LIBROS

La melancolía de Manuel Puig

2022 es el año del regreso de Manuel Puig a la actualidad. Audaz, único, por momentos incomprendido, más, censurado y perseguido, la editorial Seix Barral publica ocho de sus novelas con prólogos nuevos, y su obra teatral El beso de la mujer araña tiene una nueva oportunidad de mostrarse en los escenarios -por ahora- españoles

Manuel Puig

Manuel Puig / EPE

Hortensia Campanella

Hortensia Campanella

El escritor argentino Manuel Puig nació en una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires, de nombre General Villegas. Y su primer contacto con el mundo fue a través del cine, pues gracias a la afición de su madre frecuentó la única sala existente allí durante toda su infancia. Despertó así una vocación que ya no lo abandonaría en toda su vida, aun tomando diversas formas.

Con poco más de 23 años gana una beca para estudiar cine en Roma, luego vive en Nueva York y muy pronto se da cuenta de que sus guiones serían novelas, por más que en la mayoría de los casos luego pasarían al cine, en ocasiones con guion del mismo autor.  Vive en París, Londres, Estocolmo, México,  y se forma en los idiomas del cine y en disciplinas muy diversas, todo lo cual crea un crisol diferente, que luego se llamaría pop.

Cuando regresa a Buenos Aires y publica la original Boquitas pintadas, se afirma la separación entre la acogida del público que aprecia el lenguaje de sus novelas, la cercanía al folletín, y la opinión de la crítica, en principio desconcertada, por momentos despectiva, además de la incomprensión de sus pares, con un agresivo Vargas Llosa y un prejuicioso Onetti como jurados de sendos premios que lo relegaron.

No es un buen momento para que un homosexual, como se ha asumido siempre, viva en Buenos Aires y cuando publica en 1973 The Buenos Aires Affair, el grupo terrorista de extrema derecha Triple A lo amenaza de muerte y lo obliga al exilio en México.

Todo esto lo tengo presente cuando me entero de que el director de teatro José Luis García Sánchez pondría en escena El beso de la mujer araña, la novela que había publicado Puig en 1976 en versión del autor. Los dos únicos personajes estarían encarnados por Juan Diego y José Martín, este último, amigo del escritor. Y aunque Puig viajaba con cierta frecuencia a Madrid, en esta ocasión venía a ver teatro. Era mayo de 1981 y el escritor argentino era bien conocido por su cinco novelas anteriores y por la versión en cine de Boquitas Pintadas, aunque no gozaba de la unanimidad crítica de la que disfrutaban los escritores del boom que por edad debían ser sus colegas.

Exposición

Venía de Italia, donde el éxito del espectáculo -la mujer araña convertida en pantera- estuvo en relación inversa a la opinión del autor. Pero el estreno madrileño lo había satisfecho mucho, según me dijo al día siguiente, aunque le había costado permanecer en la butaca. Se trataba de una cuestión de pudor: "Acepto releer mis textos, porque es una tarea de corrección de estilo, pero en este caso, o cuando vi la película sobre Boquitas pintadas, me parece que se están exponiendo mis cosas íntimas", me dijo con evidente turbación a pesar de sus 49 años de edad.

La charla fluye con facilidad y el novelista se encarga de identificar sus obras con sus "cosas íntimas". "Mis conflictos se los endilgo a los personajes", dice. Ese "sacarse de adentro" y objetivar en la novela contradicciones y enigmas interiores es visible en alguna medida en todo narrador. La diferencia con Puig es su interés en señalarlo, no disimular sus fantasmas. Más que de atmósfera o intriga, a él le gusta hablar de los personajes de sus novelas.

Al presentar la obra con motivo de ese estreno, el profesor de literatura y crítico teatral Andrés Amorós dijo que "a Puig le gustan mucho los boleros, y contra lo que pudiera parecer a simple vista, no monta un número de intelectualismo cuando basa en ellos sus argumentos. Es, por el contrario, profundamente espontáneo y sincero".

