LIBROS

José María Guelbenzu, el buen lector

El autor y crítico literario deja la escritura tras jubilar a la jueza Mariana de Marco

El escritor y crítico literario José María Guelbenzu

El escritor y crítico literario José María Guelbenzu / A. F.

Inés Martín Rodrigo

Hasta hace unos días, no conocía a José María Guelbenzu (Madrid, 1944). Lo había leído, claro. ¿Y quién no? Sus críticas literarias, aunque él no las considera como tal; también sus novelas, sobre todo las protagonizadas por esa jueza de armas tomar que es Mariana de Marco, a la que ha decidido jubilar con Asesinato en el Jardín Botánico (Destino). Él se retira con ella. Deja Guelbenzu este oficio que es la escritura. O eso dice.

Al estrechar su mano, pienso que tiene un aire a Caballero Bonald, con el que compartía nombre. Pero su porte es otro, entre aristocrático y rural. La hidrocefalia que le diagnosticaron hace un tiempo, el suficiente para hablar de ella en pretérito real, hizo que se acostumbrara a caminar en compañía de un bastón en el que se sigue apoyando porque le cogió “cariño”. No es el único que tiene. En Gandarilla, su retiro cántabro, dispone de dos más: uno “para andar por el campo” que era de su padre, y otro con una cabeza de un Whippet tallada en marfil. Es la raza de su perra, Flora, una sprinter de tres años que corre que se las pela, haciendo dignos honores a su pedigrí.

Dice, como digo, que ya no quiere escribir más. “No, no. No sé si es que estoy cansado o que no se me ocurren ideas”. Su sensación, por lo tanto, es que esto se ha acabado. Aunque confiesa que seguiría “si tuviese cualidades para escribir cuento o novela corta”. Pero en esas distancias no se sabe “manejar”. Cuesta creerle. Su voz, siempre firme, carrasposa esa mañana, es la de la experiencia, y nunca el cliché fue tan acertado.

En su nota biográfica figura que estudió en el colegio Areneros de Madrid, fundado por la Compañía de Jesús, y luego Derecho en la Complutense. Trabajó en los primeros años de la revista cultural Cuadernos para el Diálogo, quedó finalista del premio Biblioteca Breve con su primer libro, El mercurio, y fue director de las editoriales Taurus y Alfaguara. Tiene en su haber veinticinco novelas, un poemario y algún que otro relato, pese a que no domine el género, que no etiqueta. Ah, y colabora “regularmente” en el diario El país como crítico literario.

Simplificación

Aunque él no es crítico. “Yo soy un buen lector que sabe contar sus lecturas porque tengo pluma, pero no soy un crítico en el sentido estricto de la palabra”. Un crítico, según Guelbenzu, es Edmund Wilson, Harold Bloom… ¿Y en España? “En España no hay nadie. Y, al paso que vamos, me parece difícil que lo haya”. A su juicio, nada infundado, “vamos a la simpleza, a la simplificación”. Porque “los llamados críticos -yo no lo soy, pero ellos tampoco- en España actúan sobre una máxima: lo bueno es lo que yo entiendo”. Por eso se han ensalzado siempre las obras de Delibes o de Luis Mateo Díez, “que son ejemplos de buenos escritores”, y se despreció a Vila-Matas hasta que lo empezaron a adorar fuera y se pasó a la “loa total”.

Guelbenzu lee “muy poco”, y lo que lee se lo “dicen los editores españoles”. No tiene libertad, y esa falta de lectura soberana, como hace poco la denominó Ignacio Echevarría, otro crítico que no lo es, “es un fastidio”. Si pudiera, ahora volvería, con deleite, a Henry James, a Conrad, a Dickens… “Este tipo de autores con una obra potente”.

Y, aunque en el mundo del libro en España “estamos en una situación que responde al ‘tanto vendes, tanto vales’”, el futuro no le preocupa, pero lo sigue conjugando. Porque escribir es corregir, y vivir.