REPORTAJE

Mary Oliver: una vida única, salvaje y preciosa

Al cumplirse cuatro años de su muerte, las trayectorias vital y literaria de la autora estadounidense se funden en una plegaria común

La escritora estadounidense Mary Oliver

La escritora estadounidense Mary Oliver / EPE

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

El diario The New York Times, considerado la Biblia del periodismo, nunca publicó una reseña completa de ninguno de los muchos libros que Mary Oliver (1935-2019) publicó en vida. Y eso que fue una autora prolífica, capaz de entregar a imprenta, para regocijo de sus editores, claro, una nueva obra cada uno o dos años. Fue, además, una de las poetas estadounidenses más populares de las últimas décadas, adorada por sus lectores hasta la devoción y galardonada con premios como el Pulitzer (1983) o el National Book Award (1992).

Pero a la crítica, tan elevada siempre, no le hacía tilín su estilo sencillo, forjado lejos del academicismo, en la naturaleza, a la que prestó atención, escuchando los latidos del bosque y los rugidos del mar, como ningún otro literato desde Walt Whitman. A la tradición del autor de Hojas de hierba pertenece Oliver, pues le leyó como quien profesa un credo, con la fe irrenunciable del espíritu, pero también a la del Romanticismo poético de William Wordsworth o John Keats.

En ella, en su voz lírica, resuenan, igualmente, ecos de Thoreau y su cabaña de Walden, de Elizabeth Bishop y Marianne Moore y, sobre todo, de Edna St. Vincent Millay, a la que, en su momento, reconoció como la mayor influencia de sus primeros versos, los juveniles, y en cuya casa llegó a vivir un tiempo, ayudando a la hermana de la poeta y dramaturga a organizar su archivo, lo que la permitió bucear en su legado y hacerlo suyo, reinterpretarlo para poder compartirlo.

Lo mismo que, de algún modo, han hecho los editores de Errata Naturae con su obra en nuestro país. "Hacer poesía simple es extremadamente complejo, y hacer poesía simple y excelsa, como la de Mary Oliver, sólo está al alcance de unos pocos, sin duda tocados por el influjo aún hoy vivo de Orfeo", sostiene Rubén Hernández, responsable del sello junto con Irene Antón.

El editor cree, por tanto, que Oliver "era una auténtica sabia, y esto es válido también para sus ensayos. Todas sus composiciones son simples, directas y cristalinas en el mejor sentido imaginable, como un espejo de palabras, y de este modo reflejan a la perfección su profundo amor por la naturaleza y la manera en la que en su obra y en su vida se conectan el mundo material y el mundo espiritual como una suerte de impulso hacia la trascendencia pero sustentado por una belleza casi indefensa".

Intimidad

En febrero de 2021, Errata Naturae recuperó La escritura indómita, libro de referencia entre los suyos de no ficción, y hace sólo un par de meses publicó Horas de invierno, una recopilación de ensayos con reflexiones entre lo literario y lo personal, toda una joya teniendo en cuenta lo reacia que su autora era a hablar, y por tanto a escribir, sobre su vida más íntima, aquella que durante más de cuarenta años compartió con Molly Malone Cook, quien fuera una de las primeras fotógrafas de The Village Voice.

En las páginas de Horas de invierno, Oliver le dedica una hermosa declaración de amor, sencilla y sincera: “Somos felices y somos afortunadas. Ni nos interesa la política ni somos proclives a la compañía de otros. Repito: somos felices y somos afortunadas. Nos bastamos mutuamente: acompañamiento, intimidad, cariño, arrebato. Cada vez que oigo algo horrible, quiero taparle los oídos a M. Cada vez que veo algo bello y me da un vuelco el corazón, es a M. a quien corro a contárselo”.

A Cook, M., como siempre se refería a ella, la conoció a finales de la década de 1950 en la casa de Edna St. Vincent Millay y, pese a que se enamoró casi al instante, a su lado aprendió a amar y a ser amada, a quererse para poder querer. Algo nada fácil teniendo en cuenta de dónde venía.

