Opinión | HOTEL CADOGAN

La carta del ahorcado

La obra de William Lindsay Gresham está cada vez más de moda gracias a la película de Guillermo del Toro

Fotograma de la película 'El callejón de las almas perdidas', dirigida por Guillermo del Toro

Fotograma de la película 'El callejón de las almas perdidas', dirigida por Guillermo del Toro / ARCHIVO

Al final, lo que el viajero valora, ya se refugie en un lupanar, casa de citas u hotel de categoría, como el viejo y fantasmal Cadogan, es el binomio limpieza y discreción, y a él nos aferramos, como los tres monos místicos. Ver, oír y callar. Cuanto suceda en el interior de las habitaciones no nos atañe, siempre y cuando los huéspedes paguen la estancia con buenas historias, como la que nos dejaron los visitantes de esta semana: el Espectáculo de Monstruos de Ackerman-Zorbaugh, una troupe ambulante por la América profunda de los años 40.

Una pitonisa, un forzudo, un acróbata tullido que camina con las palmas de las manos, el marinero más tatuado del planeta, un enano maligno, una muchacha cuyo cuerpo atraviesan 15.000 voltios de electricidad sin dañar un solo pelo de su cabeza y, atención, el espantoso geek, un hombre convertido en alimaña, capaz de arrancar a bocados cabezas de pollo y de serpiente..

De esa imagen germinó la novela El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1946), publicada por Sajalín Editores y a la que poco a poco van acercándose más lectores a rebufo de la película de Guillermo del Toro. El aguijón venenoso se quedó clavado en la imaginación de William Lindsay Gresham (1909-1962) desde la Guerra Civil, en la que participó como voluntario de la Brigada Lincoln. Estaba aguardando su repatriación a principios de 1939, en un pueblo cerca de Valencia, cuando un compatriota le habló de un alcohólico al que tenían esclavizado como atracción de feria para asustar al público con sus mordiscos alucinados a cambio de su dosis diaria de whisky. "La historia del monstruo me obsesionó. Al final —confesó Gresham—, para librarme de ella, tuve que escribirla".  

El verdadero monstruo del circo, sin embargo, no es el borracho, sino el mago Stan Carlisle, quien, establecido como falso reverendo y médium, se dedica a embaucar a gentes desesperadas por contactar con sus muertos. La manipulación sin escrúpulos: "Se puede controlar a cualquiera averiguando de qué tiene miedo. […] El miedo es la clave de la naturaleza humana".

La ambición conduce al Gran Stan a un callejón sin salida. En la baraja del tarot, su destino está marcado por la carta del ahorcado, un naipe del que no es posible escapar, relacionado con el sacrificio y en cuya base las serpientes de la sabiduría y la transformación duermen enroscadas. Una novela sucia y a la vez deslumbrante.