CRÍTICA

'La promesa', de Damon Galgut: punto de fuga

Una hermosa y contundente novela contemporánea sobre 40 años de historia sudafricana que oculta un ejercicio de virtuosismo

El escritor sudafricano Damon Galgut

El escritor sudafricano Damon Galgut / EPE

Ricardo Menéndez-Salmón

Cuarenta años de historia sudafricana contados a través de la muerte de cuatro miembros de una familia blanca en franca e imparable decadencia. Tal podría ser la apretadísima síntesis de La promesa, de Damon Galgut, la novela que obtuvo el premio Booker en su edición de 2021, uno de los ochomiles entre los galardones literarios que cada temporada se conceden en la escena internacional.

Dos precisiones antes de entrar en el análisis del libro otorgan ciertas claves interpretativas. La primera es que el apellido de la familia protagonista es Swart, que en afrikáans significa negro. Este recurso al nombre parlante ilumina el carácter paradójico de la historia de Sudáfrica, donde una minoría del 20% de la población impuso entre 1948 y 1992 un sistema de segregación racial a la mayoría restante.

El segundo apunte es que, a pesar de los cuatro funerales que vertebran y apuntalan la estructura de la novela, La promesa es irónica, sarcástica y por momentos hilarante, y que en el balance de su dramática peripecia resulta ser una novela inesperada, sutilmente optimista. Señalo esta cualidad porque se ha querido comparar La promesa con Desgracia, de J. M. Coetzee, y la operación resulta impertinente.

Galgut deja puentes en pie en La promesa y regala motivos si no para la esperanza al menos para la decencia; en Desgracia, ni los perros (nunca mejor dicho) sobreviven a las convicciones hobbesianas del premio Nobel de 2003. Quizá debamos buscar en la pereza de la crítica a la hora de enjuiciar una obra por sí sola la razón que promueve estos vínculos entre autores de un mismo país, pero la comparación resulta aquí inoportuna a todas luces. Entre otras cosas porque, más allá de la estatura sobrehumana de Desgracia, la pieza de Galgut se basta y se sobra por sí misma para defenderse con algo más que honra. En efecto, La promesa es una gran, hermosa y contundente novela contemporánea, y además esconde un ejercicio de virtuosismo.

Virtuosismo

La pregunta decisiva es cómo se ejerce este virtuosismo y al servicio de qué se pone. La clave de la novela se encuentra en la voz narrativa, una audaz tercera persona que en manos de Galgut se convierte en un permanente despliegue de sorpresas. Hay algo irresistible desde el punto de vista del goce lector en el manejo que el escritor sudafricano logra de esta criatura, una especie de nosotros y/o ellos coral, una suerte de colectividad implacable e insobornable, respondona, poética, desmitificadora, épica, diáfana y a la vez complejísima que no solo sostiene la armazón de la obra desde la perspectiva de la forma, sino que introduce en la narración un ritmo que obra prodigios.

Podríamos aducir diversos ejemplos al respecto, pero bastará señalar cómo Galgut soluciona uno de los problemas clásicos de la prosa novelística, el de la continuidad entre escenas, para admirarse del talento con el que el autor ha logrado resolver un asunto tan peliagudo como es el de la verosimilitud. La tarea de este narrador omnisciente no solo jamás decae, sino que su plasticidad (una voz que entra en el cuerpo de un chacal, de un cadáver o de un personaje secundario con idéntica resonancia con la que irrumpe en cada uno de los caracteres centrales de la familia Swart) convierte la lectura de La promesa en un gigantesco plano secuencia del cual el lector no puede apearse, como si fuera un espectador que, de pie en un andén, viera pasar ante sus ojos un maravilloso tren de infinitos vagones.

Pero con ser formidable (y lo es), esta voz sería solo una exhibición de destreza si no estuviera al servicio de una historia a la altura. Son el impacto emocional y el envite ético de fondo los que acaban por convertir La promesa en una pieza de caza mayor, en profunda, urgente literatura. Porque lo que Galgut narra es la pérdida del privilegio, la inversión de los órdenes, el paso de un Estado fascista, con sus fielatos y dogmas, a un país democrático, con sus imperfecciones y su consagración de la igualdad. En definitiva, la transformación de la Sudáfrica del apartheid en la Sudáfrica de Nelson Mandela, Thabo Mbeki o Jacob Zuma.

Heridas

Y en medio de ese terremoto de la historia, contenida en 40 años de vaivenes políticos y sociales, la tenacidad de una niña, Amor, dos veces herida en su infancia: la primera, a los 6 años, por un rayo; la segunda, a los 13, por la muerte de su madre, Rachel. Dos heridas que Amor revive a cada instante de su vida, la primera por lo que tuvo de milagroso sobrevivir a ella, la segunda por la orfandad sin límites que instaló en sus días, y ante la cual, para seguir adelante, Amor solo halla una obstinada respuesta, aferrarse a la promesa que, en su lecho de muerte, su madre expresó: que la casa donde habita Salome, la sirvienta negra de la familia, le sea regalada en el instante de la defunción de Rachel.

Esa promesa opera como vórtice del drama, es el punto de fuga donde lo íntimo y lo colectivo, lo privado y lo público, la historia de los Swart y la historia de la Sudáfrica moderna confluyen encarnadas en la mujer que en su agonía otorga la posesión de un bien al otro, al paria, al innombrable, al inhumano, al proscrito. De esa promesa emana un compromiso que desborda el marco de la habitación de la muerte e invade la nación entera, desplegándose como una impecable metáfora del fracaso (y también de la posibilidad de redención) de un país. Galgut cabalga esa metáfora desde la primera página y no se apea de ella hasta la última. En medio, a una velocidad de vértigo, habremos asistido al desmoronamiento de una sangre y a la reinvención de una tierra, y de paso, una vez más, un escritor habrá probado que la novela sigue siendo, después de sus muchas y anunciadas defunciones, una de las más felices promesas que la humanidad se ha hecho a sí misma.

'La promesa'

Damon Galgut

Traducción de Celia Filipetto

Libros del Asteroide

336 páginas

20,95 euros