REPORTAJE

Prosa paternal

Con 'Un hijo cualquiera', Eduardo Halfon aterriza en un territorio poco habitual en la literatura masculina, siguiendo la estela de Karl Ove Knausgård, David Wagner, Renato Cisneros, Andrés Neuman, Manuel Jabois, Percy Chávez Alzamora o Alberto Olmos, entre otros

El escritor Eduardo Halfon, fotografiado con su hijo

El escritor Eduardo Halfon, fotografiado con su hijo / EPE

Bernardo Gutiérrez

Eduardo Halfon entró en un estado de profunda ansiedad cuando su mujer, Lucía, le comunicó que estaba embarazada. A sus 45 años, no entraba en sus planes ser padre. Cuando tomaron la decisión de tener el hijo, no conciliaba el sueño. El escritor confiesa, en una entrevista presencial en Madrid, que una mañana empezó a escribir una carta a Leo, su futuro hijo: "Me calmó hablarle a mi hijo no nacido. Recupero el sueño. Ha sido la única vez en la que la literatura fue útil". En la carta, titulada Halfon Boy, incluída en Biblioteca Bizarra (Jekyll & Jill, 2018), el escritor bucea en sus inseguridades: "Me convertí en tu padre, Leo, como todo lo importante en mi vida: por accidente. En las madrugadas me invade una profunda sensación de ansiedad o más bien de miedo: miedo a fracasar como padre. ¿Sabré ser padre, Leo?".

Después del nacimiento de su hijo, Halfon escribió diversas piezas sueltas, sin ser consciente de que todas estaban atravesadas por la experiencia de ser padre. A posteriori, los textos acabaron hermanándose en Un hijo cualquiera, recién publicado por Libros del Asteroide. "De pronto me di cuenta que estos textos sobre mi entrada en la literatura, mi relación con Guatemala, con mi familia, con el judaísmo, estaban teñidos por la presencia de mi hijo", asegura el autor.  La paternidad devino un filtro, ojos renacidos para redescubir el mundo y el propio pasado. "Tener un niño te regresa a tu propia infancia. Para un escritor que trabaja con la memoria, como yo, es un regalo. Estos recuerdos están como empolvados en una grieta, y necesitas que algo los active", matiza Halfon.

Un hijo cualquiera enriquece un territorio poco transitado por los hombres: la relación entre un padre y un bebé o un hijo pequeño. El noruego Karl Ove Knausgård abrió el camino al inicio de la década pasada con Un hombre enamorado (Anagrama), segundo volumen de la monumental Mi lucha (2009-2011). El alemán David Wagner publicó Cosas de niños (Errata Naturae, 2015), relato impregnado del pensamiento mágico de su hija. En los últimos tres años algunos autores en lengua española como Renato Cisneros (Algún día te mostraré el desierto, Alfaguara, 2019), Manuel Jabois (Manu, Pepitas de Calabaza, 2019), Alberto Olmos (Irene y el Aire, Seix Barral, 2020) o Percy Chávez Alzamora (Nadie sabe que esto es tierra de nadie, La navaja suiza editores, 2021) abordan narrativamente la experiencia de la paternidad. ¿Qué tienen en común estos títulos?, ¿podría hablarse de un fenómeno o tendencia?, ¿cómo es la prosa paternal?  

Amor de padre

Las experiencias paternales traumáticas problemas físicos o muerte del hijohan propiciado algunos libros emblemáticos. La caída (Anagrama, 2015), del brasileño Diogo Mainardi, arranca con la contundente frase "Tito tiene parálisis cerebral". Un error de la ginecóloga provocó que al bebe le faltara oxígeno durante el parto. Diogo acepta la situación con naturalidad, deslumbramiento y amor porque "tener un hijo con parálisis cerebral es la aventura más emocionante que existe". En algunos casos, el relato traumático de un padre adopta el formato novela. La muerte del bebé recién nacido del estadounidense William Kotzwinkle fue el desencadenante de El nadador en el mar secreto, escrita en 1975 (republicada por Navona Editores en 2017). A pesar de que un alter ego del autor (Laski) narra en tercera persona, la tragedia personal del autor empapa la novela. La ficción, como distancia y/o herramienta, también ayudó a Paul Auster a escribir La invención de la soledad (Anagrama), publicado en 1981. Si en el inicio del libro Auster repasa la distante relación con su padre, en la parte final narra cómo su vida cambia con la llegada de su hijo: "El niño olvidará todo lo que le ha ocurrido hasta ahora: solo quedará un ligero resplandor. (...) Todas esas cosas se desvanecerán de su memoria para siempre". Apenas colocándose a sí mismo como personaje (llamado A.) y escribiendo en tercera persona, Auster consigue abordar la cotidianidad paternal.  

