se abre paso y, en ocasiones, con éxito

La estantería de una librería, repleta de libros.

La estantería de una librería, repleta de libros. / Xavier González

Parece evidente que los libros malos existen, y que el mundo se volvería insoportable, tremendamente soporífero, si de él solo formasen parte las cosas perfectas y bellas, los aciertos, las verdades como catedrales, los éxitos, las personas del todo maravillosas. Me pregunto si podría sobrevivir el sector editorial sin libros malos, mediocres o corrientes, cuyos autores, por otra parte, creen que no lo han hecho nada mal. Está por llegar ese escritor que comience la promoción de su nueva novela anunciando: "No quiero parecer presuntuoso, pero es mi peor libro. No podría haber escrito uno más malo, sinceramente. Más malo no puede ser. ¡Es que es malísimo! Soy optimista acerca de las ventas".

Todo lo que un autor es capaz de decir, me temo, es que hace muchos años escribió un libro bastante malo. Hasta ahí puede llegar: a ser honesto en relación a cosas que quedan demasiado lejos en el tiempo y en el recuerdo. El último libro, en cambio, siempre es bueno, ambicioso, resultado de atravesar el mejor momento de tu carrera. Mis tres primeras obras, por ejemplo, son lamentables. Si la última también encajase en esa categoría, creo que no me atrevería a expresarlo. Me falta el valor necesario para cavar mi tumba. Prefiero que la cave otro. Ojalá tuviese la suerte, en última instancia, que tuvo Philip Roth cuando la crítica comentó de su primera novela, Deudas y dolores, cosas como "Es la clase de libro malo que solo podría haber escrito un buen escritor", o "Es el mejor libro malo del año".

LIBROS INEVITABLES

Quizá haya que reconocer que los libros malos son a la vez inevitables. Por otra parte, ¿qué es un libro malo? ¿Y cuánto de malo? ¿Se puede admitir que lo sea solo en parte? ¿Y si aparece alguien y dice que a él le gusta y que es buenísimo? Puesto que a menudo no logramos ponernos de acuerdo en que un libro bueno es bueno y por qué, pues siempre habrá alguien a quien le parezca flojo, o normalito, ¿qué no ocurrirá con un libro malo? 

Hay algo milagroso en los libros malos. Nadie se propone escribirlos expresamente, como sí ocurre con los buenos, y sin embargo lo consigue. Todos ansiamos, de entrada, escribir una novela magnífica, que convenza a la crítica y atraiga al público, aunque después no nos salga. Pero ¿quién podría aspirar a escribir desde el principio una novela horrorosa, a base de clichés, giros previsibles, personajes que no saben dialogar o un estilo descuidado y pobre? Prodigiosamente, la mediocridad se abre paso y en ocasiones con éxito, de modo que los libros malos favorecen la existencia en algún momento de los buenos. Necesitamos obras brillantes, pero, por una curiosa razón de mercado, también corrientes. 

Años atrás visité una tienda de Merkabueble. No acudí en busca de un sofá, ni de una cama o un armario. Un amigo había discutido en cierta ocasión con un escritor que llegó a ministro de Cultura, y acabó por decirle que sus libros "solo servían para decorar las estanterías de Merkamueble de Ourense", así que quise corroborarlo. Los primeros títulos en los que reparé estaban en una cómoda: eran cuatro ejemplares de Corazón Agatha, de José María Plaza, una biografía sobre los años deslumbrantes de Ágatha Ruiz de la Prada en la movida madrileña. Me cansé de contar volúmenes de Abominación, de Paul Golding. Al llegar a 40 lo dejé. No tenía la menor idea de quién era Paul Golding, además. También me harté de ver volúmenes de México, de Carlos Salinas de Gortari. No era un libro cualquiera. ¡Tenía 1.424 páginas! Y, por supuesto, allí estaban los libros del exministro, y al día siguiente, uno de los míos, con el que decoré un mueble bar muy desangelado, demostrando que no hay libro, por malo que sea, que un día no se vuelva necesario.