La escritora Mary Oliver y la fotógrafa Mary Malone Cook, en su casa de Provincetown (Massachusetts)

La escritora Mary Oliver y la fotógrafa Mary Malone Cook, en su casa de Provincetown (Massachusetts) / EPE

Oliver nació en Maple Hills Heights, un suburbio de Cleveland (Ohio). “Con las palabras podía construir un mundo en el que podía vivir. Tuve una familia muy disfuncional, y una infancia muy dura, así que hice un mundo de palabras, y esa fue mi salvación. Pasé mucho tiempo escribiendo y leyendo, paseando por los bosques de Ohio, donde crecí. A menudo digo que si pudiera exponer todo lo que escribí en esos años, iría a la Luna y volvería”. Son frases extractadas de una de las muy contadas ocasiones en las que dio entrevistas.

En una de ellas, concedida en 2011 a The Oprah Magazine, le confesó a Maria Shriver que sufrió abusos sexuales siendo una niña. “Era muy pequeña, pero tenía pesadillas recurrentes. Hay daño. Por eso quería ser invisible, estoy segura. Y eso, ciertamente, hizo que para mí fuera muy difícil confiar”.

Sufrió abusos sexuales siendo una niña: “Era muy pequeña, pero tenía pesadillas recurrentes. Por eso quería ser invisible”

Después de varios años de terapia, en su madurez, la poeta pudo por fin comprender, “primero, que aquello sucedió, algo contra lo que un niño lucha y no quiere reconocer y, segundo, que afectó a ciertos aspectos de mi comportamiento. Probablemente, fue la razón por la que me marché de casa al día siguiente de graduarme en el instituto, no podía esperar un minuto más, y por lo que estuve tan necesitada gran parte de mi vida, porque no recibí suficiente amor de madre ni protección”.

Reflexión

Estudió en la Ohio State University y en el Vassar College, aunque no llegó a graduarse, y eso que acabó ocupando la cátedra Catharine Osgood Foster en el Bennington College (Vermont) e impartiendo clases en la Case Western Reserve University de Cleveland, en su Ohio natal, y hasta recibió cuatro Honoris Causa.

“Cuando escribe en prosa resulta tremendamente poética y su poesía puede ser también bastante narrativa. En todo momento es una escritora de una precisión casi quirúrgica; incluso cuando escoge ideas o palabras ambiguas o polisémicas. Es ambigua porque quiere que tú percibas esos dos sentidos", reflexiona Regina López Muñoz, su traductora en España. "Vuelvo a sus libros con ilusión -continúa-, algo que no siempre me sucede con lo que traduzco; me complace abrirlos de vez en cuando y releer pasajes por el mero placer de saborearlos de nuevo, de aceptar una invitación a la reflexión que nunca deja de renovarse. Los veo como una especie de guía a la que recurrir en cualquier situación”.

Junto con M., Oliver se mudó a Provincetown, un pueblo costero ubicado en la punta de Cape Town (Massachusetts) del que ambas hicieron su hogar y donde construyeron su familia. Allí, la fotógrafa tenía su propia galería, en la que llegó a exponer la obra de colegas como Berenice Abbott, Edward Steichen, Minor White, Ansel Adams o Harry Callahan, entre otros, y Oliver se dedicaba a dar largos paseos por la costa y en lo más profundo del bosque en busca de material narrativo. “Me considero una especie de reportera que usa palabras que son más como música y que tienen coreografía. Nunca pienso en mí misma como una poeta; simplemente me levanto y escribo”. Así se definía.

"Nunca pienso en mí misma como una poeta; simplemente me levanto y escribo"

Oliver pensaba que la poesía “no debe ser elegante. Tengo la sensación de que muchos de los poetas que escriben ahora hacen una especie de claqué. Siempre siento que lo que no es necesario no debería estar en el poema”. Ella solía levantarse a las cinco de la mañana, escribía durante dos horas y, después, le entregaba su “mejor energía de segunda categoría” a su “empleador”.

UN MUNDO DE PALABRAS

En Provincetown recibió, en 1984, la noticia de que le habían concedido el premio Pulitzer de Poesía por American Primitive, su cuarto libro. “Estaba lavando los platos cuando sonó el teléfono. Cuando llamaron de la cadena de televisión local y preguntaron si podían pasar por casa, les dije que no. En ese momento estaba colocando tejas en nuestra casa, cumpliendo con mi rutina habitual”. Pese a la pregunta que todo el mundo empezó a hacerse a partir de entonces, “¿Quién es Mary Oliver?”, ella siguió construyendo, en los márgenes, su propio mundo de palabras. “Deseaba con toda mi alma pasar desapercibida, que me dejaran sola y, en cierto modo, lo logré”.