En los últimos años, las reflexiones, miedos y complicaciones de la paternidad se están colando en la ficción, aunque de forma puntual. Lucas Pereyra, protagonista de la aclamada novela La uguguaya (Libros del Asteroide, 2017), del argentino Pedro Mairal, le confiesa a su mujer que su hijo le agota: "No tanto él sino mi constante preocupación por él. Se me llenó la vida con un miedo que antes no tenía". En Final feliz (Seix Barral, 2021), de Isaac Rosa, las cavilaciones sobre paternidad flotan en los diálogos: "Te dicen que criar en tribu es una locura subsahariana, cuando lo loco es criar a tus hijos sin ayuda, dejarlos ocho o diez horas en la guardería, el colegio, las extraescolares".

El escritor Percy Chávez Alzamora, con su hija

El escritor Percy Chávez Alzamora, con su hija / EPE

Sin embargo, la incipiente corriente de prosa paternal tiene una característica: está escrita con las entrañas. En primera persona, los relatos desgarrados intentan romper la coraza de la masculinidad. Así lo reconoce el escritor hispano argentino Andrés Neuman, que hace unos meses publicó Umbilical (Alfaguara). "Casi no existe todavía una literatura que cuente la relación entre hombres y bebés. Que explore qué piensa y siente un hombre durante el acompañamiento de la gestación, que analice los aprendizajes, dudas y vulnerabilidades que vivimos los padres. Y de eso era justo de lo que más necesitaba escribir en Umbilical", afirma el autor por correo electrónico. Su libro rezuma lirismo y emoción. "Cada vez que te ríes, se quiebran los cristales que transporto en secreto", "mi mano sólo es mano si tus encías catan su contorno, existo en la medida en que me pruebas", escribe Neuman.

Eduardo Halfon destaca que tras Un hijo cualquiera entiende la paternidad como vulnerabilidad: "Todavía existe la idea de que no debes mostrar cariño, vulnerabilidad, susceptibilidad. Está mal visto en un mundo tan machista como el hispano", afirma. Por su parte, Neuman reconoce que aunque cada vez más hombres se comprometen con los cuidados, el imaginario literario y audiovisual lo ha registrado poco: "Se trata de intentar poetizar las dudas, inseguridades y aprensiones de nuestra educación; de preguntarse por qué a los hombres nos cuesta considerar dignos de poesía los problemas de la cotidianidad doméstica". 

Los dos lados del patriarcado 

En algunos casos, el epicentro de los libros reside en el proceso de gestación, y no tanto en la relación hombre-bebé. Irene y el Aire es una relato sobre el embarazo de la pareja de Alberto Olmos. El paulatino cambio de mentalidad del autor va de la mano de pinceladas autocríticas al mundo masculino. El peruano Renato Cisneros, en Algún día te mostraré el desierto, ahonda en sus propios temores y frustraciones. Sin piedad, desmenuza las imperfecciones de su yo que visibiliza tras el embarazo de Natalia, su mujer. "Hay días en que solo hay miedo. Y no me refiero al miedo a equivocarme en la crianza, sino a un miedo más crudo y egoísta: el pavor a perder mi autonomía. Quiero ser padre lo que me falta son agallas para encajar los cambios que vendrán". Cisneros, vía mail, confiesa que escribió su diario de paternidad para hacerse preguntas sobre las secuelas del machismo con el que fue educado: "Para saber cuánto de ese machismo pervive en mí; también para indagar en el miedo a volverse responsable de verdad, por primera vez; y a reconocer lo vulnerable que se vuelve uno". Por su parte, el también peruano Percy Chávez Alzamora, confiesa que ser padre de Alejandra y Julieta le permitió tomar consciencia del mundo patriarcal. "No es que no supiera que vivimos en un mundo construido por y para hombres, pero me hizo estar alerta. La paternidad me permitió tener otra mirada y tomar consciencia de que ese mundo patriarcal resulta muchas veces inhóspito para las mujeres, un mundo en que crecer significa casi siempre estar con el viento en contra", asegura el autor por correo electrónico.

