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La virtud de la desgana

Leo 'Montevideo', nueva novela de Enrique Vila-Matas, que funciona como un condensado 'vilamatiano'

El escritor Enrique Vila Matas.

El escritor Enrique Vila Matas. / FERRAN NADEU

Siempre me acuerdo de Rafael Berrio (San Sebastián, 1963-2020), genio absoluto, y de una de sus muchas canciones: "No hacer frases, no hablar. / No formular sino lo estricto, / que viene a ser en suma nada. / Creo en la virtud de la desgana". No sé si hay algo de Cioran en estos versos de La desgana, incluidos en Diarios (2013); sí lo había en otras canciones suyas, como Abolir el alma (de Niño futuro, 2019), inspirada en textos de Cioran. Berrio viene conmigo y a veces me llegan a la cabeza versos suyos y me sonrío, porque sé que no es porque sí; a veces pienso que es la realidad ajustándose a lo que el arte cuenta de ella. Otras, lo que sucede es que es el arte el que conversa entre sí, y yo me siento un poco médium, dejando pasar ese diálogo no del todo inteligible y que me supera pero que me necesita para que se dé, soy el canal.

Así que leo Montevideo, nueva novela de Enrique Vila-Matas, que funciona como un condensado vilamatiano. El narrador de Montevideo es un escritor que sueña o se promete o quiere dejar de escribir, a veces quiere y a veces se bloquea, el caso es que la tensión entre escribir y no es uno de los motores del libro. Como el narrador es escritor todo el rato habla de escritores: Elizabeth Hardwick sale enseguida -comparto con el narrador de Montevideo este deseo: "Hay páginas de Hardwick que quisiera saberme de memoria"-; le siguen Tabucchi, Laurence Sterne, Fabián Casas, Cortázar… la lista bien podría ser interminable. Voy por la mitad y estoy esperando a que aparezca Duras con la misma inocencia con la que Javier Tomeo protestaba ante el amago de cambio de Nayim viendo la repetición de la final de la Recopa del 95 ("No lo cambies, que tiene que marcar").

Vila-Matas se ríe un poco del bartlebysmo, y se ríe también de la necesidad de huir del acierto para no quedarte encerrado en él (la segunda risa es menos divertida que la primera). Todo el rato me iba a Mario Levrero, el escritor uruguayo, pero no me acordaba de él por uruguayo, sino por ser otro escritor cuya obra podría organizarse en torno a la pereza: como un combate entre la entrega y la oposición a ella. Pensaba sobre todo en El discurso vacío, una novela construida con dos tipos de textos alternados: ejercicios de caligrafía (escribir mejor para ser mejor) y los que componen el discurso vacío.

Uno de los temas que asoman en el libro de Levrero es la interrupción: un escritor se sienta a escribir y entonces pasa cualquier cosa que le impide acabar (a veces, empezar). Diarios de Otsoga, película de Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro, se hizo en lo más crudo de la pandemia, la película que vemos es el resultado de la interrupción de la película que iban a hacer (¿una adaptación de El bello verano, de Pavese?). Otsoga es agosto al revés, y la película va retrocediendo desde el final hasta el principio: en los dos extremos hay una fiesta y en las dos fiestas suena la misma canción, mi canción del verano, The night (Frankie Valli & The four seasons). En medio hay besos, un mar inventado, fruta que se pudre, una caseta para mariposas, un rodaje que se ve interrumpido, un embarazo y un tractor que avanza. Las tres comparten tema: la relación del arte y la vida, no solo en un sentido abstracto, también en lo cotidiano. En Levrero es colisión, en Vila-Matas hay algo de profecía autocumplida, en Gomes la mezcla es caótica, divertida y hermosa.

Vuelvo a Berrio: "No doblegarse a la tentación / de crear obra en pos del arte, / sino dejar secar esa fontana. / Creo en la virtud de la desgana".