“Deseaba con toda mi alma pasar desapercibida, que me dejaran sola y, en cierto modo, lo logré”

Sólo M. estaba invitada a esa soledad elegida, buscada. “Éramos conversadoras, sobre nuestro trabajo, nuestro pasado, nuestros amigos, nuestras ideas ordinarias e inverosímiles. A menudo, nos despertábamos antes de que hubiera amanecido, preparábamos café y dejábamos que nuestras mentes agitaran nuestras lenguas. Terminábamos agotadas y eufóricas. No muchas noches o madrugadas después, hacíamos lo mismo. Fue una conversación de cuarenta años”, escribió la poeta en Our World, el libro al que se entregó tras la muerte de M. en 2005, inédito en castellano.

“Cuando enfermó, querían llevársela a una residencia, pero me negué. La llevé a casa. Ese tipo de cosas no es fácil… Solía salir de noche con una linterna y sentarme en un banquito fuera para garabatear poemas, porque estaba demasiado ocupada cuidándola durante el día para poder caminar por el bosque”.

Después de su fallecimiento, Oliver se planteó comprar una cabaña y encerrarse allí con todos sus libros, pero finalmente optó por abrir todas las puertas de su casa, esas que M. siempre mantenía cerradas, pues le gustaba la sensación de seguridad. Buscó refugio en Hobe Sound (Florida), descubrió a “amigos maravillosos” y siguió cautivando a sus lectores hasta el mismo día de su muerte, el 17 de enero de 2019.

Hoy, su obra es tan popular que suele ser recitada en ceremonias de graduación, bodas, funerales, en una suerte de plegaria común que repite, una y otra vez, sus versos más conocidos, los que cierran su poema The Summer Day: “Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?”.

Su mirada, en la voz de otras poetas

La escritora Sara Torres (Gijón, 1991) conoció la obra de Mary Oliver recién llegada a Londres y tradujo algunos de sus poemas, “que eran como pequeñas oraciones para sostener la angustia del vivir”. Lo que más le emociona es “su forma de reconocer la potencia y la belleza de todo lo vivo. Mis favoritos son los poemas donde su mirada está puesta en el animal: un oso, un saltamontes. Las canciones dedicadas al perro”. Aunque Torres destaca “ese libro tesoro, un libro de amor”, Our world, compuesto en conversación con las fotografías que tomaba su pareja, M. “Me reflejo en él, me encuentro: yo también tengo un mundo delicado, secreto, alucinante junto a la misma inicial. Como Oliver, también deseo que pase el tiempo, a ritmo lento, y seguir allí conmoviéndome en pequeños detalles”.

Para María Sánchez (Córdoba, 1989), leer a Mary Oliver fue “una nueva ventana llena de luz y aire fresco. Es así como ella concibe el lenguaje, como una puerta, como una forma de abrir la mirada a otros lugares”. Sus poemas son, para la autora de Tierra de mujeres y Cuaderno de campo, “faros de luz que nos tienden la mano, que nos invitan a la pausa, a la reflexión, a observar fuera de inmediatez y ruido todo lo que nos rodea. Ella alumbra, y generosa nos enseña el camino: si no formamos parte del mundo -piedra a piedra, canto a canto, rama a rama, brizna a brizna, poema a poema- estamos y estaremos, siempre heridos, sin el territorio”.

Eva Gallud (Madrid, 1973), poeta y traductora, leyó por primera vez a Oliver, sintió “una conexión tremenda y una especie de nostalgia por no haber llegado antes a su poesía. Después leí algunos de sus ensayos y el vínculo se hizo todavía más fuerte”. De ella admira “la lucidez y la calma con las que contempla el mundo, su mirada certera, su profunda conciencia ecológica, la sencillez de sus palabras que, sin embargo, no están exentas de sentido crítico y observación filosófica. Me acerco a sus poemas especialmente cuando busco frenar mi ritmo, tanto mental como físico. Leerla me ancla en el ahora, me muestra el camino de lo importante”.