OPINIÓN

Memoriales de Saramago

Los personajes del premio Nobel portugués continúan paseando por esa ciudad melancólica que es Lisboa

El premio Nobel de Literatura José Saramago

El premio Nobel de Literatura José Saramago / Tiago Petinga

Eva Díaz Pérez

Suenan las sirenas de los barcos del puerto, huele a viejas mareas del río Tajo y parece que el elefante Salomón caminara sobre los rojos tejados de Lisboa. La ciudad sigue habitada por los personajes de las novelas de José Saramago. Blimunda nos cuida desde un azulejo en la casa familiar del escritor en la Praça de Londres, el elefante recorre los tejados y Ricardo Reis llega en el año de su muerte para desembarcar del Highland Brigade, que desde los ventanales de la Casa dos Bicos, sede de la Fundación José Saramago, nos parece un navío fantasma: “Aquí acaba el mar y empieza la tierra”.

Es el día del centenario de Saramago -16 de noviembre- y cae una luz de saudade sobre Lisboa. Todo comienza con una ofrenda floral en el olivo donde reposan las cenizas del escritor, justo enfrente de la Casa dos Bicos. Claveles rojos y blancos. Los picos decorativos de la fachada nos pinchan hoy en el corazón de la memoria.

Está a punto de comenzar la lectura colectiva de Las pequeñas memorias y en la Casa dos Bicos entra el aroma a campo de Azinhaga, la aldea en la que nació. En este museo literario están los primeros cuadernos del niño Saramago. También se suceden los documentos y fotografías que nos descubren al joven aprendiz de tornero y cerrajería metálica. El rugir del fuego de la forja tiene la misma fuerza de su literatura, el aire poético del vapor que sube con el hierro al rojo vivo. En todo encontrará el destino inevitable de la literatura, porque Saramago no podía ser otra cosa que escritor.

En esta casa-museo huele también a historia de Lisboa. Hay un rincón con una ventana que se asoma al Tajo. Allí están los dos libros que el Nobel dedicó a Lisboa: El año de la muerte de Ricardo Reis e Historia del cerco de Lisboa. José Cardoso Pires dijo que si alguna vez desapareciera Lisboa, podría reconstruirse leyendo estas novelas.

Falta poco para el estreno en el Teatro Nacional de San Carlos de la ópera Blimunda, de Azio Corghi con libreto de José Saramago, cuya primera representación fue en el Teatro de la Scala de Milán en 1990. Hoy se repetirá el prodigio, pero antes, en el camino hacia el teatro, Pilar del Río, viuda del premio Nobel y presidenta de la Fundación Saramago, despliega mapas literarios: “Aquí en la Praça do Comercio vivía Ricardo Reis y bajando por esa calle estaba el Hotel Bragança donde se hospedó a su llegada”.

Y así aparecen la Praça de Rossio donde se celebraban los autos de fe y se conocen Blimunda y Baltasar Sietesoles, inolvidables personajes de Memorial del convento. Los mismos que aparecen sobre el escenario del San Carlos junto al sacerdote Bartolomeu de Gusmâo, inventor de la passarola, la máquina voladora que parece flotar entre el rococó dieciochesco del teatro.

RINCONES FAVORITOS

¿Cómo termina la novela de este día del centenario? Durante toda la jornada en el restaurante Farta Brutos en el barrio Alto se han servido los buñuelos de bacalao que le gustaban a Saramago. Allí sigue su rincón favorito con fotos de antiguas veladas. Hoy los amigos recuerdan sus canciones preferidas Acordai, acordai, de Lopes-Graça, y Aprendimos o rito, de Carlos do Carmo, inspirada en un poema de Saramago. En el primer viaje que el escritor y Pilar del Río hicieron juntos escucharon esa canción y él le confesó: “Yo no me considero poeta, pero si me oigo aquí, me siento poeta”.

Fuera sopla una brisa atlántica. Los personajes de Saramago continúan paseando por la ciudad melancólica: don José el archivero de Todos los nombres; Cipriano Algor, el alfarero de La caverna, o Raimundo Silva que desde el castillo de San Jorge escribe el final alternativo de Historia del cerco de Lisboa. Esa brisa pasa ahora por el olivo donde reposan sus cenizas junto al epitafio de Memorial del convento: “Pero no subió a las estrellas si a la tierra pertenecía”. Y allí sigue…