Renato Cisneros, en un gesto de complicidad con su hija Julieta

Renato Cisneros, en un gesto de complicidad con su hija Julieta / Erick Molgora

Los diarios de paternidad son espejos dobles que reflejan el patriarcado desde fuera y desde dentro. Manuel Jabois, en Manu, no consigue aparcar su habitual estilo desenfadado. Ni siquiera para describir el-día-después del nacimiento de su hijo: "El bebé no paraba de llorar, Ana se paseaba con él en brazos y sorbiéndose las lágrimas, desesperada al no poder darle el pecho, y en la única cama del pequeño cuarto yo dormía desnudo y feliz a pierna suelta". Alberto Olmos confiesa cómo se iba fijando "en los aspectos más o menos agraciados de todas las mujeres" que fueron entrando en la habitación en la que parió su mujer. "¿No es patético que un hombre siempre tome nota, sepa si, aprecie que, reconozca un rasgo o un volumen incitante, repare?", se pregunta el autor. El caso de Karl Ove Knausgård sintetiza el boomerang de ida-y-vuelta del patriarcado. El autor no tuvo reparos en confesar el aburrimiento de las labores paternales: "Llegué a conocer toda la oferta infantil, pero a pesar de la enorme ternura que sentía por ella, el aburrimiento y la sensación de ociosidad eran aún mayores”. La crítica, que definió sus memorias como una obra maestra, cuestionaba precisamente los trechos repletos de pañales, cacas y cuidados paternales.  

Siri Hustvedt, en Madres, padres y demás (Seix Barral, 2022), apunta que se suele presentar a los padres como criaturas desafortunadas que merecen compasión universal: "Se les permite tener celos de los bebés o lamentarse días antes de que llegue la paternidad. Rara vez se concede tanta tolerancia a las madres, a quienes se castiga por lo que sienten o dejan de sentir". 

Relectura de tu propia vida

Eduardo Halfon apunta que "al ser padre eres un relector de ti mismo". En el caso del escritor guatemalteco, al releer su propia vida, revisa su relación con su padre. "Por primera vez, yo era un hijo que también era padre. La manera de ver a mi padre, cambió", asegura Halfon, que se estrenó en 2003 en la literatura con Saturno (republicado por Jekyll & Jill EKYLL en 2017), una durísima carta: "Más que un padre, usted era un tirano. Para mí, usted poseía la enigmática cualidad de todo tirano cuyos derechos están basados en su persona y no en la razón". 

En La Marea, último capítulo de Un hijo Cualquiera, Halfon recuerda cómo contempla el océano Pacífico de niño, junto a su padre. De repente, su progenitor le confiesa que "ya murió" en ese mar. Le cuenta cómo un soldado le rescató y le revivió. "Mi padre no dijo más y yo me quedé mirando al viejo indígena que pescaba en precario equilibrio con la marea, con las olas, y me estremeció comprender que mi padre había tenido entonces mi misma edad, que mi padre había muerto a mi misma edad", escribe. Tras publicar Un hijo cualquiera, Halfon se reconoce, por fin, como "un hijo que ha hecho las paces con su padre, que ha encontrado la empatía a través de la paternidad". 

Cosas de niños

En 1851, el escritor estadounidense Nathaniel Hawthorne tuvo que cuidar durante tres semanas de su hijo Julian, de cinco años. Hawthorne escribió ese año un libro sobre ese episodio paternal, cuajado de cotidianidad y magia. Sin embargo, Veinte días con Julian y Conejito solo se publicaría en 1904, después de su muerte. Rescatado del olvido y prologado por Paul Auster, las vicisitudes del libro de Hawthorne (publicado por Anagrama en 2014) pone en evidencia las dificultades de encajar la paternidad en la literatura en mayúsculas. Las cartas a mi hija, de F. Scott Fizgerald, inéditas en castellano hasta que Alpha Decay las publicara en 2013, sería otra de las excepciones.  

 

En Cosas de niños, el alemán David Wagner se alimenta del espíritu observador de Hawthorne. A través de los ojos de su hija, que se despide de todos y cada uno de los tranvías de la ciudad, redescubre el mundo. "La niña me hace ser niño otra vez. Y, con la mirada de niño, el mundo vuelve a ser comprensible", escribe.