PERFIL

Leticia Sala: la literatura del selfi

El amor es su gran tema: sus cicatrices, pero también el ángulo luminoso de los afectos

La escritora Leticia Sala

La escritora Leticia Sala / Alexandra Nataf

Dídac Peyret

Leticia Sala (Barcelona, 1989) teme que sus gestos minúsculos -la posición de las piernas, una forma de mirar, un ligero rubor- rebelen alguna verdad. El cuerpo, asiente, nos delata. “Me cuesta mucho esconder mis emociones a nivel físico”. Lo dice cuando le recuerdo su mirada de estupor en algunas fotografías. “Lo de posar es terrible, me asusta ser tan transparente”. El pudor a ser retratada por otros contrasta con la desnudez de su voz literaria.  

Sus libros se leen como un diario privado salpicado por los códigos de internet. Un autorretrato íntimo que conecta con la gente por su honestidad. “Llevo toda la vida funcionando mejor en el mundo de las ideas que en el terrestre”, reconoce en su segundo libro, En la vida real. Ahora matiza que ser madre le ha puesto en otro lugar. “Si tuviera que decir una imagen sería mi hija cogiéndome del brazo y tirándome hacia abajo”. Desde que nació, escribe a diario para que sepa cómo cambió la vida de su madre. “Además de nuestro grupo sanguíneo o cuánto pesamos al nacer, hay otra información igual de determinante que debería trascender: ¿Cómo estaba mi madre cuando nací? ¿Qué temía o deseaba? ¿Qué transformó mi llegada?”. 

Sala transmite una melancolía suspendida: “los amantes se van haciendo ruido. Pero los amigos se van de puntillas, en silencio, sin avisar”. Una tristeza que sana a través de la creación. “Pienso en la sensibilidad como generadora de creación, que es cómo nos reconciliamos con el dolor. Cuando le damos forma, galopa libre y lejos. Ya no nos pertenece”. Un dolor que se intensificó en la adolescencia. “Fui muy infeliz hasta los 26 años pero gracias a la escritura supe canalizar eso”.

Sala creció buscando la validación de su padre. También con las expectativas de esas niñas que escuchan que llegarán donde quieran. Más tarde se hizo abogada y trabajó en la ONU, pero acabó cambiando las leyes por las palabras. Tenía 26 años y lo mejor estaba por llegar: la escritura y conocer por Instagram al padre de su hija. A su debut, Scrolling after sex le acompañó el boom en las redes y ha colaborado como letrista en canciones de Rosalía, “una fuerza pura, una verdadera estrella”. 

El amor es su gran tema: sus cicatrices (“no podría quererte como lo hago ahora si no hubiera querido a otros como lo hice antes”) pero también el ángulo luminoso de los afectos. “El amor de verdad es luz, el resto es electricidad”. Este verano se obsesionó con el libro Ay, William de Elizabeth Strout y una idea: conocer el amor de verdad es más genuino que su recorrido. “Cuando ves tantas rupturas te preguntas si es posible creer en un amor longevo. Y esa idea de Strout me tranquiliza. La de decir: tú ya has conocido ese amor. Un tipo de amor que yo pensaba que me iba a ser privado. Luego viene el miedo a perderlo, pero hay que agradecer haberlo vivido porque hay mucha gente que no llega a conocerlo”.