Opinión | OPINIÓN

La librería como espacio de servicio público

Los libreros son personajes atípicos que se atiborran de conocimiento a base de lectura

La librería Nollegiu del Poblenou, en Barcelona

La librería Nollegiu del Poblenou, en Barcelona / EPE

Todavía está impregnada en mi retina la portada de The New Yorker que visualizaba a un mensajero de Amazon entregando un libro en un portal situado junto a una librería. Cierto que, como muchos lectores de abril, soy un militante hasta compulsivo de sus portadas, pero no me negarán que esa viñeta ilustra perfectamente una gran incongruencia.

Las librerías son esos espacios mágicos donde habitan todos los seres posibles, inventados y reales, que el ser humano tiene capacidad de albergar en su mente. Y no sólo el lugar. Los que regentan esos acumuladores de libros, los libreros, son personajes atípicos que se atiborran de conocimiento a base de lectura.

La próxima semana, el 11 de noviembre, celebran su día, aunque sus mejores días son aquellos en que consiguen vender muchos libros. El librero se convierte, con frecuencia, en el psicólogo que sabe recomendar la mejor historia para ser leída según el estado de humor de cada cliente. Que además es cambiante.

Y es un estimulador de proyectos. Les puedo contar el caso de la librería de Barcelona Nollegiu (no leáis), que en sí misma ya es una contradicción, muy en sintonía con la moda contracultural de los años 60 y 70. Con la imposición de la «no lectura», invoca a lo contrario.

Con esta idea, Nollegiu ha logrado crear un lista de seguidores devotos capaz de trasladar libro a libro, en fila india, cual pequeñas hormigas, todo el contenido de una librería. Un traslado obligado por unas inundaciones y humedades continuadas se convirtió en un festival librero que bien podría pasar al récord Guinness.

Más de 8.000 libros recorriendo 200 metros, de mano en mano de unos 200 clientes, lectores devotos de literatura o poesía o ensayos, algunos dedicados a regular el tráfico, mientras los ejemplares circulaban por los pasos de cebra. La imagen está en la Red y es poesía pura. ¡Y un placer!