Sin duda, el acercamiento de Puig al ámbito popular, su gusto por el folletín, por la cultura de masas tan bien representada por el cine, produce en el lector asombro y cercanía. Es que, como dice Molina, uno de los protagonistas de El beso de la mujer araña "los boleros dicen montones de verdades".

El escritor argentino se mostraba cordial y amable, aunque su rostro trasuntaba una cierta melancolía que no pude dejar de atribuir a los vaivenes de su vida, a las violencias de todo tipo que han rodeado su existencia. Pero lo que habría podido ser una entrevista circunstancial sobre un estreno se convierte en un surtidor de reflexiones que echan luz sobre su proceso de creación y también sobre cómo comprende y enfrenta el entorno crítico que acoge a su obra.

Juego de formas

"Hay personajes que conocía muy bien, por ejemplo, los de mi infancia, pero que no había querido ver. Después de diez años, cuando quise revisarlos, escribí mis primeras dos novelas, La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas. Yo tenía los datos, lo que tenía que hacer era concientizarlos. En El beso de la mujer araña se trataba de enfrentar dos tipos conocidos, ponerlos en una celda y ver qué pasaba, respetando su dinámica propia. Estos tipos de personajes son de algún modo posibilidades mías. Pero hay algunos otros que son enigmas para mí. Cuando hace poco me fui a vivir a Río de Janeiro, tenía el proyecto de hacer una novela sobre la Argentina de los cuarenta, pero de nuevo se me cruzó un personaje arquetípico, y en este proyecto estoy trabajando ahora. Espero no encontrarme por un cierto tiempo con otro irresistible símbolo ambulante, y poder volver así a lo que hacía antes, con modelos reconocibles, pero desde varios puntos de partida, un tipo de novela más coral en sus resultados, con personajes que me permitan un juego de formas, que es lo que a mí me interesa".

La poesía envuelve la obra de un Manuel Puig intenso y sensible, apasionado, profundamente humano

Esos personajes hablan de cierta manera, una manera que recoge la adhesión de un público amplio. Con los personajes "al lado", Puig experimenta con el lenguaje o las formas. Confiesa sus trucos -de magníficos resultados- cuando en la década de los sesenta empieza a escribir sus primeras novelas en español, mientras sus idiomas de adulto eran el francés o el italiano. "EI único español que recordaba era justamente el idioma que me interesaba revivir: el de los personajes de mi infancia. Ellos podían cometer errores y eso tal vez hasta fuera considerado un mérito del escritor".

Como resultado de las pruebas, de los collages, en fin, de la manipulación del escritor, los personajes deben ganar vida literaria; la intención del novelista es que no sean abstracciones. Y en El beso de la mujer araña claramente no lo son: un revolucionario, un prisionero político torturado, como ya abundaban en las dictaduras del Cono Sur, dialoga en la celda con un homosexual preso por abuso. Si en cierta épica izquierdista el delincuente común era seducido por la ideología del revolucionario cuando se daban estos encuentros, en el texto de Puig se invierte la seducción y lo que resulta es una pasión amorosa mutua con clímax sexual a la que se llega en un proceso lento, con una envolvente oralidad, a partir de las historias mágicas del cine, con humor y soterrada sensualidad.

Sin que sea una contradicción, el escritor recordaba algo que lo marcó profundamente: una de las primeras personas que lo animó a que siguiera escribiendo le dijo: "Adelante, porque tienes poesía". Desde entonces, han transcurrido más de 15 años, el reconocimiento y el éxito lo rodean, y, sin embargo, Manuel Puig me dice que sigue esperando la mejor opinión critica: que su obra "tiene poesía". Pasados más de cuarenta años de ese estreno, tal vez volver a El beso de la mujer araña nos confirme que la poesía envuelve la obra de un Manuel Puig intenso y sensible, apasionado, profundamente humano.

Nueva versión teatral

El beso de la mujer araña, de Manuel Puig.

Dirección: Carlota Ferrer.

Con Eusebio Poncela e Igor Yebra.

San Sebastián: del 2 al 4 de septiembre, en el Teatro Principal.

Madrid: 7 al 16 de septiembre, en el Teatro Bellas Artes