CRÍTICA

'Kráter o la búsqueda del amado en el más allá', de Clara Janés: ensalzamiento de las raíces

La concisión del lenguaje que muestra la autora barcelonesa no es forzada, sino que viene impuesta por su obstinado rigor

La poeta Clara Janés.

La poeta Clara Janés. / EPE

Jaime Siles

La evolución de la obra poética de Clara Janés es tan fiel a su propia poética que su diversidad nunca deja de ser unitaria. Y este rasgo, que define los postulados de toda su escritura, se advierte claramente en el último libro que acaba de publicar: un libro , no hecho de poemas, sino un poema que es un libro en sí y que podría calificarse de eliotiano, no por su estilo, sino por su magmática unidad y la riqueza de sus referentes, entre los que están -y su autora así lo reconoce- sus lecturas muy bien asimiladas de Platón y de la Bhagavad Gita, de Ilya Prigogine, tan determinante en la conformación de su universo mental, de Werner Heisenberg, de Michio Kaku y su concepto de "luminiscencia de la creación", de las láminas órficas editadas por Pugliese Carratelli, de Pico della Mirandola, del pitagórico Zopiro, de Empédocles, comentado por Porfirio y Filópono, de Erwin Schrödinger, de la simbología egipcia de la sagrado y de una cadena de asociaciones míticas y mitológicas que, desde Homero llegan -a través de Virgilio- a Dante Alighieri.

Columnas, pues, del libro son el mito de Perséfone y la catábasis o descenso de Orfeo a los infiernos, para el que el helenista Luis Gil encontró paralelos también en el mundo indígena precolombino. Indico esto porque considero todo un acierto la inclusión aquí tanto de un estimulante y justificado epílogo, que se abre con una frase de Emmanuel Lévinas ("Lo infinito es lo absolutamente otro"), como la selecta y significativa relación bibliográfica con que se cierra. 

Aventura

Janés afronta en Kráter o la búsqueda del amado en el más allá una aventura, que es una vuelta de tuerca más a los círculos concéntricos que definen las múltiples singularidades de su compacta obra, que crece siempre hacia sí misma, desarrollando de modos distintos y con formulaciones siempre diferentes, el núcleo preciso de esa magmática unidad a la que antes he hecho referencia. Mérito suyo es optar por la transparencia y elegir la condensación y la economía lingüística sin incurrir por ello en algo que Horacio veía como un riesgo: la oscuridad, a la que aludía el poeta latino, cuando en el verso 25 de su Ars poetica, escribía: "Breuis ese laboro, obscurus fio" ("intento ser breve y resulto oscuro"). 

De una manera casi wildeana, el poeta chileno Héctor Hernández Montecinos ha venido a radicalmente recordarlo, al decir en dos de sus versos que "la concisión del lenguaje/ es la avaricia de la vanidad". Janés ha evitado por completo este doble riesgo, ya que su concisión no es forzada, sino que viene impuesta por su obstinado rigor, que encuentra en la estrofa dibujadora ("Aves/ dibujando indicios"), que es cada composición, una conexión entre texto e imagen, algo que estaba ya en la lírica horaciana y que el poeta cristiano Prudencio extremó. 

La autora barcelonesa se pregunta cuáles son las velocidades de la sombra y de la luz; deshace su voz en múltiples fragmentos que, como en las anamorfosis manieristas, recoge después; utiliza la oración nominal, neutralizando sustantivo e infinitivo, como en la composición décima; insiste en ese "yo/ por ti/ desconocido", que es a la vez el otro y también uno mismo; no renuncia a la aliteración como en "Lodo/ladrido de lodo/aullando", y con todo ello trenza la articulación de un texto fijo y en movimiento a la vez, que nos conduce al centro del ser, del yo y de la palabra. En ella descubrimos "abiertos quicios" y escuchamos lo que la poesía tiene de verdadera voz.