Opinión | DAME UNA NOCHE

La escritora acabada

A menudo las novelas que no has escrito son la mejores, auténticas obras maestras, pero no las has escrito

La escritora Patricia Highsmith.

La escritora Patricia Highsmith. / EPE

Cada cierto tiempo, muchos escritores se sienten acabados. Observan lo que han hecho, y quizá lo que no han hecho, y de pronto se ven a sí mismos como autores flojuchos, de segunda fila, que no van a acercarse nunca a donde un día soñaron llegar. A menudo las novelas que no has escrito son la mejores, auténticas obras maestras, pero, como digo, no las has escrito. Nada se acerca a la zozobra de un novelista por no ser un gran novelista, uno que destaque sobre la masa ingente que forma el resto de autores. Es una aprensión etérea, como de estela de avión. Cuando despierta de ese pánico velado, de nuevo el autor escribe con confianza, por si acaso al final sí fuese el mejor.

Atrapado en una vocación sin igual, sabe que lo más importante es escribir, y aunque la literatura solo sirva para la literatura, como pronosticaba Bolaño. Ansía seguir adelante aun cuando la derrota esté vista. Tal vez nunca sea uno de los mejores, pero deseará trabajar como si ya lo fuese. En su cabeza lo es, durante un período. Hasta la siguiente crisis. La pesadilla del escritor naufragado va y viene, y sin explicaciones. Es crónica. A Tolstoi le pasó ¡con 31 años! A esa edad, remató una de sus cartas a Vasili Petrovich con un pronóstico aterrador: "¡Estoy acabado como escritor y como hombre! Es definitivo". Y ni siquiera había escrito Guerra y paz o Anna Karenina, lo cual hace confiar en que los autores acaban siempre por regresar de su infierno, convertido en un lugar simplemente de paso.

Hace una semana, buscando el resquicio por el que empezar a leer a voleo los diarios de Patricia Highsmith (Anagrama), y que no fuese la siempre típica página uno, fui a dar a la 810, donde arrancan las anotaciones correspondientes a 1955. Ese año publica El talento de Mr. Ripley, escrito en estado de gracia, saboreando el enorme placer "de ver cómo las frases de la novela se afianzan sobre el papel cual clavos". "Nunca había estado tan segura", afirma. "Es una sensación maravillosa. Si alguna palabra está fuera de lugar, alguna vez, lo sé de inmediato".

Cuerda floja

La publicación de la primera novela de la saga de Ripley la pone de nuevo en el camino al éxito, pero cuando afronta la escritura de su siguiente libro, a sus 35 años se siente vieja, a la deriva, acabada. Los críticos literarios americanos, tan elogiosos, no levantan su autoestima. "La madurez e empuja a hacer toda clase de concesiones, te lleva a perdonar las cosas equivocas, te vuelve demasiado sensible para intentar hacer lo difícil. Te empuja a dejar de intentarlo prácticamente todo, porque has tenido tiempo de ver algo parecido, mejor hecho, en alguna parte. Lo peor de todo, la madurez destruye el yo, y te hace ser como todos los demás», escribe. Las anotaciones del año 1956 no empiezan mejor: "Mi vida, mis actividades, parecen no tener sentido, ningún objetivo, o al menos ningún objetivo alcanzable". "Lo que escribo, los temas sobre los que escribo no me permiten expresar amor, y me resulta necesario expresar amor". "Camino por la cuerda floja, varias cuerdas flojas".

Por supuesto, grandes novelas de Highsmith estaban por llegar. Pero al igual que otros escritores antes, y muchos después, creyó ver ante sí la decadencia. El propio Javier Marías sospechaba, con cada nueva novela, que no habría otra, y entonces llegaba una aún mejor. Existe un ínterin, entre el libro que queda atrás y el nuevo que aún no llega, en que los autores dudan, como si al acabar una obra dejasen de saber cómo se escribe, y la idea de empezar de cero, y tener que escribir lo que no se sabe escribir, se vuelve aplastante. Es una suerte que al final desarrollen la locura necesaria para tomar el camino de la perdición y volver a escribir algo grande.