PERFIL

Samanta Schweblin, la escritora que se quedó sin palabras

En la argentina, candidata este año al National Book Award, hay una pulsión de control permanente: no se pone delante de un ordenador si no tiene el pelo atado y la escritura es la forma más radical que ha encontrado para decir lo que quiere decir

La escritora argentina Samanta Schweblin

La escritora argentina Samanta Schweblin / EFE

Dídac Peyret

“Ya dije que por dentro de mi psiquis sabía detalles y formas, que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto ni coma porque si ponía punto y coma perdía la palabra hablada”. La conquista de las palabras es una de las batallas de Yuna, la protagonista de Las primas, la novela de Aurora Venturini, que encuentra en la pintura el espacio más honesto de expresión.

Ese abismo entre el pensamiento y el lenguaje, esa distancia insalvable entre lo que se quiere decir y lo que se dice, le resulta familiar a la también escritora argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978). Entre los 11 y los 12 años, dice, se enojó con el lenguaje de manera tan visceral que estuvo un año sin hablar. El desencadenante fue una riña con una amiga que le sirvió para constatar el fracaso de la palabra hablada.

Esa opacidad impregna los cuentos de Siete casas vacías, nominado al National Book Award, donde los personajes tienen problemas para expresarse, como si hubiera siempre una conversación pendiente que empantanara la esfera privada. La familia aparece como una tragedia inevitable, un espacio de buenas intenciones con resultados defectuosos porque la experiencia incluye una transferencia involuntaria de cargas del pasado. Una visión del mundo manchada por la herencia.

Temas recurrentes

Aquel año sabático con el lenguaje despertó en la escritora argentina otro de sus temas recurrentes: lo que llamamos normalidad y sus malentendidos. Sus libros se leen con los dientes apretados porque ponen a prueba nuestros prejuicios y las rarezas de lo doméstico. La irritabilidad que nos provoca lo que se sale de lo común.

"Está el que escribe, y está el que lee; si alguno de los dos está ausente, no hay literatura"

Sus profesores instaron a sus padres a que fuera al psicoanalista con un mensaje: solo pasaría de curso si tenía el certificado de normalidad. La respuesta fue que era una niña perfectamente corriente pero completamente desinteresada por su entorno. Durante ese tiempo cultivó el vicio de la introspección. A falta de interlocutores, encontró en la lectura que practicaba encerrada en los baños un sucedáneo de la conversación. Un bloqueo clave para entender sus miedos y una manifiesta necesidad de escribir.

En Schweblin hay una pulsión de control permanente: no se pone delante de un ordenador si no tiene el pelo atado y la escritura es la forma más radical que ha encontrado para decir lo que quiere decir. También un refugio contra otra de sus grandes obsesiones: el paso del tiempo. Solo logra aplacar ese vértigo cuando se entrega tanto a una historia que el libro deja de ser un objeto.

La escritora argentina, que reside en Berlín desde 2012, donde dirige talleres literarios, sigue asombrándose del cuerpo a cuerpo con la palabra. “La literatura sucede durante la lectura y estoy convencida de que es algo que sucede de a dos. Está el que escribe, y está el que lee; si alguno de los dos está ausente, no hay literatura”.

'Siete casas vacías'

Samanta Schweblin

Páginas de Espuma

128 páginas

15 euros