Opinión | EN PUNTAS DE PIE

Siempre estamos al otro lado

Nos gusta pensar que el verano es el tiempo de los viajes, las escapatorias, los aprendizajes, los vuelos 'low cost'

Los viajes son interminables, empiezan en nuestra mente, de donde nunca se van, y cuentan con escalas terrenales.

Los viajes son interminables, empiezan en nuestra mente, de donde nunca se van, y cuentan con escalas terrenales. / PIXABAY

La periodista Juliana González Rivera se embarcó hace unos años en una empresa inabarcable: documentar el origen del viaje a lo largo de la historia de la humanidad e intentar comprender por qué llega un momento en que sentimos lo que ella llama "el golpe del viaje", esa necesidad de escaparnos de casa y aterrizar en otras vidas.

Una de las primeras veces que ella reparó en ese impulso fue cuando, con 18 años, se subió a un avión para irse a estudiar, quizás "la primera aspiración de una vida en libertad", y notó la atracción por lo desconocido, por convertirse en otra entre tantos otros. Desde entonces se ha hecho muchas preguntas -¿qué es viajar?, ¿de dónde surge la necesidad de movernos?, ¿cuál es la diferencia entre un viajero y un turista?, ¿cómo ha evolucionado la literatura de viajes? – a las que intentó dar respuestas en La invención del viaje (Alianza Editorial, 2019).

Los viajes son interminables, empiezan en nuestra mente, de donde nunca se van, y cuentan con escalas terrenales, cuando paseamos por las calles de la ciudad anhelada y la imaginación y la realidad llegan a un pacto para fabricar los recuerdos que nos acompañarán el resto de nuestros días. Por eso este libro -que también es un viaje- no puede terminar ni obsequiarnos con certezas. Como de las travesías más perturbadoras, nos llevamos pistas que nos ayudarán a emprender recorridos futuros.

La mayoría de las cuestiones que plantea no cuentan con una respuesta inequívoca, porque hay muchas explicaciones ciertas y, a la vez, contradictorias entre sí. Durante mucho tiempo, parte de los viajes libres podían obedecer a distintas circunstancias o motivaciones personales y explicarse de diferentes maneras, pero confluían, de alguna forma, en la afirmación de Ryszard Kapuściński en su Viajes con Heródoto (Anagrama, 2006), cuando dijo que él "sólo había soñado con cruzar la frontera, daba lo mismo cuál, dónde y en qué dirección, cruzar la frontera y punto". 

Fronteras traspasadas

Hoy, cuando todas las fronteras han sido traspasadas y hay tantas versiones de los destinos como viajeros, el turismo, paradójicamente, resulta más indestructible. Marco d’Eramo, en El selfie del mundo (Anagrama, 2020), cuantifica su preponderancia. Toda separación entre turista y viajero corre el riesgo de colocar a muchos, incluso a quienes se sienten exploradores en el mundo más fotografiado de la historia, en ambos grupos. Quizás viajar tenga más que ver con la actitud que con la distancia recorrida.

El italiano Claudio Magris explica esa forma de estar en el mundo, propia de los espíritus itinerantes, en El infinito viajar (Anagrama, 2008), una colección de crónicas que escribió lo largo de los años. Jorge Drexler amplió los versos de Chicho Sánchez Ferlosio en su Milonga del moro judío y convirtió su canción en una de las más bellas defensas de la identidad, pero la identidad entendida como algo que está en permanente movimiento, porque las fronteras siempre han sido, y siempre serán, porosas.

Nos gusta pensar que el verano es el tiempo de los viajes, de las escapatorias, de los aprendizajes, de los vuelos de bajo coste. Pero, en realidad, como escribió Pedro Sorela, "viaja sólo quien sabe irse". Y para ese aprendizaje necesitamos más de una vida.