CRÍTICA

'Cortázar y el cine': cruce de caminos

Jordi Puigdomènech analiza el intenso idilio de Cortázar con el cine de Buñuel, Cocteau, Bergman, Ford y Bertolucci

El escritor Julio Cortázar.

El escritor Julio Cortázar. / EPE

Claudio Utrera

En A fondo, el memorable programa de entrevistas realizadas por Joaquín Soler Serrano a figuras de la cultura, la ciencia y el arte en TVE (1976- 1981), una de las personalidades que desfilaron por aquella serie fue el escritor, profesor y traductor argentino Julio Cortázar (Ixelles, Bélgica, 1914-París, 1984), algunos de cuyos primeros trabajos nos habían provocado emociones inenarrables en nuestra ya bulímica pasión por la lectura. Aquel encuentro con el escritor en 1977 supuso, al menos para este comentarista, una epifanía cultural, pues a su reconocido talento literario se le sumaba una capacidad dialéctica excepcional para expresarse sobre de todo lo divino y humano que encierra el arte de la escritura.

Pues bien, Ediciones JC publica Cortázar y el cine. Escribir en imágenes, del escritor y profesor Jordi Puigdomènech (Barcelona, 60 años), autor también de Ingmar Bergman, el último existencialista (2004), Akira Kurosawa. La mirada del samurái (2010) y La filosofía en el cine (2018), en la misma editorial. Se trata de un pequeño aunque juicioso libro que bucea en las estrechas relaciones que mantuvo el autor de Rayuela (1963) con el séptimo arte a lo largo de su amplio recorrido como creador literario desde su puesta de largo en el año 1951 con Bestiario, la inolvidable antología de relatos breves, así como en las numerosas adaptaciones cinematográficas que han venido realizando cineastas y guionistas de orígenes diversos sobre sus novelas y relatos.

IMAGINARIO CORTAZIANO

El imaginario de Cortázar -disuelto entre muchas de sus novelas, en no pocos de sus maravillosos cuentos y también en sus famosos escritos políticos donde cristalizaron sus preocupaciones en este campo del conocimiento y de la conciencia ideológica en una época tan febril y revolucionaria como la de los años 60 y 70- es tan profundo y flexible que podría confundirse con el genio explosivo de muchas de las figuras más icónicas de la historia del cine, de cuyo eventual maridaje habrían salido, sin duda, películas de enorme pedigrí intelectual, como sucedió con Weekend (1967), adaptación que Jean-Luc Godard hizo del cuento La autopista del sur (1964, pero editado dos años más tarde en el volumen Todos los fuegos del fuego), texto que volvió a adaptar Luigi Comencini en El gran atasco (1979) con un guion de Ruggero Macari, Bernardino Zapponi y el propio director y con la plana mayor del cine italiano (Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Stefania Sandrelli, Annie Girardot, Ugo Tognazzi…). Pese a su éxito arrollador en las taquillas europeas, la crítica no le perdonó a Comencini la ligereza y monotonía con la que abordó esta controvertida adaptación. 

Extraña en este sentido que un maestro de la enjundia e inventiva de Federico Fellini, por ejemplo, no se acercara nunca al universo literario de Cortázar, a pesar de que el escritor se declaró siempre un ferviente admirador del cineasta italiano. Sí lo hizo, en cambio, el gran Michelangelo Antonioni en Blow up, deseo de una noche de verano (1966), basándose en un guion de Tonino Guerra, Edward Bond y del propio Antonioni, a partir del cuento Las babas del diablo (1959). 

La película, Palma de Oro en Cannes y considerada uno de los hitos claves del cine contemporáneo, es una interpretación muy libre del texto original, aunque conserva ese halo misterioso que rodea la mayoría de los relatos cortos del autor, con lo cual, y pese al aparente distanciamiento de la base argumental del relato, destila ese tono feérico que envuelve la absorbente narrativa de obras tan luminosas e imaginativas como Historias de cronopios y de famas (1962), Divertimento (1949), Un tal Lucas (1979) y Rayuela.

Admirador de filmes como La edad de oro (1930), El ángel exterminador (1962) y Los olvidados (1950), de Luis Buñuel; M, el vampiro de Düsseldorf (1931), de Fritz Lang; Vampyr (1932), de Carl Theodor Dreyer; Los verdes prados (1936), de William Keighley y Marc Connelly; Las uvas de la ira (1940), de John Ford; Fantasía (1940), de la factoría Disney; Juegos prohibidos (1952), de René Clément; Teresa Raquin (1953), de Marcel Carné; Los inútiles ( 1953), de Federico Fellini; Drácula (1958), de Terence Fisher; El cuchillo en el agua (1962), de Roman Polanski; El silencio (1963), de Ingmar Bergman; El último tango en París (1972), de Bernardo Bertolucci; Delicias turcas (1973), de Paul Verhoeven; Parranda (1977), de Gonzalo Suárez, y Recuerdos (1980), de Woody Allen, Cortázar era un entusiasta del arte cinematográfico, además de un infatigable cinéfilo con ecléctico paladar.

'Cortázar y el cine'

Jordi Puigdomènech

Ediciones JC

224 páginas

16 euros