Opinión

Cuando ya no importe Onetti

El mejor homenaje que se le puede hacer es buscarlo, en estantes o en páginas web, pero nunca obligados por el mercado

Juan Carlos Onetti, escribiendo en su casa de la Avenida de América, en Madrid

Juan Carlos Onetti, escribiendo en su casa de la Avenida de América, en Madrid / DOLLY ONETTI

El 30 de mayo de 1994 Juan Carlos Onetti, el creador de Santa María, y a la vez de una nueva manera de concebir la novela en América Latina, moría en Madrid. Después de una vida de grandes altibajos, su existencia se cerraba con una obra no muy extensa, pero suficientemente reconocida por algunos premios -el más importantes, el Cervantes - pero sobre todo por la admiración de colegas y estudiosos, por el amor incondicional de lectores reflexivos. 

Pasados los veinticinco años de su muerte, parecería que los libros de Onetti ya no están presentes en la conversación literaria, podría creerse que su nombre está fijado en el panteón de los clásicos y nada más. Y no sería raro ese olvido si recordamos los avatares de su vida de creación.

Si bien nunca fue un escritor para multitudes, su obra tuvo una vertiente periodística que le sirvió para ganarse la vida, “es el oficio más soportable que conozco”, y para expresar sus puntos de vista sobre libros y autores. Pero su verdadera pasión la volcó en la narrativa porque más que escribir para vivir, vivió para escribir. Tal vez por eso Luis Harss definió las obras de Onetti como “templos de desesperación”. 

La poética del narrador uruguayo se desarrolla con exactitud a lo largo de prácticamente toda su obra. Apenas tenía poco más de veinte años cuando escribió una primera versión de lo que luego se llamaría El Pozo. Es bien conocido su recuerdo de la génesis: en un fin de semana sin cigarrillos gracias a la absurda prohibición del dictador argentino Uriburu -lo cual fecha esa escritura entre 1930 y 1932- , vuelca su furia en un texto que luego se perderá. Pero en 1939 lo rehace ante el pedido de unos amigos uruguayos que lo publican pobremente y con el gesto juguetón de colocar en la portada un dibujo hecho por uno de ellos, pero con la firma de Picasso por expreso pedido del autor.

Deslumbrante realidad

Fue su primer fracaso comercial: de los 500 ejemplares publicados sobró durante décadas la mayor parte, y suscitó la crítica negativa de casi todos quienes lo leyeron. Y sin embargo en El Pozo ya están los grandes temas de su obra posterior. Poco tiempo después, la siguiente generación descubrió en esas páginas una deslumbrante realidad construida con el lenguaje, y ello a pesar de que se trasunta la frustración del fracaso en la comunicación con el otro, la soledad resultante, y sobre todo la búsqueda de la trascendencia a través del protagonista soñador. Carlos Maggi, Ángel Rama, Mario Benedetti, unos años menores que Onetti, encuentran en El Pozo la concreción del diagnóstico que el narrador había adelantado en las páginas de la revista Marcha: “que cada uno busque dentro de sí mismo, que es el único lugar donde puede encontrarse la verdad y todo ese montón de cosas cuya persecución, fracasada siempre, produce la obra de arte”.

A pesar de la admiración de los jóvenes escritores, y de que siguió publicando algunos cuentos y dos novelas –Tierra de nadie y Para esta noche-, su segundo fracaso irónicamente ocurrirá con la más importante y original de sus novelas, La vida breve

Sus personajes, siempre en busca de evadir la alienación, el absurdo de la vida y siempre abocados al fracaso, maduran en la vasta creación de un mundo al mismo tiempo iniciático y pesimista, “la mágica y terrena Santa María”. 

Onetti siempre pensó que un escritor nace para serlo, debe ser consciente de su destino y no distraerse nunca

Onetti había vuelto a vivir en Buenos Aires; fueron años de cierta estabilidad personal y profesional interrumpida por una decisión autoritaria, el General Perón prohibió los viajes a Montevideo. Tal vez este hecho explique el desplazamiento de sus personajes hacia afuera de Buenos Aires. Santa María fue creada por la fuerza de la nostalgia, no tanto de ciudades concretas, sino de un mundo fruto solo de la imaginación, en el que existe un creador que es un pobre hombre que se transformará en Dios. Entre las pistas que el narrador va dejando y más allá de diversas teorías acerca del título, no podemos olvidar la chanson francesa que aparece en el texto, La vie est brève, y cuya traducción clave es “La vida es breve/ un poco de amor/ un poco de sueño/ y luego buenas noches”. 

En 1950 se publica esta novela donde aparece por primera vez completa la ciudad Imaginaria de Santa María, antes de la Comala de Rulfo y de Macondo de García Márquez. Un espacio en el que a lo largo de las principales novelas que vendrían después se entrecruzan los personajes, se establecen vasos comunicantes de sucesos y textos.

Influencia

Sin embargo, su aparición pasó casi desapercibida e incluso cuando más tarde Homero Alsina Thevenet escribe una crítica en Marcha, donde Onetti había sido secretario de redacción, la misma es desastrosa. Con el tiempo se sucedieron valoraciones muy positivas por su carácter fundacional no solo de lo que se llamó la saga de Santa María, sino sobre todo por su influencia en la novelística latinoamericana moderna. A pesar de ello, todavía al final de la vida del autor no era difícil encontrar ejemplares de la primera edición de la editorial Sudamericana.

Los años que siguen le traen la plenitud literaria con El Astillero, Juntacadáveres, y varias novelas cortas y cuentos que se cuentan entre los más recordados. Pero, como sus personajes, Onetti parece abocado al fracaso y la dictadura uruguaya se ensaña con él, cae preso, y es obligado a seguir su vida en el exilio en Madrid, aunque con la amarga consecuencia de una sequedad creativa de varios años. Cuando pudo superar ese bache angustiante, Dejemos hablar al viento, publicada en 1979 fue recibida con admiración y alborozo y con ella se inició un camino de reconocimiento internacional con un primer mojón español, el premio de la Crítica, y que lleva hasta el premio Cervantes en 1980, el tercer latinoamericano galardonado.

Cuando ya no importe cierra en 1993, un año antes de su muerte, la gran invención que constituye su obra que, como la definió certeramente Mario Benedetti, es “un recorrido por la fatalidad, por el malentendido global de la existencia”.

La incertidumbre que puede generarse hoy por la presencia de Onetti en el panorama literario se disipa fácilmente cuando sabemos del interés que suscita en las universidades, sean brasileñas, españolas, mexicanas o eslovenas, y sobre todo cuando buscamos sus libros en las librerías, grandes cadenas o pequeños espacios de provincias. Y allí están sus libros, con prólogos eminentes o en publicaciones sencillas, no tanto como aquella de El Pozo de 1939, pero al alcance de cualquiera que lo busque.

Tal vez ese es el mejor homenaje que se le pueda hacer a Juan Carlos Onetti: buscarlo, en estantes o en páginas web, pero nunca obligados por el mercado. Porque él siempre pensó que un escritor nace para serlo, debe ser consciente de su destino y no distraerse nunca.