CRÍTICA

'Trazo de tiza', de Miguelanxo Prado: la isla donde no pasaba nada

Norma aprovecha el 30 aniversario de esta obra maestra del cómic para lanzar una cuidada edición

Miguelanxo Prado.

Miguelanxo Prado. / Joan Cortadellas

Álvaro Pons

Hace 30 años, Miguelanxo Prado (A Coruña, 1958) era un autor que había deslumbrado por su acercamiento a la ciencia ficción en series como Fragmentos de la enciclopedia délfica y por su humor de profunda retranca gallega en obras como Quotidianía delirante y Manuel Montano. Dos géneros creativos que tienen la habitual costumbre de encasillar con facilidad al creador, lo suficiente como para que las primeras páginas que se publicaron de Trazo de tiza en la mítica revista CIMOC, allá por 1993, descolocaran a cualquiera que siguiera su obra.

Cierto es que la llegada del joven Raúl a una isla perdida en medio del océano auguraba una trama que podría heredar las intrigas de H. G. Wells o, quizá, como bien indicaba en su prólogo, de Adolfo Bioy Casares y su Morel, pero las primeras viñetas se alejaban mucho de todo lo visto: nos hablaban de paz y quietud. De viento que ululaba alrededor de un inmenso faro que guardaba un espigón solitario, que dejaba escasa evidencia del ser humano más allá de unas pintadas en la pared para recordar amores perdidos o ansiar futuras pasiones. Un lugar apenas habitado, por la posadera Sara y su hijo, lo justo para una conversación intrascendente, para mirar las olas por una ventana como mayor aventura tan solo rota por la llegada de alguna otra alma perdida a ese islote, como Ana. 

NATURALEZA VIOLENTA

Para muchos, es posible, no pasaba nada en ese enclave ignoto que no aparecía en los mapas, pero Prado iba tejiendo una historia que transcurría en las bambalinas del dibujo que veíamos, hilado con las miradas que los personajes intercambiaban durante ese tiempo indeterminado que transcurre entre una viñeta y la siguiente, con esa naturaleza violenta que iba marcando la vida de los protagonistas a su pesar.

Tiempos que Prado manejaba a su antojo, acelerándolos y deteniéndolos para construir una inmensa arquitectura de sentimientos y sensaciones, un mapa en el que se entrecruzaban los caminos que llevan de la soledad al enamoramiento, del amor al olvido, de la pasión a la violencia, de la vida a la muerte. Esa pequeña isla sin nombre, sin latitud ni longitud conocida, era el escenario de vidas congeladas en el tiempo, un diorama de realidades íntimas a las que accedíamos a través de indiscretas viñetas que nos devolvían el reflejo de nosotros mismos mientras veíamos a Sara, Ana y Raúl enganchados en una telaraña de sentimientos impuestos para ocultar pasados. 

Quizá Trazo de tiza sea una obra en la que realmente no pasa nada. O quizá sea una rasgadura en el tejido del espacio-tiempo, en eso que la física se emperra en estudiar y plasmar en complejas ecuaciones matemáticas y que Prado consiguió concentrar en un simple trazo de tiza hecho de recuerdos, sensaciones y sentimientos, que dibuja un recuadro que nos atrapa en nuestra propia existencia repetida caleidoscópicamente en cada viñeta de una obra que nunca se acaba.

Con cierta ironía borgesiana, Trazo de tiza se reescribe en cada lectura para descubrir una nueva inscripción en ese muro infinito que lleva al faro, una nueva frase que nos recuerda que estamos encerrados allí desde hace 30 años en una obra maestra del cómic.

Norma Editorial aprovecha el 30 aniversario de la primera aparición de Trazo de tiza para lanzar una cuidada edición conmemorativa que recoge la obra original añadiendo algunas pequeñas historietas en las que Prado volvió al mítico faro de su obra para homenajear a André Franquin y Hugo Pratt, así como un completo dossier gráfico en el que se puede descubrir el proceso creativo de la obra, así como ilustraciones sobre los personajes y escenarios.

No esperen ninguna clave del significado final de la obra, eso es tarea íntima de cada lector, pero esta edición despeja cualquier duda sobre la grandeza de esta creación de Prado y su ineludible influencia en nuestro cómic, avalada por premios tan importantes como el Alph-Art de Angulema en 1994.

'Trazo de tiza'

Miguelanxo Prado

Norma Editorial

104 páginas

19 euros